martes, 7 de octubre de 2014

Muerto el perro...

A menudo me planteo que  soy -en palabras de mi admirado Chaves Nogales- "fusilable" por algunos elementos latentes altamente peligrosos. Ahora que el marido de la sanitaria madrileña infectada por ébola está en cuarentena alguien ha decidido matar a su perro. Me siento perro en este momento. Por lo de la vida perra. Porque seguramente a alguien le estoy sobrando, y me alegro que no tenga poder.  
Llevada por mi ignorancia científica me aventuro a pensar que por qué no el perro en cuarentena también, que por qué no aprovechar esa situación biológica extraordinaria para saber cómo se comporta el virus en su organismo y quién sabe si de su vida  -o su muerte en el caso de estar infectado y no sobrevivir- se puede obtener alguna lección valiosa.
"Que lo maten", ha dicho alguien y alguien ha dicho, "pues adelante". Excalibur es la familia de este hombre que hoy pedía ayuda para darle tiempo al animal, esa oportunidad que por ser humanos sí tendremos. Humanos blancos europeos, se entiende. Porque en África ya hace tiempo que los europeos boyantes y blancos dejaron de ver, oír y sentir a los africanos como iguales, si es que alguna vez lo fueron. No les hacen más caso que a este ser que ha tenido la desgracia de no tener a su familia para que le defienda de los que le van a sacar de su casa para matarle. Porque sí.
Y no, no tengo perro. Pero hay algo perverso en este acto de exterminar por si acaso que me recuerda mucho a esas turbas de los western clásicos, en las que entroncando con la caza de brujas medieval se las "eutanasiaba" (este es el palabro que utilizan responsables de la comunidad de Madrid) en prevención de un mal futuro.
Excalibur se llama, como la espada artúrica forjada en Avalon, extraída de la piedra. Su nombre nos lleva a esas épocas donde las murallas separaban la vida y la muerte. Ahora, sin ladrillos, sigue habiendo un foso con criaturas feroces que engullen a todo el que se acerca a la corte. Europa se lamenta de que le salpique la desgracia que es peor entre los más pobres. ¿Y si dejaran de serlo? ¿Y si les dejásemos?
Los 90 y el SIDA ¿recuerdan? ¿Recuerdan el miedo y la ignorancia, la incomprensión hacia los enfermos, la improvisación, los prejuicios, las ideas delirantes de algunos sectarios?
El perro como metáfora de África.
La enfermera como trasunto del maquinista de Angrois.
El Yak 42
El Prestige
El metro de Valencia...

Pero todo por el bien común, conste.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado tu posteo, Ángelica. Yo sí tengo perro e imagino el dolor de esas personas. Es una decisión cruel, irracional y estúpida. Pareciera que en el incosciente colectivo permanece esa sádica idea de sacrificar animales para lograr el favor de los dioses. Del dios de Raxoi.

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