martes, 28 de marzo de 2017

Lèo y Nora

Lèo se sienta en el borde de la cama, le falta ese brío con el que comenzó hace treinta años en el cuerpo, trabajando a todas horas, resolviendo con  olfato y constancia casos que otros no querían. Recuerda el primer asunto que le tocó en suerte. Dos mujeres muertas en dos días, tiradas en un camino, rubias y jóvenes, destrozadas. Aquellas dos prostitutas jovencísimas con la mirada turbia y los bracitos amoratados le persiguieron durante años,  se instalaron en su memoria tal y como las encontró. Las conoció muertas y así se grabaron para siempre en su mente. Su posición entre la maleza le recordó Leaf Drift, de Arthur Hacker, había hasta cierta audacia en la composición de aquella imagen; parecía una estampa preparada para provocar asombro, para que el espectador no pudiera dejar de pensar en el autor. Viéndolas   fue la primera vez en la que la palabra sola cobró sentido para él. Nadie las reclamó, nadie estaba buscándolas, nadie las echó en falta por la noche, por la mañana. Quizá venían de un lugar donde había campos de trigo y las mujeres se trenzaban el pelo con lazos, tal vez eran hijas de alguien a quien la vida había sobrepasado. Puede ser que fueran como las amigas de Nora, unas chiquillas a las que les faltó olfato para huir del depredador. El caso es que allí estaban, con el pelo amasado en un charco de fluidos y amargura. Sin nombre, sin lágrimas. Y allí se quedaron habitando, en su duermevela de la tarde, inquilinas de la conciencia que nunca dejaba de trabajar.
Desnudándose en el baño repasa su cuerpo frente al espejo; las huellas de dos balazos y multitud de huesos rotos le hacen sentirse cansado, anhela su infancia segura de pan blanco y calostros, flotando en el río, cazando patos y gorriones para la cena. Desde los primeros casos la cabecita calcinada de un pájaro ya no era un bocado, era el cráneo de cualquiera de las víctimas llamándole para que perseverase, para que no se olvidase de él. Tampoco iba al pueblo a la matanza; su organismo había desarrollado una repugnancia absoluta hacia la sangre, la carne. Al principio, el olor a hierro le producía una reacción ansiosa que le costaba controlar, le invadían imágenes de borbotones de sangre, de desvanecimientos. Con los años todo se apaciguó, su temperamento se hizo más calmado y entraba delante de los menos curtidos a esas habitaciones en las que no cabía la sorpresa, porque en el umbral de la puerta la muerte saturaba su nariz recta, que solamente se arrugaba un poquito en la punta cuando la evidencia era indisimulable. Los muertos le salían al paso pidiéndole que no los abandonara y él les prometía secretamente llegar al fondo de todo. Lo que ocurría es que el fondo siempre estaba más abajo y descendiendo  llegaba a lugares que nunca hubiese querido conocer. Lugares con olor a cuero y esposas, olor a lágrimas, a hacinamiento, a orina en los colchones. Olor a miseria, a alcohol, olor a alcantarilla, a muerte…

Suspirando con cierto alivio puesto que ya ha pasado lo peor, Lèo prende unas varillas de incienso, cierra los ojos  y se calza unas zapatillas que le hacen sentirse bien. Visualiza el aire que sale de sus pulmones en forma de luz, estira de sus vértebras con unas cuerdecillas, apilándolas como si fuesen monedas. Aspira el aire para exhalar con él todo lo malo que oprime su corazón. Quiere que al tirar ese aire viciado que tiene en los pulmones salga de su cuerpo parte de la grisura, de los vapores que aspiró hoy en la calle, en los que habían prendidas palabras gruesas, pensamientos abandonados, ecos de risas y de llantos. Nora le sale al encuentro, embriagada de tristeza, vainilla y canela.

-Te mordería.

-Adelante.

Nora le acoge en un gesto maternal y sensual al mismo tiempo. Lèo se abandona: la única verdad ante la muerte era aquella batita de nylon con margaritas, donde se había hecho propósito de esconderse para siempre.

-A rastras me van a sacar de aquí.

-No les dejaré.

2 comentarios:

  1. La infancia es el refugio seguro en la madre.En la edad adulta lo es una bata con margaritas, donde esconder la cabeza.
    El trabajo es tan sólo un paréntesis entre dos mujeres...

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    1. Me gusta la última frase de tu comentario, sí señor...
      Gracias por la lectura ;-)

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