martes, 28 de junio de 2016

A veces van solos

Los asesinos a veces van solos. A veces asesinan con impunidad, o lo intentan. A veces tienen quien les ampare, o quien les disculpe. Incluso a veces, si son más afortunados, encuentran quien reescriba la historia de sus infamias. A veces los asesinos no van solos y llevan de la mano a gente opulenta, o a gente ambiciosa. A veces los asesinos no son sino matarifes, o aprendices de carnicero. A veces son sólo gente tarada al servicio de una causa, o integrantes de una jauría que no lo parece. A veces, sin querer, le hemos dado la mano a un asesino, y hemos sentido que su mano es como la de otro, que no hay nada en ella diferente, que no le odiamos visceralmente y hasta empatizamos un instante, y pensamos con repugnancia si en nosotros hay algo de madera de asesino.

(Salió el informe de la tortura. 4.009 casos desde los años 60 en Euskadi. Puede que sean 5.000, aún es pronto para cerrar la cifra. 
Dicen que en 2015 y 2016 no ha habido casos. Y respira una un poco.)

Juzgaron por fin al asesino de Víctor Jara. Teniente de un ejército golpista, servidor de un gobierno mimado por algunos guardianes de la democracia. Las canciones quedan en nosotros porque eran hermosas y mientras sonaban, nos contaban la historia del trovador en voz baja. 

(No se puede citar al maligno y para eso hay que bajar la voz y ser discreto. No hay que citar al peligro. Nunca.)

El 4 de Febrero de 2006, en un trasunto de Ben-Hur, a un policía le cayó un objeto desde una azotea. Patricia Heras, una poetisa que estaba en un hospital, fue elegida por su aspecto como parte de una conspiración contra la Ciutat Morta que quería aparentar lo contrario. Después de dos años de espera, conoció una condena de tres. Tras arruinarse y escribir, en un permiso, se suicidó. Difícil saber si hubo asesino, quién es el asesino, tal vez homicida, tal vez ni siquiera eso. Una legión de juristas, investigadores y teóricos harían falta para saber si hubo quien pudo calcular las consecuencias del experimento de poder de aquel día. 

A veces los asesinos no actúan solos, ni siquiera actúan. A veces la gente muere ahogada en el mar porque no nadaba lo bastante, o se suicida porque no tuvo suficiente aguante, o desfallece tras ser devuelta en caliente, y es la fatalidad, nada más.

(A veces las excusas no van solas...) 

miércoles, 22 de junio de 2016

Ofelia y Coppola

"A las 11 horas apareció la cabeza y a lo largo del día también otras siete partes del cuerpo"
En el río Zadorra.
Era Margarita, 60 años. La mataron en Vitoria.
Se me ocurren cosas feas, medievales, porque tengo la suficiente memoria para que esa frase se me haya grabado a fuego. Todos no somos iguales, por eso, tal vez en los debates electorales no hubo tiempo para que los candidatos hablasen de mujeres asesinadas con la entrega que muestran en otros temas. Sólo hubo tiempo para cabezas de lista. Encabezar el cambio, la regeneración, la estabilidad, la sonrisa, el saber estar, el sentido común, la limpieza en las listas, la suciedad en las finanzas, el mal gusto en los vídeos, la astracanada televisiva. El minuto de oro, de plata y de bronce, el premio de consolación, el diploma con flor natural.
Nuestros candidatos hombres no sé si duermen bien. Soñé a Margarita y a su cabeza. Un sueño feo y angustioso, de esos que te secan la garganta, de esos que te poseen durante parte del día cuando ya estás consciente. Tal vez haya algo freudiano y así será seguramente, porque no tuve la desgracia de encontrarla yo, para que su imagen se pegara a mi inconsciente, ni soy ese familiar al que le ha cambiado la vida para siempre, el que llorará su falta. 
Me invade una cólera sorda que no me gusta, porque dicen que apareció muerta, como si fuera una Ofelia prerrafaelita, como si estuviera blanquísima y serena, con un ramillete de flores en la mano. 
Malditos asesinos, malditos hombres que nos ignoran.
Cuando desperté del todo, con la amargura de la visión horrible, me dije que tal vez los hombres de estado reaccionarían más rápido si una cabeza de caballo apareciese al lado de ellos en la cama. Coppola es grandioso retratando la miseria humana. Sabe que a veces es más importante el tono que las palabras, por eso el día de hoy parece una secuela de "La conversación" (Coppola, 1974), donde vemos a un Gene Hackman espléndido escuchando y grabando lo que parecen obviedades para un hombre poderoso. Los hombres y sus conversaciones, que ocultan conflictos morales, y donde la mujer es un asunto menor... O no. Si no la han visto, deberían. Salvo que sean paranoicos, en cuyo caso, ni siquiera lean la prensa. El control que garantiza los intereses elevados a veces no resiste un análisis lógico. 
No les dio tiempo a hablar de las mujeres muertas. El tono, según lo rodó Coppola, deja desnudas las palabras.

jueves, 16 de junio de 2016

Puteando con deportividad

Es normal putear al nuevo. En lenguaje coloquial, putear es "hacérselas pasar putas" a alguien, o dicho de otra forma, hacerle aguantar lo que en circunstancias normales no aguantaría. Putear es reafirmar la jerarquía. Está asumido que si puteas, has llegado  arriba, o por lo menos, estás de alguna manera por encima de alguien.

Es normal que en el colegio se putee a alguien. Son cosas de críos. Que se haga valer. En cuanto se defienda esto se acaba. Es que no se hace con nadie, es que es raro. El #puteador es reconocido como un líder, o un macarra o un hortera, pero eso da igual. El puteado  algo habrá hecho para estar como está, porque los otros sí tiene amigos y él no. A los demás sí los invitan a los eventos. El puteado se ha ganado a pulso estar solo. Porque es muy raro, como la mayor parte de su familia.
(A estas alturas convendrán conmigo que todo lo que tiene que ver con la palabra puta tiene una connotación negativa, salvo para el proxeneta y el cliente, claro.)

Es normal irse de putas como remate a la despedida de soltero. El que entra a un burdel, aunque no esté con ninguna chica, puede contar a los demás que les clavaron porque sólo fueron a mirar, pero que había una que sí y otra que no, o que eran rusas o brasileñas, o que se les veía contentas, porque si no, cómo iban a estar "tan sueltas" (sic). Es una ceremonia de iniciación, un paso a la vida adulta, una suerte de toga virilis que se luce con orgullo entre los iguales sin que nadie les escupa en la cara por ello, o al menos no en público.

El caso Torbe deja al descubierto nuestras vergüenzas. La teoría del caso aislado se ha instalado en nuestra cabeza y nos remite a un estado acrítico en el que si ocurre lo que se ha declarado por las testigos no es cosa nuestra. Me recuerda mucho a eso que todavía pervive en muchas cabezas: aunque te mate a palos puede ser buen padre. Por la misma regla de tres, si es un putero puede ser buena persona. La violencia contra las mujeres se apoya en razonamientos de este tipo. Si un hombre piensa que puede mercadear con el cuerpo de una mujer, si los demás le compramos el argumento, si a ese putero le vemos como alguien a quien querríamos como vecino, esto nunca se va a acabar. 
No puedo quitarme de la cabeza un testimonio de una mujer que fue prostituta y se dirigía al aforo que la escuchaba horrorizada: si es bueno, si es una ocupación como otra, si no tiene nada malo, ¿por qué no les dicen a sus hijas que se dediquen a esto?

La respuesta la sabemos todos. En los próximos días escucharemos sobre los jugadores cuyos nombres han saltado a la palestra que son hombres jóvenes, que a ellas les va la marcha, que se les ofrecen por medrar...
Qué difícil tiene que ser tener un hijo pequeño en el fútbol base y tenerle que explicar algo así, qué difícil debe ser hacer de padre responsable y poner ese tipo de éxito como meta. 
Qué difícil y qué tóxico.

martes, 7 de junio de 2016

Tieso

Me casé con un tieso. 
Tuve hijos.
Antes de eso me licencié.
Cuando iba al colegio ya era pobre.
Mis hijos son doblemente pobres, porque su herencia tiesa es dominante. Cuando la herencia tiesa es dominante, cuando tienes además del estilo de vida la filosofía del tieso, parece que tu ADN se modifica y la tiesura es para siempre jamás, como en los libros de cuentos. Nos contaron el cuento de que estar tieso era cuestión de actitud, pero una cosa es serlo y otra es estarlo. Si tus bisabuelos ya estaban tiesos, será que no lo estás, sino que lo eres. Lo eres y has de asumirlo. 
Luego están los hijos que quieren ser como los otros hijos. A tí te toca enseñarles sin anestesia que seguramente son tiesos, y que como somos francófilos usamos indistintamente ser y estar. Este es un giro (o morcilla) más o menos elegante que no suele colar. Porque el niño no le importa el verbo être, pero reconoce las ojeras y el antiojeras, porque es listo como su padre -el tieso- y hace como que no se entera mientras va acumulando munición de preguntas. Las respuestas que das te las sabes de memoria, porque llevas más de cien años haciendo un mapa mental con objetivos más o menos asumibles, y has ido eliminando las excusas, por lo que adviertes que excusas ni una, que aquí sólo queda luchar.
Cómo lucha el hijo de un tieso. Se deja las pestañas en los libros. Traga saliva, aprende a aguantarse, a despejar las incógnitas poco a poco. Hoy, en el servef, el hijo de una señora  la miraba casi con compasión. Esa mirada quiere decir "¿estás cansada?" Lo estaba, era evidente. No sé cómo era su día y su noche, pero allí, entre tiesos, el niño miraba los zapatos de los que estábamos, haciendo una reflexión que nadie se atreverá a preguntar. La evidencia de estar entre iguales tranquiliza y deprime. Tenía cara de ser un chico listo, de haber visto mucho, de saber mucho. 
Ese niño tenía cara de ser tieso genéticamente puro.


jueves, 2 de junio de 2016

La culpa no es nuestra

Los hombres y las mujeres no pueden ser amigos. Los hombres quieren lo que quieren. Mantente virtuosa. Resérvate. Mientras tanto, que la falda sea larga, que no se ciña a tu cuerpo, que una llave de las que llevas en la mano sobresalga lo bastante para hacer de estilete si alguien te agarra del pelo. Córtatelo, porque así tienes menos posibilidades de que te cojan. También debes guardarte si vives en lugares con poca luz. Si es así tienes que buscar quien te acompañe. Que llegue hasta la puerta, que espere que entres, porque están en los portales, en las escaleras, en los ascensores. Porque acechan a alguien inocente como tú, que no sabes nada de la vida, que eres muy tonta porque los hombres son muy listos para estas cosas, que nacen con un instinto depredador que se despierta cuando empiezan a ser hombres. Cuando las mujeres empiezan a ser consideradas como tal tienen que llevar cuidado, o serán madres sin querer, serán víctimas sin querer y nadie podrá evitar que alguien las aceche y las mate por dentro, porque esa es la maldición de las mujeres.
Si llevas la sonrisa amplia, los labios rojos, los tacones altos, los escotes generosos, has de aguantar la zafiedad de un desconocido, el manoseo ocasional, el despecho de alguien que te codicia. El despecho es amor, y también los celos. Ambos harán enloquecer a un vecino intachable, a un hijo amoroso, a un trabajador aplicado. Ella le volvió loco, ella está muerta. Ella está destrozada. Ella no fue prudente, o casta, o lista. Ella y siempre ella.
Hace unos días en  Brasil, ayer en Sevilla, hace más tiempo en la India, en cualquier guerra olvidada y plagada de armas europeas, de esas que llevan la democracia en los casquillos... Perdón, déjenme que especifique: cada 11 minutos en Brasil, cada 20 en la India, cada 8 horas en España se denuncia una violación. Hay lugares donde se fustiga a las víctimas  por indecentes, hay donde aún  -cada vez menos- hay quien las criminaliza por no haber opuesto lo que antes se llamaba lacónicamente "resistencia suficiente" y se las revictimiza en interrogatorios que destrozan aún más a la mujer agredida. Seguro que recuerdan a Nevenka. Estamos estos días de nuevo leyendo y hablando sobre la cultura de la violación, que se fundamenta en una comunicación dirigida a las  mujeres. Deberíamos alguna vez poner el foco de la campaña educativa en liberar a las mujeres de la culpa, y  en decir claramente a los hombres que son los únicos responsables de las agresiones que cometen. Hay que educar a los hombres en igualdad y a las mujeres en  libertad. Tenemos que dejar de ser lo que ellos quieren que seamos. Ellos son los machistas, los postmachistas, sus múltiples variantes. Esos ellos son los que nos vejan y nos matan. Pero hay otros ellos: nuestros compañeros, leales y comprometidos. Tenemos que salir de una vez de esta espiral, somos la mitad del mundo, no somos un botín ni un objeto. Debemos empezar a ser lo que queramos.