lunes, 8 de julio de 2019

No aprendimos

Acabo de leer un artículo tremebundo en un diario nacional. Un diario serio, con libro de estilo, con defensor del lector. Acabo de leer un articulo que desglosa con exactitud fotográfica una agresión sexual. Múltiple. A una menor.
Ese texto permanecerá per secula para su consulta. Siempre me interesa qué mueve al que escribe los detalles. Qué saca con que cualquiera pueda decirle un día a la chica si eso fue así realmente. Qué gana la ciudadanía en conocer la truculencia de unos hombres a los que ya se llama manada con normalidad cuando cometen un delito de semejante naturaleza. Somos el fénix de los ingenios. Bautizamos gratis, es una prerrogativa de la opinión pública que personalmente aborrezco.

La opinión es libre, pero ha de fundamentarse en hechos. Aquí la víctima relata al juez y él dirá si son hechos probados. Lo siento, pero así funciona. Menos mal que no hay actos de fe, porque un acto de fe no siempre va a favor de uno. Queremos un sistema garantista y eso supone respetar el procedimiento. Y al procedimiento le resbalan los carteles, las arengas, las peticiones de prisión permanente revisable o de castración química. El procedimiento ha de sacar un relato de hechos probados de este tumulto en que se convierten cierto tipo de delitos. Cuando tomamos una postura visceral, ¿ayudamos a la víctima, recordando una y otra vez su calvario? ¿Ayudamos a esclarecer los hechos? ¿Aportamos artillería a la acusación?

De este caso me quedo con un detalle. Era muy joven. Era una víctima vulnerable. Más que otras, por lo que nuestra delicadeza debería ser extrema al referirnos a los hechos que nos ocupan. Cuando recreamos con crudeza los detalles incurrimos en eso que se llama victimización secundaria. Empeoramos las cosas, en otras palabras, le hacemos revivir el trago una y otra vez. El entorno, en un sistema penal como el nuestro, debe ser amable con la víctima, seguro y acogedor. El entorno debe garantizar su seguridad, que también pasa por preservar su intimidad y su honor. No hemos de ser nosotros quienes avivemos las pesadillas. Nosotros, espectadores de paso, encontraremos entretenimiento en otro desastre mayor: eso es el morbo, señores. Lo que más minutos vende en la tele, lo que más engancha en las redes. Lo que ocurre es que es más fácil decir que los que en Iveco propagaron el vídeo eran unos cerdos. Cuesta más reconocer que cierta cartelería, ciertos mensajes y ciertos artículos se regodean -déjenme creer que por ignorancia- en una tragedia que a día de hoy sólo interesa a las partes. Ha de ser así para que la chica intente recobrar su vida. Ha de ser ella la que decida qué contar o cuánto exponerse cuando esté preparada para ello. Nadie nos ha dado permiso para mirar por la cerradura y mucho menos para contar lo que hemos visto. Como aquel personaje de Blasco Ibáñez, al viento le digo: hay una diferencia abismal entre informar o volcarse en una lucha inteligente y exponer una y otra vez los detalles de la desgracia que marca la vida de la gente. No todo vale por la causa, sea cual sea.

Ahora que sale el documental sobre Alcaser digo estas cosas, para que no quede duda sobre esta postura mía que seguramente molestará a alguien. Entonces no tuvimos derecho a mirar, a contar, a escribir. Ahora tampoco. Por bien de las víctimas, a ver si vamos aprendiendo.

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