lunes, 10 de abril de 2017

Foto

Urueña, Valladolid. Foto de Nicolás Pérez (Wikipedia)
“En mi tierra hay ventanas desde las que se ve el infinito.”
Hay ventanas flanqueadas por piedras que fueron lecho de un río, piedras que llevan sobre ellas la memoria del cristal. Las piedras están donde los ojos no alcanzan, mucho más allá de la llanura, que no es cualquier llanura, que es la llanura como unidad, como valor, como esencia. En esta tierra hay una concatenación de llanuras que forman una sola, como esa sucesión de planos misteriosos que aturden la mirada de los niños que sestean sobre el pupitre,  llenos  esos planos de puntos invisibles que saturan sus ojos enormes,  delimitados por letras griegas que les dan entidad y les singularizan, cortados por líneas con más puntos que viajan veloces hasta el infinito. Mis planos verdes se suceden sólo hasta el horizonte, dando sentido a los sentimientos que despiertan, como las pequeñas felicidades que dan como resultado una sonrisa.

(Debo aclarar que aquí el verde no es verde, es mil tonos de verde, y la piedra es gris como el cielo del invierno, cuya única misión es acentuar el verde, ese verde, aquél verde.)

Desde esta ventana hay un universo de planos peinados por el aire que llega desde las montañas que no logramos ver, porque están demasiado lejos, o del cielo mismo, desabrido y perpendicular como los rayos que mueren en el suelo, inyectando la energía del cielo en la tierra,  formando un todo completo. Este mar verde preñado de rayos  está cruzado por varias líneas inusualmente rectas, que no han sido trazadas por el devenir de los pasos, por la tranquilidad de los tiros de bestias que hilvanan sus almas con la cuadra que les da calor y les cobija, una y otra vez, ida y vuelta, sin prisa. Son extrañamente rectas estas marcas que hieren el verde, pero si algo tiene la tierra es que es paciente y acabará con ellas sepultándolas con hojas, llenándolas de sedimentos que las harán fértiles, cuando las heridas se pueblen de forraje, ayudadas por la dejadez de los hombres. Entonces,  desde esta ventana sólo serán esas marcas como las venas abultadas de las manos de aquel hombre que trabaja cada día porque si no trabaja morirá de tristeza y de aburrimiento, como el escolar que no entiende la geometría, porque no puede pensar más que en  llegarse hasta el regato que no se ve desde la ventana a dejar discurrir pequeños juncos sobre la corriente invisible que se intuye tras aquel límite, un poco más allá. El hombre laborioso apenas se mueve, apenas un insecto en el horizonte mágico y humilde que se ve desde esta ventana donde reina con un bullir imperceptible el verde que se exhibe en una gama que nace y muere en el sol y el agua, amarillo y azul primarios, mezclados con destreza, embriagando la vista, dando matiz a  los ojos del que mira, zambullidos en el repertorio de esta foto atemporal que me regala Pilar. Gracias, querida.

12 comentarios:

  1. Las fotos deberían estar prohibidas porque secuestran el tiempo, lo paralizan y, una vez congelado, hacen de él lo que quieren sin respetar que el tiempo es ese patrimonio menguante que se nos escapa por entre los dedos con dolor silencioso.

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    1. ¿Cuánta melancolía cabe en una foto, Fermín?
      Sin embargo en tus fotos siempre hay alegría.
      No cambies. Abrazos ;-)

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  2. Es tan tierno que cuanto más lo leo más me llega la belleza.

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  3. Una descripción bellísima.
    Por cierto, Urueña es la Villa del Libro y en una de sus librerías (Primera Página) se vende tu 'Disecciones' :)))
    Un besazo

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    1. Pues no he ido y mira que me han contado maravillas... Tenemos que ir, ¿te apuntas, Laura? Un beso ;-)

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