martes, 26 de enero de 2021

Cara de conejo

 

La noche empezó mal. Marta quería que me quedase a cenar. Hace tiempo que la evito.  Evito su manera de fregar el suelo, de dar vueltas poniendo y quitando los mismos trastos en la cocina. Cuando los platos chocan los tímpanos me zumban y se me queda un pitido penetrante que me hace apretar los dientes. Cuando aprieto los dientes el pitido no disminuye, pero puedo pensar mejor. Controlo mi cuerpo, ejerzo una fuerza descomunal, mi mandíbula muta en mandíbula de perro. Me imagino mordiendo a Marta en el brazo cuando lo pasa por delante de mi, para poner o quitar algo. Hace unos días casi le muerdo. Pasó una barra de pan por encima de un vaso de agua. Vi cómo se llenaba de migas que se hinchaban poco a poco, flotando. A ella le hizo mucha gracia mientras yo me moría de asco. Tenía arcadas y ella seguía riendo. Marta se ríe de una manera irritante, pone cara de conejo y saca los dientecillos. De novios me gustaba su risa y su boca, sus labios. Estaba enfermo con ella. Era ella y nada más a todas horas. No tuve otro objetivo que casarme con ella desde el primer día que pasamos la tarde juntos. No soportaba la distancia. Nos casamos. Fuimos felices.

Los primeros años todo era sorprendente y su familia vivía muy lejos. A ella no le apetecía tampoco más acercamiento, de tal modo que en un año sólo nos vimos una vez, brevemente, fríamente. Éramos ella y yo. No tuvimos hijos.

Marta era bonita y graciosa. Su cuerpo fue derrumbándose. Digamos que perdimos el interés en ser aquellos eternamente. Yo tampoco estoy joven, también la edad me ha aplastado. Un día, pasados los cincuenta, empezó a irritarme su voz, su risa. Todo lo que decía me parecía estúpido. Se lo dije.

-Sólo dices tonterías.

-Vaya con el premio Nobel.

Risa de conejo.

Marta tiene internet y amigos que no conozco. Supongo que me he hecho famoso entre sus amistades virtuales. Tiene varios amigos con los que habla mucho. Ella es ocurrente. Mira el móvil y se ríe. Más risa de conejo. Mira y ríe y pasa el dedo por la pantalla. Más risa sacando dientes. Desde el bar puedo escuchar cómo se ríe. Estoy con Esteban, al que el mundo escupió hace años. Todos tenemos una casa donde volver, pero esperaremos a que sea tarde y todo haya decaído. Cuando ya no quede nada de qué hablar.

Marta está dormida. La escucho resoplar desde la puerta. He dejado caer las llaves con efecto, a ver si el ruido la despierta. Le cuelga la cabeza hacia un lado. Milagro, está despierta. Sonríe con el pelo abierto como una flor, con una raíz blanca y una cabeza más blanca aún. La piel de su cabeza me recuerda la de una gallina escaldada, casi puedo oler ese vapor de agua hirviendo, olor a gallinero de domingo. Antes hundía los dedos en su pelo y le cogía la cabeza para besarla. No siento ya la necesidad de su cuerpo, de ningún cuerpo.

El suyo calienta las sábanas en las que me abraza sin tregua. Es excesiva, desde siempre. Le digo impertinencias y ella lo acepta todo, lo sabe todo y lo transforma todo. Ella me imagina y me interpreta. Me construye sobre ideas ya caducas.

-Ven, ven.

Ojos de conejo, dientes de conejo.

1 comentario:

  1. Porqué este relato? De donde ha salido? Real? Conocido? El vecino del quinto, tal vez?

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