sábado, 30 de junio de 2018

Eliseo (12)


El timbre, incansable, hace que Matilde acelere el paso hasta el interfono. Tanto estrépito para nada. No era más que un repartidor buscando alguien que le abriese el portal. La gente compra y compra, Eliseo. Yo he sido de tirar de tarjeta y sacarme las espinas fundiendo, pero hace tiempo que no, y después de lo de Remi, nada. Las cosas se amontonan y se amontonan. Y se olvidan. Si perdiera todo lo que acumulé no pasaría nada. Hay trastos que hace diez años que no veo. Hay cosas que no sirven para nada y ahí están; creemos que con las cosas retenemos el tiempo, pero el tiempo se va zumbando. Tengo un trastero en el centro. Si me armo de valor y digo de vaciarlo necesitaré voluntarios… Eliseo cabecea afirmativamente. Como no se venga alguien conmigo no voy a poder deshacerme de todo, porque me está sobrando el alquiler y total, ¿para qué todas esas cosas? Tengo hasta bolsos buenos. Imagina, Remi, que tenía muy buen gusto, me compró un Chanel hace siglos. Me niego a llevarlo. Conocí a una señora cuando era estudiante, viuda de un funcionario, que llevaba pieles de verdad, joyas buenas, y tenía unos bolsos de infarto. Comía sopa de cascarones algunos días, y otros ni eso. Me parecía tristísimo verla comprar envuelta en aquellos restos del esplendor. Cuando pienso en el Chanel y en otras chucherías que guardo como un tesoro pienso que no debería ponérmelas por nada del mundo. Es como si me acercasen a la muerte, no sé, es una sensación extraña… Eliseo sonríe con dulzura:
-¿Has pensado en regalar  a Pili y a Susana lo que no quieras? El resto lo vendes.
Matilde se queda pensando en un inventario que la devuelve a otros días. Y los cuadros, Eliseo, a quién se los doy, si no quiero venderlos… además no me van a dar nada. Tengo un mueble bar bueno, pero es muy voluminoso, decía el que nos lo vendió que lleva limoncillo, y eso lo mismo vale dinero. Tuvimos una época de hacer fiestas y también teníamos vajilla, esa te la quedas tú, si la quieres. Rehúsa Eliseo. La vajilla aún te puede hacer falta, y si es buena, como las joyas, a una mala, la haces dinero. Eso es lo último. Iremos el fin de semana, si te parece. Me parece. Dame un abrazo, que me salvas la vida. Y tú a mi, Matilde. Cena algo, anda, no tomes más café, dice el amigo a la amiga, antes de asomarse con mucho tiento para no despertar a Remi que está con los ojos cerrados sobre un lado de la cama.
-Que no venda las joyas, que se las regalé yo, Alfredo, ¿me oyes?
-No las venderá, no te preocupes.
-¿Iremos a pescar mañana?
-Iremos, descansa que mañana vamos a madrugar.
Remi se queda quieto, como un niño obediente, convencido por un instante de los planes de mañana. Eliseo baja el rellano despacio, pensando en cómo ha de ser ese ir a la deriva. Cierra su puerta, piensa en los trastos de Matilde. Cualquiera tiene un mundo de cachivaches. Susana está en el balcón, le saluda desde lejos. Él agita la mano. Hoy parecía estar mejor, eso dice Matilde. Debe ser una carga pesada tener la tristeza esperando, acechándote por cualquier cosa. Paco es un tío entero, eso también lo dice Matilde, y lo lleva todo con cabeza, porque otro hubiera claudicado. A Eliseo le rondan unas frases que Matilde repite y se repite a la más mínima ocasión. Hay que querer mucho, dice Matilde en un susurro, a veces mientras toma un sorbo de la taza que la acompaña a todas partes, a veces mientras ve dormirse a Remi. Hay que querer con locura: es como tener una hucha de la que uno saca en la escasez. Hay quien piensa que nunca llega, pero llega la carestía, y sacas de la hucha un día y otro. Matilde proclamaba que había que querer mucho al otro, quererle con todo el respeto, quererle por lo que ha sido, por lo que queda escondido en el cuerpo, debajo de todo lo que la vida ha traído. Matilde es sabia, se dice un Eliseo callado, observándose en el espejo. No conoce a nadie que sea como ella, ni nadie que quiera así.
Susana observa a Matilde. Tras despedir a Eliseo ha salido a la ventana a mirar cómo anda el mundo. Agita la mano y saluda. El saludo es devuelto al instante. No quiere hablar con ella ahora. Y sabe que está sola y que sería bien recibida, pero a poco que comenzasen a hablar le preguntaría por lo suyo. Que si está mejor, que si Paco es bueno, que si debemos hacernos fuertes, que si la vida es una estafa, que si yo creyera en Dios, pero ni eso. No, Susana no se siente capaz de soportar al  torrente Matilde, que derrocha cariño y palabras para Paco y su paciencia, para Paco y su buen pulso, para Paco, ese tío tan cabal, que tú no te has dado cuenta, que a ratos vives en otra galaxia, que es de oro de ley. Susana se siente incómoda cuando la conversación toma este rumbo. No cree que haya de defenderse de sus bajones y sus tristezas, pero sin saber cómo termina intentando justificar  esos sentimientos que la asaltaban de vez en cuando sin causa aparente. Ella y sus melancolías, sus insomnios, su relación con la comida, que ya no era placer, sólo trabajo, y que la tenía aturdida al tener cada día el mismo dilema. Si ya no quiero hacer esto, ¿por qué lo hago? ¿He de estar atrapada lo que me queda de vida? Paco la ve hacerse estas preguntas mientras imagina su figura bajo el camisón. Siempre ha sido guapa Susana; con los años ha ido adquiriendo un aire lánguido que a él le parece que le aporta una belleza decadente y dulce. Cuando se lo comenta a Matilde ella le dice que eso solamente es tristeza y que ha de ayudarla a salir de esa espiral. Pili opina lo mismo: no ve nada hermoso en las ojeras y los suspiros que Susana va dejando caer al aire. Pili entiende de ojeras y de suspiros, de infelicidades y de pensamientos suicidas. Pili tuvo un marido y ya no. Es la versión reducida de su tragedia, que no sé si es tragedia en lo estricto, puntualiza una siempre jocosa Matilde a la que Pili se lo consiente todo. La versión extendida se llama Lola. Lola es cooperante en un lugar del mundo donde ser mujer no vale nada. Pili espera que vuelva Lola dentro de dos meses; entonces negociarán si se va o se queda. Cree Pili (y Susana, y Matilde) que este mundo del barrio se le quedará corto a Lola y que tarde o temprano querrá marcharse. Y que Pili no la acompañará. Paco sabe algo pero no sabe si quiere conocer el detalle de la historia. Sólo ha visto una vez a Lola. Le pareció descolocada en el taburete de la barra, con su pelo entrecano, suelto sobre los hombros, alborotado, libre. Llevaba una blusa blanca sin planchar, un collar de semillas. Lola no pertenecía a aquel lugar, estaba claro. Es cuanto puede decir Paco de Lola y de su futuro con Pili. A veces Susana le dice que también es mala suerte querer a alguien que anda tan lejos y Paco calla, porque en ocasiones les separa una distancia imposible de precisar. Son esos momentos en los que no ha pasado nada y que hacen que el corazón se encoja ante un silencio que empieza quedo y se va solidificando hasta parecer indestructible. En esas ocasiones Paco quisiera poder invocar una palabra que la hiciera reaccionar, pero el silencio se hace fuerte y sólo cesa cuando uno de los dos duerme. Si es Susana, normalmente en el sillón del balcón, ocurre un prodigio, y es que con esa respiración tranquila de ella, fuera ya de este mundo consciente que la asfixia y la entristece, parece que caen todas las barreras y Paco se siente con derecho a acercarse a ella y observarla de cerca, hermosa, tranquila, en paz. Piensa Paco que tal vez sus sueños la transporten a ese lugar feliz donde no ha ocurrido su vida, donde se teje esa existencia inventada que tanto la satisface, donde no sabe si está él, o el hijo que aprende a volar sin que puedan remediarlo. El hijo está donde debe estar, a menudo se lo dice antes de hundirse porque echa de menos al niño de ojos enormes. Paco reza poco, pero reza con fervor porque las altas capacidades del hijo abarquen también la capacidad de comprender a Susana, la capacidad de empatizar con el mundo, ese mundo que el hijo ha sufrido como sucio, hostil, absurdo. Sólo en esas ocasiones Paco ha tenido verdaderas intenciones homicidas. Se da miedo cuando ve a su cachorro en peligro, con el corazón desbocado, reprimiendo la cercanía física con un cualquiera que ha decidido divertirse un rato a costa suya. Fue Matilde la que les aconsejó el colegio y Susana le guarda por eso una cierta reserva, aunque sabe que era lo mejor para los tres. Paco se rasca la cabeza mientras Susana duerme, y sin pensarlo dos veces, baja a la calle a caminar un rato. Por la acera de enfrente un hombre camina como él, prácticamente en pijama, sin ninguna intención atlética. Al cruzarse, ambos levantan la vista. Eliseo se sorprende al ver a Paco a esas horas por la calle.
-Hola, ¿todo bien?
-Bien, no podía dormir. Mañana viene mi hijo.
-No sabía que tenías un hijo.
Paco echa mano al teléfono y hurga en los archivos hasta encontrar una foto actualizada de su hijo.
-Se te parece a ti.
-Ya quisiera yo… ¿Habrá algún bar abierto a estas horas?

5 comentarios:

  1. Me gusta mucho el concepto de tener escondido lo se ha sido debajo de lo que ha traído la vida. No se ha dejado de ser, solo que ha ocultado...

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  2. El anterior comentario es mío. No entiendo cómo me pone como desconocido. Cosas de la informática...
    Besos

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    1. La vida trae y lleva, pero debajo de todo estamos, sí... Gracias por estar y por ser. Besos ;-)

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