sábado, 6 de abril de 2019

Sábado de ira


Al margen de la literatura de los dormitorios vacíos y las habitaciones del hijo, al margen de las familias rotas y la sensación de fracaso, la vida sigue, sin dar tregua. 
Leo que otro niño se ha suicidado. Le acosaban en el colegio.
Lo sabían.
No constaba oficialmente. La oficialidad tiene esas cosas, esos muros de contención impermeables y osmóticos al mismo tiempo, que dejan escuchar el exterior pero no el interior, que se blindan ante la evidencia de una vida rota, perdida. Hay un protocolo que se seguirá fielmente, pero esta gestión del fracaso tendrá pocas novias, porque el fracaso tiene eso, que no apetece acompañarlo ni de lejos. Un caso con niño muerto es siempre malo de llevar. Se pone en tela de juicio todo, desde el ángulo muerto del patio hasta la personalidad de la víctima, extremo este muy común y cabreante, materializado en expresiones difusas que son recomendación y mandato, salpimentadas con aire de  juicio, a saber:

-Debería jugar al fútbol.
-Va demasiado adelantado.
-Son cosas de criaturas.
-En mi época era peor.

Y otras igual de ingeniosas.

Sobre todas estas grandes ideas gravita proteger el nombre de la institución, lugar común de todos estos sucesos que a veces trascienden y a veces no, pero que son más frecuentes de lo que deberían, aunque no tan insoportables para la mayoría social como para que se materialice una gran movilización, un cambio de paradigma sobre lo que ha de ser soportable. Importante saber cuánta mecha hay que aguantar como profesional o como alumno,  cómo afrontar una situación grave, que como cualquier victimización tiene un componente importante de vergüenza y que mermará amistades y círculos sociales de manera alarmante y a veces sorpresiva. Del ofrecimiento de colaboración al mutismo selectivo va la declaración de intenciones de una familia que sufre, que en el caso que nos ocupa habrá tenido que ver que al final sí que se sabía quién había hecho qué durante tanto. 
Son menores los implicados, adultos los que custodian. Ni unos ni otros están por encima de las normas, pero ante lo irremediable piensa una, que tiene un gen mediterráneo, que es hora de decir que ya es bastante, que los pequeños sádicos no lo aprenden todo en internet sino sólo una parte y que la otra parte se larva  en la mesa a la hora de comer, con el desprecio y las batallitas de los padres, que éstos han de ser responsables siempre y que los custodios, nuestros profesores quemados  y mal pagados, pueden ser lo mejor y lo peor, porque son personas corrientes, como el agresor, que desposeído de su brío, subordinado a un proceso, parecerá una paloma mensajera. Qué amargura de niños tristes, de padres destrozados, de amigos que cargarán toda la vida con saber que fueron cobardes. Rectifico: amigos les viene grande, porque no existe la neutralidad, otra mentira más, otra trola conveniente, como si fuera posible echar más balones fuera para coronar este fracaso. Falta formación y arrestos. Falta que alguien proteja al que denuncia, y sobre todo faltan ellos, esos chiquillos que se han quitado la vida y que no son prioritarios más que para los suyos.
Aquí quiero ver a los gurús educativos y a los que les hacen el caldo gordo. Aquí, asumiendo el desastre.
 (Perdonen mi ira.)

6 comentarios:

  1. La muerte gratuita de un niño en tales condiciones, debería paralizar el país en tanto no se aclarasen todas las causas y se depurasen todas las rsponsabilidades. Nos estamos acostumbrando a todo con mucha facilidad.

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  2. Cuándo fue que se le terminaron las pilas a la capacidad del mundo para sentir emociones, que no nos dimos cuenta...
    ... el potencial del ser ¿humano? para hacer mucho daño sin filtros que lo detengan, es para huir a un rincón solitario y esperar que la naturaleza decida nuestro destino. (te cambio tu ira por mi tristeza)

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    1. No son excluyentes, Fermín. Tampoco sé yo lo que nos pasa...

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  3. Querida Angélica.
    La ira, es el último tramo de la impotencia de no poder entender a lis humanos.
    Lo resumes perfectamente.
    (Perdonen mi ira)

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