lunes, 27 de mayo de 2019

Cuentos de la Santa Horcate


"La Hacienda estaba presidida por dos árboles que se plantaron en el tiempo de las abejas. Lo llamaron así porque no hubo una flor sobre la que no se posara una de ellas de día y de noche, llenando el aire de su zumbido, que no cesó durante veinte años, los mismos que tardaron dos crías de guacamayos jacintos en cambiar el plumaje  y emprender el vuelo como adultos. Durante los veinte años en que las abejas mantuvieron la primavera en la Hacienda, no hubo lluvia ni viento, tan sólo una brisa acariciante por la tarde y un sol nítido que no causaba sed ni a las plantas ni a los animales. Los pétalos de las flores se llenaban de gotas de rocío por la mañana y bebían las criaturas lo que les ofrecía la Santa Horcate, que era como la niña de los pájaros azules llamaba a la santa que vigilaba que no cesara el verde en la tierra y el azul en el cielo, y que salía al amanecer vestida de hojas de palma, contoneándose ante las fieras, segura de que no la atacarían jamás.  
La Santa Horcate dispuso que en estos veinte años no hubiera hombre sin amor, pájaro sin bicho, tumba desocupada. La Santa Horcate se ocupa de que la tierra sea fecunda y esté infestada de lombrices resbaladizas y sensuales, que se retuercen en el extremo del hilo que la niña que llegó en el tiempo de las abejas pone en el agua para que el pez koi se levante del fondo del estanque y salga a visitarla. La niña Mariana tiene un sedal en el que ata una lombriz sin llegarla a estrangular, incordiándola sólo un poco, dejándola moverse, creándole la ilusión de la libertad, que es como mejor se mueven los hombres y como mejor cantan corales al patrón, al rey, al verdugo. La niña Mariana lleva una argolla en un tobillo que le pone su madre cuando se va, camino del otro extremo de la Hacienda, una argolla verdosa y musical que la hace sentirse lombriz cuando se le aparece la Santa Horcate y ella se mueve con su pelo negro sobre los ojos, sin atreverse a mirarla, una danza de reverencia y de liturgia, de miedo y de posesión, que acaba pasados unos minutos tras los que sus ojos perciben estrellitas y destellos, como luciérnagas, que le dicen que llevará el pelo lleno de hojas cuando se levante del suelo, en el que ha estado rodando sin saber que dormía, apenas hace un instante. La carpa sagrada, con sus bigotes de animal serio, la llama desde el estanque para que se vaya levantando del trance y quite con cuidado la tierra que le mancha los piececillos pequeños,  las piernecillas de alambre. La carpa es la buena suerte, eso dicen todos, y por eso ella no duda en seguir sus indicaciones y evoluciones, imitando sus círculos, que se entrelazan con los que dejan los mosquitos que acuden a beber y a poner millones de huevos para que eclosionen a un tiempo y el abuelo Matías pueda espantarlos mientras se mece sin prisa, mirando a la niña Mariana, pensando si será bueno que la tengan atada de un tobillo cuando llegue un puma hambriento, un chacal o un hombre.(...)"


Este es el comienzo de una narración que busca editor para relación estable. Si es de su gusto y lo comparten, agradecida. 

sábado, 4 de mayo de 2019

Reflexión


Pasé la jornada de reflexión en un centro comercial. Poco glamour, lo sé. Estaba en la puerta de una tienda que vendía productos naturales. Llevaba en las manos un bolso hecho de fibra de coco, que tiene como poco una textura interesante. ¿Cómo lo harán?, pensaba yo, mientras esperaba a mis acompañantes. Estaba enfrente de una puerta que comunicaba con el exterior. En un coche llegaron dos chicos, veintitantos, barbudos, bien vestidos, guapos. Se besaron dentro del coche antes de salir. Una vez fuera había un metro de separación entre ellos. Me pregunté si esa distancia era como la de los matrimonios que están algo hartos el uno del otro, o si se sentían obligados a esconder su afecto. Me pregunté, si hubiera yo estado en su situación, qué hubiera hecho, cómo viviría ese sentirse observado por un mundo que ese sábado viraba sin control hacia el pasado, que digan lo que digan no fue mejor. Porque una legislación cambia en unos meses, se publica, entra en vigor, pero la mentalidad de la gente es otra cosa. Ahora que ha pasado un poco aquel momento de tensión, ahora que se ha votado lo necesario para no naufragar en aquellos lodos, me pregunto qué pensarán esos dos chicos cuando pasen por una calle y vean símbolos que nos tuercen el gesto porque nos ponen en antecedentes. Hay lugares que son advertencias. Hay personas que no lo parecen, vociferando, soltando coces, creyendo que es posible invadir la vida privada como en esas batallitas falsas y mal contadas con las que nos trufaron la memoria de pequeños. Allí, viendo ese par de muchachos que supongo hermosos y felices, tuve en mente a amigas que  pasaron una campaña horrorosa. Ellas, tan valientes, después de romper tantos esquemas, tras una vida hecha juntas, obligadas a la represión pública por esta gente que venía bramando… No podía ser y no ha sido.
Me alegro por todos y todas. Me alegro de las matemáticas que nos acompañan en este momento para blindar nuestras leyes orgánicas. Porque gritan pero son pocos. Sus números son como sus argumentos, pero están ahí para recordarnos que los derechos se conquistan cada día. Tal vez esa sea su labor, empujarnos  a la acción, hacernos reflexionar si no estábamos un poco lentos, si no nos habíamos tranquilizado y habíamos olvidado que seguimos necesitando unas cuantas mareas de colores para que eso que es la cosa pública, eso que nos hace iguales y libres, sea irrenunciable, innegociable.
Por la sanidad que nos salva, por la educación que nos iguala. Por las leyes que nos dan dignidad nos felicito y nos espero en la calle. En realidad siempre ha sido ahora o nunca.