martes, 29 de septiembre de 2015

Mal cuerpo

Espero ponerles mal cuerpo. Acabo de cenar y me ha caído en el plato un juicio. El matrimonio Basterra y la hija que vino de lejos. La hija muerta, ¿me siguen?
Espero ponerles mal cuerpo para que les entre mala leche al escuchar lo que van a escuchar, lo que van a ver, la impudicia puntual de las noticias, el detalle escabroso, la foto que no debió hacerse y que solo confirma esa máxima que se maneja con tanta soltura en la tele: la maldad vende muchísimo.
La maldad vende más si va envuelta en suspense, que en palabras de Hitchcocok es creer que se va pensando casi un paso por delante de lo que se ve. Es un ejercicio de credulidad ese suspense, es una manipulación del espectador, que en una película está bien, pero en todo lo que no sea ficción me chirría. Desconozco si es conveniente que al mismo tiempo que se celebra el juicio se trufen los matinales de informaciones relacionadas con él.
Les van a  dosificar el tema, por lo menos hasta que salga la sentencia: tienen miga los papás. No son los sospechosos habituales, pero es que por Dior, alguien debe decirle al público, a los niños,  que tenemos más posibilidades de ser atacados por alguien de nuestra familia que por un señor con gabardina. Tanto nos han machacado con aquella frase de las sentencias antiguas -"vista su cara y su cabeza"- que esperamos ver una persona desagradable, adicta, con las huellas de la marginalidad en la cara -los estigmas, ya saben- sentada en el banquillo. A veces es así, sólo a veces. La cosa es que si como esta noche, me cae en el plato la imagen de una niña que sé que está muerta, parece que con pixelarle la cara, pues, ego te absolvo. Y no.
La infancia debe ser objeto de protección siempre. Mejor un debate sobre lo que los educadores sabemos sobre detectar problemas en nuestros alumnos, en nuestros hijos. Mejor preguntarnos si sabríamos qué hacer,  si la administración tiene recursos para actuar con rapidez,  si eso se puede mejorar.
Qué mal cuerpo tengo, al saber que mañana, pasado y al otro saldrán mujeres perfectamente maquilladas dando detalles horrendos, colaboradores sesudos de camisas perfectas diciendo lo perverso de este caso. Como si sentarnos delante del televisor a empaparnos del caso no tuviera un algo mórbido. Pero como dice Mariola Cubells, hay un tipo de televisión que está diseñada para que el que la ve no pueda apartar la vista de la pantalla. Hoy tuve esa sensación de que alguien me quería abducir, y tras el mal cuerpo, me dije si ese tiempo que estuve mirando la tele antes de cambiar de canal me hacía más sabia como madre, más sagaz como profesora, mejor profesional. Y la respuesta es que tengo mal cuerpo. Ojalá se lo haya comunicado y mañana cambien de canal. La criatura se lo merece.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Pudor

Escuché a una madre a la que le había desaparecido un hijo: no volvió a acostarse en la cama, le esperaba en el sofá. Le dijo que volvería. Le dijo que la llamaría. Y él nunca se retrasaba. Si le dijo que volvería...
Le esperó rodeada de cojines durante semanas, meses, años. 
Le esperaba vestida, por si tenía que salir apresuradamente.
Le esperaba con el teléfono a mano, para cogerlo si la llamaba. 
No puedo saber lo que siente un padre que espera al hijo que no ha vuelto. Nunca abandonan. Los padres nunca abandonan.

Ayer alguien, ante la aparición de unos restos óseos, pensó en Yéremi Vargas, y la foto del niño empezó a rodar otra vez. Vi al padre en televisión. Leí la petición de cautela de la madre... se desmintió a lo largo de la tarde la noticia que no era tal. ¿Y si hubieran esperado un poco? Mañana más detalles, quizá un recopilatorio, un especial...
En algún programa, además, enlazarán con más detalles escabrosos del crimen de la peregrina, que también tiene padres. Hasta el presunto culpable los tiene. Para qué vamos a engañarnos: hay detalles que sólo corresponden a las familias.

Pudor, señores. Pudor.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Días con trampa

Mañana es 11 de septiembre, y con el día, las efemérides.

Un 11 de septiembre me alegré de no tener hijos, luego me di cuenta de que ellos, que son mi vida, conocerían muchos más radicales que aquellos que chocaron contra las Torres Gemelas, que no se extirpó el mal con la represión, que al estar más vigilada no estaba más segura. Que las guerras se alimentaron en favor de o en contra de, que los de siempre se forraron vendiendo primero las balas y después la protección contra las balas. 

Otro 11 de septiembre fue el de Allende. Allende es de mi familia, he crecido con sus gafas y sus discursos. La enseñanza de aquel día la sintetizó Naomi Klein: el shock. La de gente que tomó café, comulgó y se fue de paseo con Pinochet. La gente que fue paseada por no comulgar, la de gente buena que no volvió nunca más a tomar café. Digo yo, que algún día todos pisaremos las calles nuevamente.

Antes que Allende, un día 11 de septiembre, los nazis empezaron a exterminar judíos en Bielorrusia. Y siguieron y siguieron. Eran una amenaza. El ser humano a veces se siente con capacidad para odiar pero no tiene  instinto suicida en el momento previo a causar un holocausto. Fallos evolutivos, supongo.

Mañana, 11 de septiembre, se espera-desea una catarsis que palpitará en los pechos de los que creen en la bandera, la nación, la independencia de Cataluña. Es obvio que la patria no pertenece solamente a los partidarios de la  independencia. Incluso hay quien no cree en la patria, pero no en la catalana, en ninguna. Yo misma, natural de Barcelona.

O sea:
Un mundo armado, ardiendo por los cuatro costados. 
El miedo, aplicado sin pudor.
El mal, justificado por aliados cobardes, anidando en mentes inteligentes.
Ciutat morta, encara...

Hay días que caen en el calendario cargaditos de veneno. 

jueves, 3 de septiembre de 2015

Cosas

Como  soberanos que somos hemos decidido no compartir nada: ni cielo, ni agua, ni suelo. Tenemos una vanidad sin limites y le ponemos límites al aire y al mar. Espacios que pertenecen y se guardan. Con armas carísimas. Dentro de esos espacios -tierra, mar y aire- se desarrollan nuestras vidas, llenas de cosas. Esas cosas son más o menos valiosas, las protegemos, nos protegemos. Que nadie ponga los pies en mi casa, en mi cielo, en mi mar.  
No hay tanto mar para tanto muerto, ni cielo para tanto sueño. Las nubes circulan por los cielos estimulando la imaginación, guiando a los viajeros en viajes con final abrupto, o sin fin, que de todo hay.  ¿Qué hacen cuando alguien a quien esperan no llega? Imaginen que su hijo sale y ya no vuelve. Removerían ese cielo y esa tierra. Pero ay del que quiera venir a compartirlo. Para él habrá un lugar donde confinarle, una valla, una alambrada, un traficante. 
Por cada bomba que ha fabricado el mundo libre, por cada partida de armamento que le hemos vendido a los pobres, hemos fabricado unos metros de espino con cuchillas, para contener a los que huyen. Para que no se queden con nuestras cosas, fíjese, que en ese suelo junto a los raíles hay jornaleros y profesores de los que aprenderíamos mucho, y que muy posiblemente tuvieron más que yo en ese lugar que ya no está. Defendemos nuestros bienes como si valieran la pena, como si ellos los desearan siquiera. La pena es que nos aferraremos a las cosas, a nuestra mala conciencia y miramos al cielo consternados. Dice el presidente que por Navidad nos llevará a las urnas. Quiere que le regalemos cosas: un salario, confianza, poder para hacer presupuestos para comprar armas, poder para legislar para poner más alambradas, más muros, más tarjetas... 
Si las noticias horrendas con o sin foto no nos hacen pensar con claridad, nos merecemos estar al otro lado de las vías del tren, donde la gente se agolpa para llegar a Europa, que es como ser un mitológico que periódicamente se agita de la misma forma. Todos los que provocaron los terremotos tuvieron a su lado a millones de personas aterrorizadas que pensaron que no habría bastantes cosas para todos. Esos hombres no tienen hijos, o no los quieren como esos padres que huyen de las bombas. O son unos psicópatas, que también puede ser. Nos han hecho creer que estábamos seguros en una tierra cercada con porteros inflexibles que fueron muy útiles para protegernos del exterior. La seguridad era, por lo visto, no llegar a ver la foto, aún cuando haya miles, millones de esas fotos. La seguridad era tener tanto como podamos acumular, no escuchar lo que viene de lejos, hablando esas lenguas que no subtitulan en los informativos. Será que no nos interesa lo que tienen que decir. Tal vez en el fondo hay quien sólo quiere que se vayan, para que nuestras cosas, esas cosas que ningún muerto se lleva al otro mundo se acumulen más y más. No hemos pasado de la edad de "es mío"... para que digan que Europa es vieja. Está en la edad de los pañales. Pañales de niño muerto, esos pañales.