domingo, 13 de diciembre de 2020

Auras

Fíjese la próxima vez que vaya caminando por la calle. Hay gente que provoca un atasco en la acera. ¿No pueden andar más deprisa? Como persona lenta militante, soy increpada a menudo. Señora, por favor, señora, deje pasar, señora. Cualquiera sabe qué ocurre en el motorcillo de un peatón que no acelera. Cuesta correr con unos malos zapatos, con frío, con juanetes. Cuesta caminar con artrosis, con con una ejecución inminente, con una cuenta en rojo. Con un disgusto, con un erte, con un despido incomprensible, con un silencio administrativo. Con un hijo que está enganchado, con otro que es bueno y cabal, que lo hizo todo de cine y no encuentra trabajo, y se te mustia como una planta de esas que amarillean antes de morirse lentamente. A veces, en una calle cualquiera, pasamos por delante de una persona que está con la mirada perdida. Hace mucho me quedaba pegada al escaparate de una de esas tiendas de teles, viendo cosas por ver algo, con unas monedas pequeñas, las justas para llegar al pueblo. Otros estaban como yo, haciendo la misma ruta, esa que es la de hacer tiempo, pensando en llegar a casa, en qué habrá pasado mientras, en si habrá cambiado algo. Los que no tienen prisa por llegar caminan por rutas invisibles y cualquier cosa es objeto de atención. El mundo se vuelve lento, milimétrico, fascinante. Eres indiferente para el mundo pero no al revés, puedo jurarlo. 

La realidad de las cosas es peor en estos días. Aquellos están casi olvidados. Estos que ahora nos ocupan son vertiginosos, llenos de gráficas y predicciones, funestos, absurdos. Lo digo por los dolientes del covid. Para ellos no hay nada que pueda salvarse ya. Lo digo por los sin techo, para ellos no se pide rescate alguno. Lo digo  por los que andan en listas de espera, por los que no tienen ni lo mínimo para subsistir con dignidad. Salvar la Navidad, dicen. Vemos gente que camina despacio, ajena a la alegría y la prisa, y no entendemos que no quieran luces y terrazas. Haremos -si nadie lo impide- algo digno de estudio. Una navidad sin miles de nuestros mayores, festejando el triunfo de nuestra propia chiripa, quemando los cartuchos que nos dejen, porque estaremos a lo que nos manden siempre que nos convenga. Es lo suyo obedecer lo justo para poder quejarse luego, dudar de todo y hablar de lo que no se entiende, para terminar haciendo lo que se debe a medias. Y caminar garboso, sorteando a todos los tristes, esos que caminan por las aceras ocupando un espacio y un tiempo, y que tienen el aura apenas visible. Almas rotas y paseantes, almas hermosas y castigadas que sólo llaman la atención porque molestan al que tiene prisa. 
Me niego a caminar más deprisa, siempre miro a la cara al que me regala un reproche disfrazado de cortesía, ¿me deja, señora?, ¿Me deja? Me gusta cuando pasan rozándome, casi empujando, para hacer un quiebro acrobático en la puerta del bar, de la tienda. Tal vez correr sea lo mismo que ir lento. Cualquiera sabe qué se cuece en unas piernas ligeras.

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