viernes, 7 de septiembre de 2018

El arca


En casa de mi tía había un arca de madera. En ella guardaba la lencería. Las patas, torneadas, estaban hechas a mano, cada una diferente, sorprendentemente iguales. Estaba allí, en la habitación que se veía desde el pasillo. Llegábamos y dejábamos encima los bolsos y las llaves. A ella no le gustaba, pensaba que no merecía el castigo de nuestra despreocupación. Ese arca siempre había estado con ella, y antes con su madre. Era un vínculo con la casa vieja que visitaba de vez en cuando, lo que quedaba de una vida larga y azarosa.
El arca tenía un inquilino, una carcoma enorme y voraz que todos habíamos asumido como parte de la familia. Roía y roía. Cuando hacíamos una pausa en la conversación ahí estaba. Asumíamos su existencia como parte de aquel mueble, para el que no había remedio razonable, según mi tía. La carcoma era parte del mueble y ya está.
La carcoma iba haciendo desaparecer la densidad del mueble, pero aparentemente estaba igual. Soportaba a los niños que se subían al descuido, los chaquetones de invierno, cualquier cosa que no supieses dónde dejar. A veces las personas son como ese mueble. Nadie repara en ellas, lo aguantan todo. La vida las destruye lentamente por dentro. Dejan de contar en los planes de los demás. Soportan situaciones que les sobrepasan  durante un mes, dos años, diez.  Se convierten en los ojos de otro, en sus manos, en sus piernas. En su mente. Desmontan delirios, curan escaras, realizan esfuerzos que sólo deberían estar a cargo de las máquinas que no pueden pagar. Las personas que cuidan suelen ser pobres. Se empobrecen rápidamente, aprenden a vivir con nada, encuentran sólo obstáculos. Y siempre hablan de lo mismo. Las amistades huyen, las familias envejecen. Y la carcoma triunfa y un día el mueble se desploma hecho harina. La tormenta perfecta. Y diremos que no debería haber actuado así, que no debería haber hecho ésto o lo otro. Opinaremos y llenaremos los periódicos y las teles de la truculencia de la camilla con sábana blanca, de los manifiestos oportunistas, de los líderes sin estrecheces.
Y por supuesto encontraremos una razón para disculpar el desamparo, la desidia y la incompetencia de nuestros gestores, que no han diseñado aún una estrategia que detecte una carcoma que rasca y rasca hasta transformar un mueble regio en algo informe y profundamente triste.


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