miércoles, 15 de octubre de 2014

Tortilla


Dando la vuelta a la tortilla el aceite le cayó sobre los brazos, y al quemarse pensó “la dejaré caer”. La vio precipitarse sobre el suelo a cámara lenta y por un momento a Luisa le pareció ver una sombra de satisfacción en la cara de Marieta, que se había ido al grifo a echarse agua fría. 
Se estrelló la tortilla contra el suelo, sí, y salpicó de huevo batido y patata los armarios cercanos, los tobillos de la compañera que miraba atónita, todo lo que había a unos metros. Marieta estaba sentada en un taburete con un poco de pomada en el brazo y un vendaje rudimentario, esperando que alguien le dijera algo de su tortilla, pero nadie le advirtió nada. Al caer la mezcla del plato que sostenía acrobáticamente en la mano no hubo reproches, porque según comentaron los allí presentes Marieta no solamente había dejado caer el plato, sino que había dado cierto efecto al golpe con la finalidad de que nada quedara a salvo de aquel ataque de ira, tan inesperado como impactante. Con el aperitivo había perecido una fuente soberbia de porcelana de Bidasoa, blanca, con una línea azul, sólida y atemporal como el mantel que bordó a juego muchos años antes. Marieta últimamente tenía la impresión de que hacía muchos años de cualquier cosa y de que los niños de todos crecían, y que ella siempre estaba allí, planchando el mantel, batiendo huevos, esperando a que todos llegasen. Había visto todos los western, todos los melodramas, se sabía la letra de todos los boleros. Había matado docenas de gallinas, cocinado cientos de kilos de patatas, había criado varios niños sanos, enterrado amigos, gatos, sueños... 
 
Toda su vida había convergido en el golpe seco de la porcelana contra el terrazo. Y mientras los trozos volaban proyectados hacia los lados, mientras que se abrían las pupilas de los que la rodeaban, de los que habían acudido al escuchar el ruido, Marieta balanceaba los pies como un niño pequeño, divertida ante su súbito momento de valor. Marieta había degustado un sabor raro, el de la ira, que parecía reservado a los hombres de su casa, y que tenía la facultad de hacerla más alta, más vigorosa, que le daba un poder desconocido hasta ahora, consistente en hacerles callar, en inhibir su necesidad de ella.  

Piensa Marieta viendo a Ramón, su hijo,  que no la necesita tanto, porque si no hay tortilla, Ramón come lo de lo que haya. Cosme tampoco ha rechistado, al verle ha pensado que aquella baldosa que ha hecho de diana improvisada era en realidad su frente calva y blanquecina, que ella ya no besaba, que él no acercaba a la de ella.  Cosme, “ese hombre a medio guisar”, le decía su compañera Marisleysis, “qué poca chicha, hermana”, permanecía mirando desde lejos mientras masticaba como un rumiante un bocadillo de panceta de grandes proporciones. Los nervios le daban hambre, toda la vida, y por eso mordía con saña.  
  
-Mírala, Santi, está loca, -decía al cocinero mulato, que miraba a su negra Marisleysis de reojo.
  
-No está loca, se está liberando, hermano, -aclaró a Cosme.
  
-¿Y eso es malo? 
  
-Eso es lo que toca. 
  
Cosme arrecia la frecuencia de sus bocados, como queriendo acabar pronto. No quiere tener que salir corriendo a urgencias con el estómago vacío, y bebe con cara de pena una cerveza fresquita que le deja relamerse el bigotillo lleno de espumita blanca, y se sirve un café generosamente trucado y un trozo de tarta. 

-La pena me puede, Santi, -dice al cocinero
  
-Ya te veo.
  
Santi coge a Marislaysis por la cintura. 
  
-Oye negra, esto va mal –le dice al oído. 
  
-Ya lo veo –responde ella, asintiendo. 
  
Santi sabe que la próxima vez que Cosme pida algo a destiempo le pasará lo que a la tortilla, pero Cosme no lo sabe, y eso que es un hombre sagaz, pero ha tostado a Marieta a fuego lento y ya no puede evitar darle una vuelta más. Se ha acostumbrado a cocerla a base de pequeñas exigencias “¿Hay café mi amor?”, “¿Viste mis zapatos corazón?” Marieta se lo lleva todo, se lo arregla todo, se lo encuentra todo. Es tan eficiente, tan ordenada, tan diligente... 

Marislaysis supo que volaría el plato, supo que Cosme no entendería el mensaje y que tanto él como su hijo estarían pensando que qué lástima de tortilla, que si se quemaba la mujer lo mismo estaba sin cocinar unas semanas, que tendrían que ir a comer a casa de la abuela si nadie lo remediaba...  
Cosme lleva a Marieta a casa, después de lo de la tortilla le han dado en el bar la noche libre, y él necesita comer algo y relajarse y ver el fútbol. Y necesita que ella no le hable mientras lo ve, que pierde el hilo. Y Marieta necesita... 
 -Cosme... 
-Ahora no, corazón, ¿sabes si queda café? 
 Cosme aúlla en la camilla, se le ha caído una cafetera encima mientras se lo ponía, eso dice Marieta; tiene esa frente enorme llena de ampollas, qué cosas, ahora parece un ser de esos pequeños que viven en el bosque, es como un duende desgarbado que grita que ha sido ella, que ha sido ella... 
-Ande, sáquele sangre y verá lo que ha bebido, dice Marieta al médico de urgencias. 
Dice el informe que Cosme ha bebido un par de cervezas con el bocadillo, un carajillo después y un gin tonic, que es digestivo. Cosme se fumó un porrito en la trastienda cuando le llamó Santi para que recogiese a Marieta después de verle una sombra en los ojos. Le salió cuando el niño Ramón fue al bar a que le pusiera algo, que no tenía dinero, se le quedó fija cuando Cosme la vio “¡normal!” y le dijo con todo el cariño del que era capaz viéndole los antebrazos vendados: 

-Anda prenda, ponme algo hasta que empiece el partido, que vengo muerto... aunque sea una cerveza...

2 comentarios:

  1. Ya barruntaba yo que tiene sus complicaciones darle "la vuelta a la tortilla" pero leyendo tu relato he quedado plenamente convencido :-))

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  2. Creo que hay más ventajas que desventajas... habrá que analizarlo ;-)

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