martes, 9 de febrero de 2021

Cara de conejo (cuatro)

 Se llama Rai, o es así como ella le llama. Rai le escribe todos los días varias veces. Hola bonita, cómo estás. Qué haces ahora. Qué te inquieta. Él entiende su alma como la entiende un amante, sediento de la coincidencia, apresurado, temblón. La requiebra, la mima. La amistad no es eso, Marta. Se lo diría si tuviera ocasión de hablarle de eso que ahora le ocurre. La amistad es un compromiso que erosiona y desgasta, y que da mucha alegría, también, pero por encima de todo es unir tu destino al de otro que siempre estará para ti. Rai la llevaría al museo. Esta, Marta, me la sé. Rai la llevaría a a ver cine japonés. Cualquiera que la conozca un poco sabe que sus sueños están envueltos en pañuelos de seda. Rai le sacaría fotos y se pondría con ella, bien atento en alinear sus ojos con los de ella. Sería para Marta algo nuevo, no tener que pedir algo dos veces. La última foto que nos hicimos estábamos en la playa. Ella compartió un paisaje y al momento él le dijo que estaba hermosa. Marta sólo publicó unos cafés allá donde todo el mundo mira, lo que me da la certeza de que existe un lugar sólo para esa Marta que yo recelo, un lugar donde ella es feliz y que, sin embargo, me entristece profundamente. 

Nunca me hice fotos con mi amante, ni quise darle una. ¿Siguen regalándose fotos los amantes? Parece de otro tiempo ese ritual de llevar un rostro en la cartera. Rai tiene una foto suya, estoy seguro, y tal vez quiera mirarla como yo miraba a mi amante después de aquellos encuentros frenéticos y vacíos. Entonces yo no lo sabía pero era un hombre ridículo intentando ser lo que no era, jugándomelo todo en un envite, en la cama de otra, en la vida de otra.

La otra tarde Marta me habló de Rai, así, como de pasada. No  sé ni lo que me dijo. Estaba enfurruñado, como un  crío,  y ella daba vueltas de aquí para allá, haciendo cosas que tampoco recuerdo, porque me daba igual su energía y su contento. Conmigo es una mujer reumática que vive pendiente de las horas que le quedan para volver a tomar algo para el dolor. Pero la otra tarde no estaba así, y me molestó su alegría reencontrada. Me niego a este reto que me ha impuesto. Si no se riera de mí con su carita roedora le diría que no la conozco, pero eso sería como destapar un tubo de confetti. Se pondría en jarras y me diría llorando de risa que ha encontrado el amor.

Si hoy me dijera eso, yo la cogería de la garganta y la obligaría a callar. No se inquiete. Esto ha sido una exageración fuera de lugar, olvide lo que le he dicho. Marta habla demasiado. Yo le digo que calle pero no me hace caso. Cuando me persigue por el pasillo diciéndome mil cosas, cuando me habla tanto, siento una ira que me empuja toda la sangre a los ojos. Una vez la cogí fuerte del brazo, porque me estaba tapando la puerta y no me dejaba salir, es muy terca cuando ella quiere. Puso muy recta la espalda y me dijo que la soltara, con un tono de voz prácticamente inaudible. Entonces fui yo el que sintió miedo. Si se me hubiera ocurrido pegarle ella se hubiera defendido de una manera feroz, lo mismo ella hubiera sido la que me hubiera matado, quién sabe. Ahora, conforme se lo cuento, pienso si sabe Rai que yo lloré mucho aquel día, cuando pensé, porque sólo era un crío, que ella no me perdonaría nunca. Si yo supiera que Rai lo sabe me moriría un poco y necesitaría conocerle para saber de qué estamos hablando, porque a uno hay cosas que le preocupan más que otras. A mi me desvela que otro sepa lo que me hiere. Que Marta le deje entrar en nuestras vidas. Que encuentre en él aquello a lo que había renunciado. Que sea, aunque sea sólo por unos días, absolutamente feliz.

2 comentarios:

  1. Qué bien escribes. Me gusta mucho la forma como describes las intensidades de la vida.

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    1. Muchas gracias, Javier. Como decías hoy, estamos prisioneros del tiempo... No nos queda más que mirar qué ocurre... <8>

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