lunes, 8 de mayo de 2017

Pepi

La radiofórmula nunca defrauda. Ahora mismo, una canción dedicada a una chiquilla:  “Para Pepi, de cinco años, en el día de su onomástica”. Qué cosas, llamarse Pepi en un mundo de Yésicas y Yerais. Y la onomástica, para rematar. No me puedo imaginar a una Pepi que tenga menos de cincuenta años, es como si a las casas volvieran las mesas de formica y los manteles de hule. Pepi de cinco años. Casi ná.
Tengo una amiga Pepi. Pepi y yo tenemos bastantes años y ya estamos por reírnos del mundo antes de que nos dé un ictus. Salimos a un ictus por barba, me dice Pepi cuando nos permitimos darnos un gusto saltándonos el régimen. Pepi se toma las pastillas del colesterol con poca fe, cree mucho más en el colesterol que en las pastillas, y por eso la idea del ictus la acompaña como una fatalidad ineludible.
-Si me pongo asimétrica llama a los sanitarios, que hay uno tamaño armario que me remata de la impresión.
A Pepi le gustan los hombres como el sanitario: grandotes, resueltos, de uniforme. Aún así, con los hombres que hay de uniforme de talla media-alta, hace siglos que está soltera. Casi se casa con un chico del pueblo que se murió de un ictus, fíjate tú lo que es la vida. Tenía Pepi hasta las lámparas colgadas en su futuro hogar, pero pensó que no se veía haciéndose vieja con él, y se fue corriendo en un momento de lucidez, y le dejó las lámparas basculando en el techo como en la réplica de un terremoto. No se llevó ni las bombillas.  Su suegra iba de vez en cuando y las encendía, como cuando se riega una planta que está marronceja y arrugada, sin resignarse una a la realidad de la existencia que pasa por dejarla ir y mezclarla con un poco de tierra para plantar perejil el año que viene. Cuando  vendieron el piso, tras varios alquileres mugrientos y desesperados y una reforma de envergadura, las lámparas imitación bronce coronaban el contenedor sobre una capa de cascotes de azulejo de tercera, con maceticas los de la cocina y pececicos los del baño, todo muy conceptual y apropiado, con la cocina en terracota como la tierra que el novio fallido siempre llevaba en las botas y los baños en azul celeste, como la creencia infantil que profesaba sobre él sobre lo masculino. 
En resumen, que Pepi dijo no.
Pepi de vez en cuando pasa por la puerta de la que iba a ser su casa y mira como con aprensión. Allí le dijo que no.
-Es normal que tengas miedo, cuando te pongas el anillo se te pasa.
-No tengo miedo. No me quiero casar  y arrepentirme.
-Vete a dormir y mañana hablamos.
Ella se fue a dormir, pero ya no hablaron.
-Se asustó, con lo grande que era…
-Si tú te crees que eso se lleva bien…
Esta Pepi es tremenda. Que se lo tomó mal, dice, cuando él había llevado hasta su ropa.  Ropa, todo hay que decirlo,  que tuvo que  bajar  en cómodos plazos ayudado por su madre y su hermana, que estaban para tomar un camino, con todo el vecindario pendiente, que parecía aquello el gallinero del cine.  Bajó las escaleras su traje de novio metido en una bolsa  larguísima, y fue depositado en la parte de atrás de un coche con muchísimo cuidado, como un herido que se lleva a la casa de socorro, aunque este herido estaba acabado desde antes de bajar. Que se lo tomó mal, dice Pepi…

Pepi está contenta de estar soltera, de sortear sus manías sin negociar con nadie, de  disponer del tiempo y el dinero como le da la gana, y es que Pepi, aunque su madre opinaba que estaba loca en su momento, se dio cuenta a tiempo que podía estar sola y bien, sin hijos y bien, que no pasaba nada de nada por no tener un hombre. Por eso cuando escucho que hay una niña Pepi parece que no me cuadra, porque ahora las chicas quieren enamorarse muy jóvenes, tener novio cuanto antes, emparejarse en la tele y que se entere todo el mundo. No, definitivamente no son como Pepi. Pepi es de otra época que no es aquella ni esta. Pepi es modernísima porque descubrió los poderes del “no“ antes que todos los gurús, corriendo el riesgo de ser odiada y compadecida en este pueblo en el que cuantos la ven relatan a la menor ocasión que las lámparas colgaban sin sentido mientras él lloraba en su casa sin sentido también, qué cosas.

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