domingo, 8 de julio de 2018

Eliseo (13)


Pili está sentada en la cama, leyendo un correo de Lola. Sólo es una hora más tarde allí, pero las separa un mar y más de ocho mil kilómetros. “Hago aquí mucha falta; podías venir a verme. Te deben unas vacaciones, me lo has dicho mil veces…” Pili no recuerda qué le ha dicho a Lola. A veces, cuando están juntas no sabe lo que dice y no recuerda las escenas con nitidez. Sólo le vienen a la mente  imágenes sueltas, oníricas, en las que Lola se aparta el pelo de la cara, se acerca para besarla, o muerde una manzana con la mirada perdida, una manzana que ha abrillantado contra su blusa con grandes dosis de paciencia, lentamente, como si hubiera de fotografiarla después. Donde está, la prisa no tiene sentido, sólo vivir con conciencia. Así lo siente Pilar, y se desespera por ello. Ahora estará durmiendo. Lola duerme muy bien, sin removerse apenas. Pilar se levantaba sigilosa para poder verla soñar, para exprimir más los minutos. Le resulta insoportable saber que llega, saber que se va, saber que no puede retenerla. En realidad no puede retenerla nada; es Lola demasiado libre. Lo dicen las arrugas de su rostro, las canas, la risa, esas gafas que no se llevan. Pilar lo asumió hace mucho haciéndose trampa a sí misma. La convenceré. Querrá quedarse. No se irá sin mi. Me llamará cada día. Me escribirá cada dos. Vendrá cada mes. Lola ha sido muy clara dándole la oportunidad de negarse. Puedes no  venir y no pasará nada. Seremos muy buenas amigas, sabremos que hemos amado; no quiero que seas infeliz, no quiero que me reproches nada. Si me recriminas algo, me perderás al instante. Sólo quiero gente feliz, gente entera, gente contenta con sus decisiones, Pilarcita.  Pilar se enfada con ese Pilarcita que en labios de Lola suena a chiquilla ñoña y enmadrada. Ella es un poco Pilarcita, y aunque quiere decirle al mundo que es más Lola, la mata esa pena romántica de la ausencia de la piel, ese querer estar con el otro, tan cerca como sea posible, llenándose los ojos y las manos de ese amor carnal y loco que la lleva torturando desde que  Lola dijo que se iba a desarrollar un proyecto solidario para quitar un poco de dolor al mundo. Pilar se lo dice a sí misma: tanto dolor quitas como das, Lola. Y más que decirlo lo piensa, porque cree que Lola podría oírla, o sentir que esas palabras flotan entre ellas, y no lo podría soportar. Para que Lola vuelva, Pilar ha de aprender a no necesitarla tanto, que haya algo más importante, más vital, más arrollador que un amor maduro a destiempo. Esto del destiempo tampoco podría decírselo sin disgustarla de veras: Lola cree firmemente en vivir hasta el último instante con fidelidad a la vida, por lo que no hay nada que no llegue cuando le corresponde. Ve a las personas como semillas que germinan cada una cuando le toca, obedeciendo a leyes que nada tiene  que ver con las querencias. Pilar reflexiona estas cosas sin atreverse a escribir nada, observando los caracteres perfectos de la letra del ordenador. Cualquier cosa que redacta es peor que la anterior. Borra y borra. No, así no volverá Lola, se dice. Y si vuelve se irá. Y cada vez tardará más en volver. No se atreve a decirse lo que ya sabe: que Pilar no viene, pero que ella tampoco quiere ir. Cree que no sabe vivir fuera de ese barrio, de sus amigas. Es una creencia paralizante, terrorífica. Necesita el cielo que conoce, ese paisaje que es parte de ella. No hay solución esta noche, se dice mientras cierra el portátil ahogando la luz en la que faltaban las palabras mágicas. Te quiero, le escribe Lola desde otro mundo. Y yo a ti, contesta la panadera al aire, apagando la luz de la mesilla, intentando un sueño que no llega.
Paco y Eliseo han llegado a una gasolinera donde ponen un café horroroso. Aún así, van a probar. La empleada se llama Florinda. Es amable, pero el café, como era de esperar, no tiene un pase. Eliseo da el pie a Paco, le cuenta que tiene una hermana difícil a la que ha dejado el marido. Paco suspira un momento antes de contestar en  primera persona:
-Debe dar vértigo eso.
-A ella le ha hecho un favor.
Paco acaba confesando que conoce a Tere y a José Antonio y pregunta a Eliseo por Remi. Su rostro cambia, parece otro. Ya no es un hombre competente que tiene para todo una respuesta. Es un hombre herido con los ojos encarnados por la pena. A Matilde le vienes bien. Remi y yo fuimos muy amigos, pero yo no soporto verle así. No me conoce, no recuerda mi nombre. Soy cobarde con él como lo soy con Susana. Eliseo se remueve en la silla, incómodo ante la confidencia, nunca hubiera dicho que Paco es un hombre cobarde. Ella te observa por la noche. A ti y a todo el mundo. No pasa nada, hombre, ya hace tiempo que veo sus maniobras nocturnas. Un día le van a llamar la atención, porque tiene un telescopio de la NASA, y a la gente le gusta ir en calzoncillos por su casa sin que una pirada le haga una  radiografía. Se lo digo, Susanita, que nos van a venir a la puerta a decirnos de todo un día. Y ella se ríe y me dice que no hace daño a nadie, que es una cosa normal pasar el rato así si no se duerme. No sabría decir qué es lo que le ocurre. No quiere ir a un terapeuta, ni siquiera creo que le haga falta. Se pasa la vida esperando que cambie todo de golpe, como si fuese a ocurrir algo mágico. A veces compra lotería y se queda traspasada cuando ve que no nos toca. No quiero enfadarme con ella. Le gusta pintar, es buena, pero no sé si tanto como para vivir de eso.  No tengo ni idea de arte, yo sólo entiendo de menús y de cafés. Si ella se va del bar tengo que poner a alguien. No puedo y ella lo sabe. Es mayor para la universidad, tendría que hacer el acceso. Lo estuve mirando y le falta estudiar inglés y un par de cosas más, y para eso se precisa constancia. Cuesta admitir que ya no es tu tiempo, sino el de los hijos.  Le hace feliz pintar, podía pasar así horas y horas, pero estudiar y examinarse es otra cosa. No sé si sabrá fracasar, si podrá soportarlo.
Eliseo ha pedido otro café a Florinda mientras Paco se sincera. Da un sorbo y se cerciora de que es tan malo como el anterior. Le parece que lo de Susana es un problema  de verdad. Dice Matilde que es así desde siempre y que Paco pasa las crisis como puede. Que ella busca sin éxito una solución para las incertidumbres. Eliseo es un hombre de certezas, y no entiende ese desabrimiento que domina el ánimo de Susana, una mujer a la que supone práctica y organizada  a la vista de su negocio, uno de los más antiguos del barrio. Expone su teoría a Paco, que sólo acierta a decir que es Susana una mujer tremendamente compleja, que cada día le sorprende algo de ella, un matiz nuevo, una idea. Que tiene la impresión de que su cerebro nunca descansa y que a su lado él es solamente un hombre corriente al que el orden da mucha felicidad. Es una gran idea, se dice Eliseo. La felicidad en el orden, el equilibrio. La placidez de lo previsible. Esas son las cosas que le convierten en un tipo satisfecho, aunque este inesperado paseo nocturno le está gustando de veras, con las calles desiertas, los coches aparcados. Sólo rompe esa quietud un gato en algún rincón del seto, comiendo lo que le han dejado y huyendo de alguien que se acerca demasiado. Eliseo observa que ese alguien se les aproxima a buen paso y tiene tentaciones de salir disparado como el gato al reconocer al hombre que les aborda.
-A las buenas noches.
Yoni padre acaba de cruzarse con los hombres, interceptándolos en la acera. Eliseo da un paso atrás, esperando que el recién llegado le coja del cuello.
-Me ha caído un mes del rollo ese de la comunidad. Ya no tengo nada contigo. Al final ha ganado tu jefe.
Eliseo siente la palma del hombre, grande y caliente, golpeándole el omóplato repetidas veces en señal de reconciliación. Parece que escucha a Matilde decirle que no se puede fiar de semejante elemento, y que haga como que se va a su casa para ver las intenciones que tiene.
-Mira, Paco, parece que me está entrando sueño…
Paco bosteza largamente y asiente con la cabeza. Se aleja de él casi paseando, dando tiempo a un Eliseo aterrado a llegar a su portería y cerrarla antes que alguien entre con él.
-¿Te ha hecho algo?
Matilde sale a recibirle al descansillo. Os he visto desde el balcón, dice con una gran vena hinchada en la frente. Eliseo narra el episodio tranquilizándola. De paseo con Paco, se dice Matilde con un deje de envidia, es este puñetero calor, que nos escupe a la calle. Quiere saber si preguntó por Remi, si aún le quiere, por qué no viene a estar un rato con él. Dice que es cobarde, responde un Eliseo sobrepasado por el conocimiento de las emociones ajenas. Dice que es cobarde pero deja constancia de que no está de acuerdo. Pregunta Eliseo a Matilde si necesita algo, esperando que no sea así. Necesita sentarse en su sillón a ver cualquier cosa en la tele, a ver dar vueltas y vueltas a Nemo y a dejar la mente en blanco. Eliseo  Serrano, de profesión pasante, ha accedido sin pretenderlo a un pequeño universo humano. Desde hace unas semanas experimenta un sentimiento desconocido, que podía resumirse en necesitar  al otro. Ser alguien para otro, que el otro sea algo para ti. Algo así como una familia elegida, en la que hay luces y sombras, pero donde domina una sinceridad brutal que hace que todos sepan de todos. Ha decidido bajar sus defensas y eso no tiene marcha atrás. Las confidencias alimentan o matan la amistad, dice Matilde.  Nunca se había visto en una situación semejante, necesita tiempo para interiorizar tantos sentimientos nuevos. Tiene una sensación de estafa muy molesta, descubriendo a estas alturas de su vida qué llena la vida de la gente. Da una cabezada en el sillón que interrumpen unos nudillos en la puerta. Es Matilde.
-Sube, por favor. Es Remi.


2 comentarios:

  1. Ya me he vuelto a pasar por aquí, y me quedé a imaginar.
    Un gran abrazo!

    ResponderEliminar