sábado, 4 de agosto de 2018

Eliseo (17)


Carallo, Eliseo, eso sí son tiros largos. Eliseo tiene medio sonrojo ante la sorna de la panadera, que no ha podido dejar de advertir el cambio de indumentaria del  hombre, que, sorprendentemente, y en palabras de Matilde, defiende bastante bien la ropa que lleva puesta. Matilde se ha mostrado todo lo reservada que es capaz sobre el episodio de las compras, y Pilar se muerde las uñas pensando en el hombre bueno y fondón, hablando tras la cortina del probador, buscando la aprobación de una señora bien como Matilde, que es de esas señoras acostumbradas al buen corte y que te pone las costuras derechas y en su sitio con un procedimiento simple que consiste en una serie de pequeños tirones secos que hay que resistir sin mover apenas el cuerpo. Pilar siente fastidio sólo de pensar en ese momento de la prueba, y le llega el  tacto del acerico y el olor de la colonia de su madre, muy cerca de ella, probándole uno de aquellos vestidillos primorosos, llenos de entredoses y puntillas, que tan poco le gustaban a ella. Siempre fue Pilar un misterio para su madre, empeñada en convertirla en una señorita con lazos, entregada a  una batalla titánica por reforzar lo que hubiere en ella de la condición femenina, alejándola de aquello que destilaba bien pronto la Pilar niña, esa niña fuerte y frágil que trepaba a los árboles y mordía las manzanas sentada en una rama, si acaso el lugar y el momento más feliz que recuerda. Aquellas pruebas de vestidos a los que era sometida Pilar niña se prolongaron muchos años en los que subió de nivel la hostilidad ante las imposiciones, primero amorosas, más tarde autoritarias, de una madre desesperada ante lo incomprensible de aquella criatura que iba creciendo y que de cuyos cambios e incertidumbres  no queda constancia, pues Pilar se encargó de destruir cualquier imagen que la vinculase a aquellos días. Es hermosa de una manera honesta, así la ve Eliseo tras saber de Lola. Todo es diáfano en ella, ya no hay misterio alguno a pesar de su mirada de animal astuto y su reconocida solvencia al indagar en cualquier asunto; ya no había reserva entre ellos y eso había transformado la ilusión en camaradería, una situación mucho más agradable, qué duda cabe, se dice un Eliseo aún planchado por las estribaciones del asunto de Lola, que son las estribaciones de una ingenuidad que llevaba media vida regalándole sobresaltos. Hoy sólo es un chico que estrena ropa y que espera un cumplido de los suyos. Esa vanidad inocente enternece a Pilar que decide no ensañarse; ojalá no hubiera existido esa lucha inútil con su madre,  esas retahílas de excusas, esos noviazgos fallidos que no contentaron a nadie.

En cada uno de los fracasos que Pilar recuerda hay un porcentaje de autoengaño. Este extremo la castiga especialmente, porque cada una de sus pequeñas mentiras piadosas le robó un poco de libertad. Ve a Eliseo salir y ponerse unas gafas de sol, casi triunfante, y detecta ese aire que Matilde imprime en cuanto toca. Ella no era cobarde, ahora lo sabe. Simplemente había estado demasiado sola. Todos, en alguna época de nuestra vida, deberíamos tener cerca a alguien como Matilde.

Paco, hoy voy a hacer sólo ensaladas, voy a poner el menú en plan fino, a ver lo que ocurre. Paco sonríe a Susana, arrobado, de esa manera que uno sonríe cuando se siente invencible al contemplar al otro. Eliseo los mira de reojo y Paco, acostumbrado a entrenar su visión periférica, le guiña un ojo explicando con el gesto el tema mejor que con mil palabras. Ahora que lo piensa Eliseo, lleva dos días Susana sin salir al telescopio. Ha recobrado el sueño, la serenidad o la alegría. Algo de eso hay y ella pellizca a Paco al pasar a su lado, haciendo que brote en Eliseo algo parecido a la envidia, a la nostalgia, a una tristeza pequeña. A cada cual llega lo suyo, decía su tía Fernanda, una mujer que nunca superó ser viuda; Fernanda tenía una teoría rica sobre el amor carnal que explicaba entre fogones. Eliseo niño la escuchaba decir que ella estaba muerta. Pasó unos días aterrado, tras los cuales cayó en la cuenta de que no era así, y que decía aquello porque estaba muy triste. De todas formas en su ánimo quedó la impresión viva de una mujer poderosa, casi de otro mundo, que, de un negro riguroso, pasó los últimos años de su vida añorando a su compañero, que no marido, según Tere. Fernanda previno muchas veces a Eliseo sobre la gente que hace lo que se espera de ella, como Tere. Esa gente, le contaba ella en tono confidencial, no se roza, no se come con los ojos, no tiene esa ansiedad que te muerde las tripas cuando el otro no llega. Recordaba Eliseo a Fernanda al ver los gestos de Susana. Fernanda supo que Raquel sería una mujer mal casada y despotricó contra todos cuando supo que había muerto. Vosotros  habéis vendido a la niña por una finca. Y ahora está muerta, pero ya estaba muerta antes. La habéis matado entre todos.

Estos son un tango, dice Matilde al oído de Eliseo. Acaba de llegar al bar, y se sienta a su lado haciendo un gesto con la mano. Paco, uno de esos de verdad. Estos son un tango de esos que acaba mal, me recuerdan a Mónica Vitti y a Giancarlo Gianinni, dice Matilde con aire de reserva. Estos se adoran y se odian, se distancian, se quieren, se necesitan, se aburren… No puedo con ese desgaste. Paco es un tipo estupendo y sufre con sus cambios de humor, que dice que los tiene controlados, pero ya has visto el cuadro: que si no me acuesto contigo, que si no quiero bar, que si voy a dedicarme al arte, que si me he enamorado de nuevo. Ahora que no trabaja por las tardes ha llenado diez carpetas con dibujos y esto, te lo digo yo, Eliseo, esa manera exagerada de crear, es que viene el chiquillo y no le conocen, que da miedo un desconocido viviendo en casa, que tiene casi veinte años y lleva toda la vida fuera, de colegio bueno en colegio mejor desde que tenía diez años. Es brillante. Remi me lo decía, que cuando volviera sería desastroso. Tiene una beca que es un trabajo para toda la vida en una empresa de tecnología. Vino en Navidad dos días y apenas hablaron. No sé qué pasará, pero creo que él se irá fuera porque no le ata nada aquí. Tiene la edad de largarse y lo hará pronto. Y entonces Susana se caerá a cachos. Al tiempo, Eliseo, porque ella le quiere como se quiere a un hijo. Yo no he tenido hijos propios, pero he visto desvivirse muchos padres por ese  hijo que todos los días te prueba. 

Eliseo se queda pensando qué clase de hijo ha sido. Tampoco tuvo mucho tiempo de serlo, eso es cierto. Tere quiso hacerlo bien, está seguro de eso, pero no era su madre. Su madre. Qué lejos le queda todo. Parece un recuerdo remoto esa tarde en el pueblo, la gente observándole de cerca, las ganas de escapar de todo, la incertidumbre.   Es el hijo de Serrano, menudo sinvergüenza, que no ha tenido cojones ni a venir al entierro. Aquellas mujeres sin cara, hablando en el cementerio, aquel aire denso, bascoso. Eliseo ya conocía entonces que su padre tenía otra vida y que no quería nada con ellos, pero aún ahora, que es un hombre hecho y derecho, siente como si alguien le apretase la cabeza cuando nombran a Serrano. Parece que detrás del nombre de su padre habrá, indefectiblemente, un comentario sutil que haga referencia a la querida, al abandono, a los hijos sin padre, a la mujer que nunca dijo nada sobre el tema, porque tal vez Serrano volviera un día, como un gato que ha estado de ronda, con una oreja hecha jirones, y  todo se pudiera perdonar, aunque ese perdón, según Fernanda, era merecedor de un par de bofetones que nunca hubiera dado ella, incapaz de otra cosa que no fuera querer a los suyos con auténtica fiereza.

- Estás rojo como un tomate. Acabas de recordar algo.
-Mi padre dejó a mi madre. Mi padre era sargento. Era guapo. Un golfo. Mi madre le perdonó siempre, hasta cuando no volvió. Yo le hubiera tirado a patadas, pero ella no me hubiera dejado… Pero no hubo ocasión.
-¿Le quería?
-Como si estuviera enferma.
-Lo estaba, no te quepa duda. No se puede querer con un cheque en blanco, Eliseo. Hay que guardar un buen trozo de alma para cuando llega el frío. Mi alma está deshecha desde que Remi no está. No queda un ladrillo en pie, pero los cimientos son míos. No se puede renunciar a los cimientos. ¿Sabes de qué están hechos los tuyos?


4 comentarios:

  1. Muy poca gente consigue alcanzar la paciencia de tejedor que exige escribir así, hemos nacido en una época de frenesí febril y casi nadie consigue hilar así de fino y expresar tal cantidad de sentimientos durante tantos capítulos. Enhorabuena, esto pide un editor a gritos!!

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  2. Muchas gracias, ¡ponte a gritar ya!
    Besos miles ;-)

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