jueves, 11 de febrero de 2016

Abejas

Está el poniente amarillo y seco. Seca la piel y las hierbas que me atacan desde el aire con gránulos de polen volador. Cuanto más seco el poniente, más dulce es el aire, eso lo sabe cualquier asmático declarado, de esos que toman el aire con ansia y gastan chepa a fuerza de proteger los pulmones con costillas de resonancia metálica. El cuerpo a veces es un corsé que chirría y agobia, y no deja paso al aire que llega hasta uno, transportando de paso a una abeja que va tomando tierra, exhausta y peludilla en cualquier acera de la calle. 
Dicen que si pones una cuchara con agua y azúcar a su alcance, al cabo de un rato se obra el milagro y la abeja vuela poco a poco, como un planeador antiguo, buscando la inflorescencia de los romeros que están reventones y orgullosos, a merced de todos los aires.
Dicen también que apenas hay miel, que nos extinguiremos sin abejas, y me giro con cargo de conciencia a ver la abeja que acaba de aterrizar en el asfalto. ¿Y si voy a por el almíbar? Estoy lejos de casa, no me viene bien ahora.
Entonces, la sorpresa: un perrazo de ojos marrones se acerca tanto a ella que parece que la va a engullir y el vaho de su narizota da aire a las alas del insecto, que empieza a  moverse poco a poco. Tal vez eso sea un aliento de vida. La abeja sale volando y el can la mira hasta que se pierde, dueña de los cielos revueltos, casi primaverales, cálidos, golosos.
Está el poniente que seca la piel, la cuartea. Cosas de asmático. 
Si yo estuviera por un camino cualquiera, empujada por un viento furioso, si yo terminara flotando en el mar con un chaleco, esta piel que me cubre malamente, este aire que apenas me llega... Me ahogo. No quiero pensar en eso. Elijo y pienso en la abeja. 
Si yo fuera abeja y me cayera agotada a un suelo que no conozco, si estuviera a punto de morir sola y sin que un humano me diera una gota de agua de vida, tal vez pasara un perro que me mirase con cariño y me empujara a seguir. Tal vez un mundo de perros sería un mundo feliz, sin abejas en los caminos, sin náufragos, sin gente que mira a otro lado o piensa en otra cosa. Tal vez no haga falta que se extingan las abejas para que desaparezcamos. Tal vez desaparezcamos por nuestros propios medios. 
Tal vez la abeja y el perro conversen, desolados, sobre esta especie destructiva, errónea y se digan que es cuestión de tiempo que la tierra se cobre el tributo por todas las fechorías cometidas. Si fuera abeja o perro huiría de algunos hombres, o de todos. 

Tal vez en mi próxima reencarnación, si mejoro mucho, sea abeja.

9 comentarios:

  1. Está claro que los propios humanos con sus barbaridades, acabaremos extinguidos.

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  2. En tu caso quizá no necesites mejorar mucho. No se puede decir lo mismo de muchos y muchas... Gracias por el relato.

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  3. En tu caso quizá no necesites mejorar mucho. No se puede decir lo mismo de muchos y muchas... Gracias por el relato.

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  4. Cuando descubrimos la forma de poder volar empezamos a querer ser abejas, y cuando un perro se hizo nuestro amigo también notamos el calor de su aliento

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    1. Hay que estar ojo avizor y localizar gente perruna... Gracias por pasarte ;-)

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