lunes, 18 de febrero de 2019

Semana Santa


Que España huele a incienso que empalaga no se puede discutir en estos días. Entramos en el tiempo litúrgico de los futuros imperfectos: hijos no concebidos, hijos abortados, hijos sin desayunar, hijos sin expectativas, hijos que no se van porque no pueden, y como no pueden, no pueden tener hijos. No sé si me siguen.
Egea invocando el Viernes de Dolores. El alcalde de Lorca y sus festejos. Me falta una opinión autorizada y para ello hablaría ahora, si ella estuviera aquí, con la hermana Elena (llamémosla así), la hermana de una vecina mía que anda de misionera por el Caribe, el Caribe de los piratas, las chabolas y los huracanes. La última vez que hablamos estaba destinada en un hospital de gente con VIH, que allí debe ser mucho peor de lo que llegamos a percibir aquí, a pesar de todas nuestras conexiones y desinformaciones. Ella tiene una mirada directa, de esas que te desarman. Vino a ver a la familia  -viene cada cinco años- y estaba con pena pensando en la falta que estaría haciendo entre sus enfermos, en la que ya era su tierra. Decía que teníamos mucho aquí. Alababa la sanidad pública, la educación. Renegaba del consumismo, no entendía la necesidad de tantas cosas. Sospecho qué pensaría de instagram, de las polémicas de escritorio, de esas “cámaras de eco”  que mueven tantas pasiones. Si hoy pudiera mirar a la hermana Elena a los ojos, le preguntaría sobre esta Semana Santa que hoy se ilustra en la tele con imágenes  dignas de un péplum, y yo sé lo que me diría. Que se volvía con los suyos. Nadie como estas personas para explicar qué diferencia un país que vive de un país que malvive sin esperanza, vapuleado por vaivenes políticos, mangoneado por las potencias occidentales, expoliado, sin esperanza.
En estas fechas que se avecinan es casi de mal gusto hablar de una Semana Santa que es escaparate y turismo. Andan desahuciando aún, siguen llegando menas, las clases se multiplican hacia abajo y abajo del todo hay una sociedad que como el topo cava y cava más hondo. No encuentro palabras adecuadas para expresar mi desagrado, pues parece que hay una España de liturgia y corbata que aún pasea como antiguamente, por un lado exclusivo de la plaza, pensando que lo suyo es todo y que además, todo es suyo. Llámenme exagerada, que lo seré, pero esto no tiene un pase. Es mediocre. Es estéril. Y aún no han disuelto las cámaras. No estamos aún ni en la primera estación de penitencia.