lunes, 21 de diciembre de 2015

Perspectiva

Los plásticos en la tierra, de lejos, parecen agua. Los ponen en los surcos para que no crezcan malas hierbas, y cuando les da el sol pareciera que se hubiesen abierto las compuertas. Sólo de cerca se advierte el engaño. Nadie sabe cuánto tarda un plástico en desintegrarse, pero convenientemente molido por las cuchillas del tractor, atomizado con esmero, permanecerá años y años, se enganchará en las uñas de los gatos y dará color al marrón. El progreso era esto. El progreso.
Hubo tractores que molieron la cerámica de los antepasados. Cuando llegaron los arqueólogos encontraron cascotes. "Ripio", decía un lugareño. Sobre las espadas forjaron hoces y sobre los yacimientos, lo que se pudo. En un lugar de la vega, da igual su nombre, es irrelevante, el agua parece plástico a veces, espesa y verdosa. Parece que se puede cortar con un cuchillo. Los ecologistas son un coñazo, eso lo sabe todo el mundo, de toda la vida se ha desplumado un pollo y se han quemado las plumas, o se han echado a la azarbe para que vayan como juncos por el Nilo. El plástico no es sólo negro. Es cobalto y blanco, como los bidones de pesticida que acaban en el agua, flotando junto a las cañas donde se para un instante una garceta. (La evolución ha querido que las aves aprendan a comer basura o al menos a no morir cuando se acercan a ella). ¿Habrá garcetas en el huerto de los lixiviados? Es una metáfora visual impagable, el río de pudredumbre que rezuma el subsuelo. Milagro. 
El plástico de las tarjetas, de las acreditaciones, de los rótulos de los despachos tiene un brillo satinado que recuerda ese del agua falsa que llena la huerta de progreso y hombres venidos desde la frontera sur. Como el agua del surco se ven  pero no están. No constan. No son. Tal vez vengan de otras vegas iguales a esta, quizá ya no son ni de allá ni de aquí. Debe ser complicado convivir con la mirada y el comentario que aflora desde el subsuelo de la gente sensata que elige cualquier cosa menos el caos, si es que el caos existe, porque nadie lo ha visto, ni nadie ha traído noticias de él. Debe ser complicado también intentar que nada cambie, que todo siga igual año tras año, década tras década, desmontando una montaña, construyendo una playa o exterminando unas especies sin que exista un coste para eso. Habría que preguntarle a la garza que se ha parado al lado del canal. 
Ella sí distingue el plástico del agua a simple vista.

2 comentarios:

  1. No puedo quitarme en mi revoloteo de los pájaros de mis neuronas esto que dices:
    "El plástico de las tarjetas, de las acreditaciones, de los rótulos de los despachos tiene un brillo satinado que recuerda ese del agua falsa que llena la huerta de progreso y hombres venidos desde la frontera sur. Como el agua del surco se ven pero no están. No constan. No son. Tal vez vengan de otras vegas iguales a esta, quizá ya no son ni de allá ni de aquí. Debe ser complicado convivir con la mirada y el comentario que aflora desde el subsuelo de la gente sensata que elige cualquier cosa menos el caos, si es que el caos existe, porque nadie lo ha visto, ni nadie ha traído noticias de él. Debe ser complicado también intentar que nada cambie, que todo siga igual año tras año, década tras década, desmontando una montaña, construyendo una playa o exterminando unas especies sin que exista un coste para eso. Habría que preguntarle a la garza que se ha parado al lado del canal.
    Ella sí distingue el plástico del agua a simple vista"
    Un abrazo de milagro

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