domingo, 4 de noviembre de 2018

Liberame, domine (4)




Luis, ese mecánico rumboso que se alimenta espiritualmente viendo la vida desde la esquina, ha cambiado la correa del ventilador del coche de Manel para que no vaya haciendo ruidos extraños.

-Las holguras, ya sabe, que hacen que vaya poco fino y al final se le gripe el alma al coche.

-¿Crees que tendría venta?

Manel está pensando en cambiar de coche y dar el suyo a cambio, pero no quiere tener problemas con el comprador, así que le hará una puesta a punto y después mareará a Paca hasta que acceda a comprar otro, porque este llevaba demasiados kilómetros. Luis está acostumbrado a la chatarra y este vehículo era una buena compra para un currante que no quisiera gastarse demasiado.

-Yo creo que sí, porque no está mal de motor, limpio por dentro y muy bien de chapa. Se nota que Paca le pasa el paño de vez en cuando.

-Del coche me ocupo yo, Paca ni lo toca. Luego me paso, prepárame la nota.

Manel se aleja satisfecho haciendo números mentalmente. Con doce o quince mil sumados a lo que dieran por este podían sacar un coche nuevo del concesionario antes del mes próximo. La adrenalina cada cual la consigue a su manera. Para Manel no había nada comparable a comprar y vender.
Luis no quiso ensuciar la tapicería y puso unas fundas de plástico en los asientos y en la alfombrilla del conductor. El mecánico  se ha sentido obligado a pasarle una gamuza con un chorrillo de limpiamuebles al habitáculo y aspirar unas virutas del torno que ha metido con el dibujo de la suela de las botas de seguridad.
Y ahí está Luis dándole con desgana, cuando un papelillo se resiste a desaparecer en la entrada del aspirador de mano. Es un ticket del centro comercial: dos botellas de aceite (3x2), arroz, detergente para el lavavajillas, sal, abrillantador..., un bidón de cinco litros de anticongelante marca “grrrr”…
Tras un minuto de estupor, se le escapa un pensamiento.

-Mierda. Le va a matar de verdad. Y yo tendré parte de culpa.

Se echa el ticket al bolsillo, lo cierra con la cremallera. Es una prueba, será una prueba. Toda la puta vida trabajando para quedar como un inductor al asesinato… su hermano le va a retirar la palabra y su cuñada… su cuñada lo va a desollar, con las ganas que le tiene…
Luis está asustado, desolado, enfadado… No sabe qué pensar ni en qué orden… ¿Cómo puede ser que Paca le hubiera tomado en serio? ¿Cómo una mujer como ella decide matar al marido solamente porque se lo ha escuchado a otro hombre? Y lo más difícil del caso, ¿podía él hacer algo para frustrar los planes de Paca?
Ha pasado una hora y Manel ha vuelto al taller a ver si se sabe algo de su coche. Luis está sentado en un banco con la cabeza agachada. Parece que un dolor intensísimo le atenaza.

-¿Estás malo, capitán?

-Ná, la gente que está ida.

Manel lo ha dicho sin quererlo decir, lo ha dicho de forma espontánea, como lanzando un acertijo, como queriendo que Manel le preguntara más y así poderle decir “oye, Paca está un poco rara”… Bueno, la verdad es que no le diría nada, él sabe que no. Se siente cobarde  ante Manel, no es capaz de revelarle el secreto de Paca que también es suyo. Quizá por eso no se lo dice y le deja marchar con el corazón en un puño.
Al entrar por la puerta del cuartelillo, temiéndose un ridículo espantoso, Luis duda si seguir o no. Le da en la nariz que va a sonar demasiado peliculero, pero era su deber, ya que él había comenzado todo ese lío. Tampoco la guardia civil era lo mismo que cuando hizo el servicio militar. En la puerta sin ir más lejos había un  cabo con unos brazos tatuados hasta el codo que ni Popeye. En verdad se sentía algo cascado viendo aquel portento de hombre. Tenía una sensación de culpabilidad creciente que esperaba aliviar con su confesión. Al entrar en la sala de espera un husky precioso del grupo de montaña le miraba desde un poster donde se recreaba un rescate de un dominguero con equipación deportiva completa. Se veía un animal noble, solícito, capaz de dar la vida por cualquier panoli con las polainas a juego con la chaqueta, de esos que se lo compraban todo, y se lo ponían todo, como si fueran olímpicos.

-¿Quién va ahora?

Una sargento sorprendentemente joven le indicó que ya podía pasar al despacho de denuncias.

-Siéntese. ¿Viene usted solo?

-Sí.

-Su DNI, por favor… ¿Y bien?

La sargento ha abierto el formulario y rellena los datos mientras Luis carraspea.

-Pues mire, vengo a avisar que mi vecina quiere matar a su marido.

La sargento levanta la vista de la pantalla para mirar con curiosidad al hombre.

-¿Y eso se lo ha dicho ella?

Manel se acaba de dar cuenta de que no le creerá.

-No, pero yo lo sé.

La sargento toma aire y mira a Luis fijamente.

-¿Y cómo le va a matar?

-Con anticongelante.

-¿Anticongelante de coche?

-Sí, de ese.

-¿Y usted cómo lo sabe?

-Porque yo le di la idea.

“Pero bueno… que él le ha dado la idea, nos ha jodido el químico”- piensa la mujer.

-A ver, hombre, explíquese- dice la mujer con una sonrisa.

La mujer ha comenzado a hacer dibujos sin sentido en la esquina de un folio. Es una forma de canalizar un nerviosismo creciente ante la historia de este hombre. La mujer pinta y pinta hasta rizar la esquina de la hoja. No hay quien se trague esta historia, no hay quien trague a este visionario que sabe que su vecina le va a dar matarile al marido así, como si hubiera tenido un pálpito.
Luis sabe que no le creerán. Está poniendo la agente la misma cara que cuando le  llega alguien a él con un abollado y medio parachoques colgando y dice que si el perro, que si el hijo, que si el espíritu santo, que si cuando salió ya estaba así. Esa cara de incredulidad que puso Paca cuando él le dijo que era mala. Esa cara.

-¿Y por qué cree usted que su vecina quiere matar a su marido?

Luis se pone solemne para contestar y que su respuesta clarifique este asunto tan turbio y tan rebuscado que parece mismamente de novela rosa.

-Paca –mi vecina- está desatendida, ¿sabe usted? Paca necesita un hombre que le haga caso como el comer y se está planteando enviudar.

Al pronunciar la palabra “desatendida” la sargento le hubiese tirado a patadas. Ha habido un lapso muy breve de tiempo en el que ha sentido una antipatía feroz por el hombre que intenta, sin éxito, que le tomen en serio, ya que con sus palabras  Luis encarna lo peor de la condición masculina, y ese impacto no hay forma de anularlo. Luis no sabe que cuando una afirmación así se hace delante de una mujer como la que le estaba interrogando, automáticamente el imprudente se convierte en poco más que un elemento folclórico. La mujer respira hondo y sigue preguntando.

-¿Discute con su marido?

Es una pregunta simple, se dice la mujer. Hasta un hombre como Luis sería capaz de  responder sin apartarse la idea principal: si la relación entre los cónyuges era desagradable, tensa, o directamente, violenta.

-No, su marido está como una seda, está liado con una profesora de yoga y llega a su casa con mucha paz en el cuerpo. Paca le deja disponer para gastar y vivir  a su aire, y yo le diría que ella lo sabe todo, pero se calla para hacerse la víctima y que él la deje tranquila. 
Esa Paca tiene peligro. Le dije lo del anticongelante de broma ¡y va la tía y se lo compra!

-¿Y usted es amigo de ella?

La sargento ha dejado de apuntar.

-No, yo soy su mala conciencia. Le dije que le envenenara con anticongelante “échale un chorrito y ya está”,  en pleno cachondeo, y la muy perdida fue y se compró un bidón de cinco litros. Aquí tiene el ticket, que me lo encontré en su coche pasándole el aspirador: soy su mecánico.

La sargento ha hecho una pausa y mira el ticket sin cogerlo.

-Si ustedes miran las cámaras, ella se verá pagando, o algo así, yo no sé cómo va esto...
 Tienen que ayudar a Manel, se lo va a cargar…

- Bueno, tendremos en cuenta su testimonio… iremos a investigar. Con lo que sea nosotros le avisamos…

La sargento se levanta mirándole directamente a los ojos, como diciendo “ahueque”... y Luis ahueca lentamente, mirando de reojo al otro agente que está allí, quieto como una estatua. Lo mismo estaba allí porque le han visto cara de pirado. La sargento estrecha su mano. La mano del hombre le parece poca cosa, para nada parece la mano de un mecánico...

-Gracias Luis, ya le llamaremos.

Al salir, mirando hacia atrás, ve a la mujer que le sigue con la vista, como vigilando su salida; el cabo que lleva un universo maorí en los brazos le despide con un gesto que él no sabe si contestar o no. Ha sentido el impulso de cuadrarse al verle tan marcial, tan apolíneo y tan de todo. A buenas horas hace unos años iba a ir un guardia de esa guisa. Él, la verdad, sólo entendía de guardias carajilleros y bicicletas con capote. Él pertenecía a un mundo extinto que a veces daba un coletazo para manifestar que algo de él quedaba. Luis es anacrónico, no quiere aceptarlo, hay algo en él irremediablemente obsoleto y según esa línea de pensamiento, Paca necesitaba un hombre. Al recordarse diciéndolo, una sensación de ridículo le invadió. Le sorprende la cortesía de la sargento, si lo piensa dos veces. 
Tal vez deba replantearse el asunto y esperar a que ocurra cualquier cosa. Y si no ocurre nada, mejor.

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