lunes, 13 de marzo de 2017

Herencia

Cada vez es más caro heredar. Los pobres heredamos mucho. Nos pesa la herencia como una losa. Heredamos sobre todo silencio.
No hay nada que valga más que el silencio. 
El silencio hace que todo siga funcionando. Existe una creencia arraigada que asegura que si se rompe la regla del silencio, toda la armonía de nuestro pequeño mundo se resquebrajará. Los que nos rodean nos verán de otro modo. Murmurarán sobre nuestro desafío. No nos tendrán en cuenta. Seremos diferentes.

El silencio se teje lentamente. Es como el manto de Penélope. Tejido y destejido cada día, tan sólo un pequeño alivio con la noche, clandestinamente, secretamente, persistentemente. 

A veces alguien recuerda súbitamente. Pasó con las niñas de los preventorios, pasa con las víctimas de los colegios respetables que recuerdan un día, con todas las víctimas que no convienen, con todos los que saben lo que no debieran, con los que no están dispuestos a transigir. A veces el recuerdo llega a destiempo. Tal vez recordaban, pero callaban, porque el silencio garantizaba las órbitas celestes. Pero un día la palabra que sana y libera se abre paso, y descubren estos deslenguados que no están solos. Acto seguido aparecen de forma enérgica los que reivindican el silencio, la mordaza, la amnesia. Otros afines a los anteriores quisieran provocar la amnesia, anhelan impartir aquel silencio. Advierten sobre el cisma.
Disciplinan. Ignoran. Segregan. 
Sin silencio somos criaturas que no pertenecen a nada, desagradecidas, envenenadas. Así nos lo dicen con pena, con lástima, con asco, con ira, aquellos que nos enseñaron a callar con todos sus recursos, aquellos que son ese enemigo que no retrocede, que reivindica, que retuerce. 

(A veces en cualquier sitio alguien cierra la ventana para hablar de cualquier cosa. Por si le oyen. Y manda a los demás que hablen bajo. Si hablaran alto no pasaría nada, pero no se puede desafiar al universo del miedo, que flota sobre las cabezas educadas en la sumisión, la ocultación y el disimulo.)

Hemos heredado cantidades ingentes de silencio, y heredar cada vez es más caro. Ganas dan de renunciar al silencio y quedarse con las palabras para gritarlas.  Imaginen, disponer de todas las palabras, hasta esas que eran de otros. Sobre todo esas palabras. Entonces sí seríamos ricos.


4 comentarios:

  1. (



    )
    Reivindico el silencio de trabajar en paz, concentrado, si acaso rasgado levemente por un tarareo mental. El silencio de quien no consiente y obra contra el agresor con sus mismas armas: el sigilo y la sorpresa.
    Reivindico el silencio yo, que amo tanto las palabras.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Oh, ese silencio... ese es casi medicinal. Pero ese es voluntario. Nunca impuesto. Nunca.
      Abrazos silenciosos ;-)

      Eliminar
  2. Efectívamente:"Entonces sí seriamos ricos".
    Chapeau

    ResponderEliminar