viernes, 27 de noviembre de 2020

#27N


Como dijo Domingo el #25N, ahora que todo se ha dicho, actuemos.

Intentaré aportar cuatro cosas y ser breve. Posteriormente pagaré mi peaje.

1.Causalidad no es correlación. Hemos normalizado que se nos presenten teorías que no se sustentan en ninguna metodología, nacidas de mecanismos que tienen que ver más con el márketing que con la investigación social.

2. La sororidad y Mallorca.

3. La escaleta de la #VG. Lo prioritario, quién lo decide. A qué intereses sirve este o aquel debate.

4. Revisemos en privado. Continuamente. Difícilmente se evoluciona sin reflexión. No aceptaré como tal estas lluvias de ideas que tanto brillo dan a algunos perfiles públicos. Lo valioso suele extraerse después, no durante.

5. Las víctimas. No son especialistas, y si lo fueran, deberían inhibirse como en cualquier otra actividad. De las víctimas aprendemos aspectos del delito. Han de tener cuanto precisen, pero no han de ser expuestas constantemente, hasta la impudicia. Cualquier decisión que se tome a su favor ha de tener vocación y compromiso de permanencia.

No puedo hablar por otros criminólgos, hablaré por mi. Me duele el vacío constante al que se nos somete, el enfoque sensacionalista de los medios. Me duele la más que evidente falta de conocimientos de algunas voces que se han revelado como imprescindibles atendiendo a criterios para mi desconocidos, machacando con mantras que llevan camino de convertirse en una nueva moral. Hablamos de delitos. Los delitos son el campo de estudio de personas que buscan en las cifras no la confirmación de sus mensajes sino el aprendizaje continuo. De eso iba la ciencia, seguramente.

Una última hijuela. Cada año van a los centros educativos personas más y menos preparadas a dar conferencias sobre  violencia de género. Un consejo (eso que no se ha de dar ni aunque alguien te lo pida): dejen los videos con testimonios gore; a la edad que les dan estas jornadas a los chicos todos han visto ya The walking dead. Es difícil crear en sus mentes la inquietud de saber con formatos que ya conocen, año tras año. Dejen de repetir los slogan de las campañas. Den herramientas emocionales, enséñenles lo que es un narcisista, un sociópata integrado. Descúbranles que las emociones tienen muchos nombres, ayúdenles a que las reconozcan, a que canalicen la ira, a que sepan que aprendemos constantemente sobre nosotros y sobre el otro. Empatía y conocimiento, nada más y nada menos.

(Otro día, si hoy no me cierran las cuentas, hablamos de justicia restaurativa, de mediación y de cursos para el control de la ira).


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La imagen que encabeza el post es una rueda de emociones. Les aconsejo que la miren detenidamente y piensen en el colorido que les rodea, en el suyo propio. Del instagram de María Esclapez.

Sobre contar la feria según a uno le va, no dejes de leer a Javier Fdez Panadero (@javierfpanadero)

domingo, 22 de noviembre de 2020

Sucedido

 

Muy cerca del banco de alimentos de Torrevieja, alguien voló su piso con unas botellas de gas. Los restos de parte de una vivienda aparecieron de la nada a primera hora del día, como aparece la cola de las personas que acude estoicamente al reparto de comida. Viendo el panorama pareciera que el piso se asfixiaba y abrió su boca de par en par, llevando la contraria por las bravas a nuestra nueva vida menguante.

Los escombros desaparecieron pronto. Si ahora pasa usted por allí, no queda nada más que el esquema de una casa, a la vista de cualquiera. Tampoco está la cola del hambre. Todo se desvanece, como en un truco de magia; los desastres  tienen carácter programado. Imagino una caligrafía tensa y unas cartas apremiantes que notifican los calendarios de las miserias. Los plazos, los apremios, días naturales y hábiles, días para buscar una salida. Seguramente los que estarán la próxima semana en esa fila interminable necesitan ayuda. También el hombre de las bombonas, no lo dudo ni por un momento. Esta cola, este hombre, muchos más. Cuántos.

Estamos viviendo una realidad asfixiante. Ignoro si la población explotará o no. La pobreza y la desidia son catalizadores muy poderosos, pero que nada tienen que hacer frente a las lealtades y los cierres de filas. Las estructuras políticas andan pendientes de su propia hegemonía con todos los medios a su alcance. Frente al desayuno módico del parlamento, las demoras en las listas de espera, el ingreso mínimo mortal, como dice un amigo mío, no destinatario de la ayuda.

 Patricia necesita una cirugía, ¿me escuchan? Pregunten por Patricia.

(¿Cuántas Patricias?)

La normalidad no eran los aplausos, no eran esos carteles naif, exhibidos con gusto muy discutible. Mientras todo era creer en los milagros, hay quien estaba  apretando los dientes diez horas al día, viéndolo todo, tragándoselo todo. Adelgazaron lo público, nos hicieron víctimas de su codicia y ahora responsables de cuanto ocurra. Nos vendieron una nueva normalidad que sólo era una pausa para que nos echaran un poco de agua con la esponja. La normalidad son personas que se estrellan a diario como los ripios del derribo improvisado. Enfermos, solos, invisibles. Nadies de toda condición en un día a día tozudo y tétrico. Nadies para los que la vida es hacer una cola, dos colas, tres. Para escuchar una nueva negativa, recopilando montañas de documentación. Esperando una respuesta sine die. Fantaseando con una vida que no termina de llegar.

Una calle limpia da una extraña sensación de paz. Una calle sin gente, en cambio, da miedo. Y es que hay algo en el aire y no es el virus. Son los suspiros de los hambrientos, las ideas de los que andan pensando en algo drástico e imposible. Una calle vacía es lo que hay antes de un paisaje humano inquietante y triste, del que cualquiera de los que me rodea puede formar parte. Yo misma, aunque me gusta pensar que no, igual que nos gusta pensar que el hombre de Torrevieja fue solo el protagonista de un suceso estrambótico.

Hablemos de cualquier cosa mientras tanto, los grandes asuntos son siempre otros. Somos cada vez más los  que existimos en segundo plano, como esas colillas que siempre deja Ibáñez en sus viñetas para testimoniar la gente que pasaba por allí, pero que nunca protagoniza nada. Enciendo la tele y hay un señor con solemnidad necrológica diciendo que tenemos suerte. Me van a perdonar pero me da que no. Hoy este empaque no me convence, y aunque estoy muy lejos de la pirotecnia, entiendo que cuando sube la temperatura y los gases se comprimen, nada bueno ocurre. Lo aprendí en la pública, con las ventanas cerradas, porque hacía un frío horroroso. Ahora hay chavales que pasan tanto frío en clase como en su casa. Lo hemos conseguido: todos libres e iguales. Si esto no es conquistar las cumbres legislativas...

(me temo que continuará)