martes, 2 de febrero de 2021

Cara de conejo (dos)

 

Como le digo, Marta tiene amigos por internet. Ellos la comprenden y la dejan ser quien quiere ser. Como yo lo veo, la amistad virtual no es demasiado exigente. Se basa en agradar, en epatar, en llenar ese hueco que siempre tiene el otro en el corazón. A veces la leo, y es otra Marta a mi Marta. En las redes es más jovial, más bromista, más fresca. Si yo no supiera que es ella, me gustaría ser su amigo. A veces he tenido la tentación de hacerme una cuenta para entrarle al trapo, participar de su alegría, o mandarle canciones de amor. Me arrepiento rápido y me sonrojo pensando en que pueda reconocerme, porque ella es lista como ella sola. Me diría, “no engañas ni a la muerte, lebrel”, y yo me querría morir pensando en que allí sería yo el que estuviera perdido sin saber por primera vez lo que decirle.

Se ha puesto una foto de las últimas vacaciones. Se la hice yo, por lo tanto, yo no estoy con ella. Últimamente siempre hago yo las fotos, no porque ella no quiera salir conmigo, sino porque cuando llega el momento de sacarla, empiezo a mirar por el objetivo y siento que no merezco estar ahí con ella, como si el espacio le perteneciera  por derecho. Me niego y ella protesta, y a veces se pone seria hasta que poso con desgana. Aclaro, llegado a este punto, que sobre este asunto y otros más mollares, ella no recela, ella sabe.

Ella lo sabe todo. La engañé una vez. Lo supo el mismo día, estuvo triste, mustia. Durmió en el sofá y no le pregunté por qué. Se quedó allí, enrollada en una manta, con el aplomo que da el convencimiento. Su espalda es frágil y volvió a la cama la noche siguiente. Ni me dijo ni le dije durante dos semanas.

Dos semanas más tarde me abrazó en la playa. Se acabó el vacío en ese instante. En ese momento supe que aún la quería. No como cuando nos casamos, no como cuando éramos jóvenes. Un momento de consciencia en mitad del caos. Uno engaña porque quiere una vida distinta, ser otro, tener una ilusión incombustible, explorar los abismos y llegar, irremediablemente, a la estupidez. Si uno abunda en esa senda acaba comprándose una moto enorme o teniendo una criatura a destiempo. Mi amante fue sólo el vehículo de un exorcismo cutre que acabó sin explicaciones. Ella no las necesitaba tampoco. Mi libertad consistió en una tarde tórrida que se esfumó al coger Marta mi ropa y arrojarla al fondo de la lavadora con desprecio. Se quedó mirando el tambor mientras giraba. Cuando acabó el ciclo sacó la colada y la tiró a la basura dentro de una bolsa.

Debe ser así como se siente uno cuando le cortan la cabeza.

 

2 comentarios:

  1. Tal cual. Genial, como siempre disfruto mucho leyendo tus escritos. Un abrazo, virtual,naturalmente, pero no por eso menos sincero.

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