lunes, 3 de abril de 2017

Querida mía:

Sólo un párrafo para decirte que salió otra vez el sol, querida mía. Que salió y tú, tan lejos, tan ausente de mis emociones, andarás bañándote con él  mientras caminas por la ciudad. Te imagino en una ciudad bulliciosa, caminando apenas rozando el suelo con los pies, pasos cortos, acompasados, rítmicos, eléctricos como los del gorrión que bebe en aquella fuente que también imagino, querida mía.
Salió el sol, mira cómo hace que entornes los ojos y pongas tu mano tapando tu frente, apenas marcada aún, risueña, juvenil… dan ganas de cogerte la mano para correr a guarecerse bajo uno de esos toldos de rayas que pueblan el barrio comercial de esa ciudad en la que te encuentras, en la que la gente viste con distinción y lee aún la prensa en papel, y la lleva bajo el brazo como una especie de complemento que dice cómo  percibe el mundo, que ahora es dorado de sol y azul de cielo. ¿Tomas un café? Sí, también tomas un café en mi boceto. Rasgas apenas el azucarillo, apenas lo viertes, apenas lo remueves. Apenas rozas la taza con los labios, como besándola, dejando caer al descuido una gota que resbala por ella hasta el platillo, donde queda perdida, como esos granillos de dulce que tomas con la yema del dedo, para después chupártela, como haciendo una travesura, al descuido, para mi sorpresa y tu alegría.
Querida mía: te imagino siendo generosa con el camarero que te sonríe cuando te alejas, pensando que eres preciosa, preciosa, preciosa. El camarero te ve dar un saltito en la acera para no pisar a un perrillo que olfatea un rastro invisible que está justamente bajo tus piececillos blancos, bajo esa humanidad tuya,  fragante, distante y rotunda que ha pasado a ser un aroma prendido en el mediodía parisino, vienés, que se torna activo súbitamente con el paso de una nube que viene, diligente como la racha de viento que la empuja a turbar el cálido paseo que empieza a ser desfile elástico de gentes ocupadas entre las que te camuflas, querida mía, amada mía, y entre las que ya no te distingo. 
Por qué desaparecerás ahora precisamente.
Quédate un poco. Si desapareces me vuelvo solo a donde me hallo, sentado, confinado, enmohecido. Unos kilos de hombre triste en una prisión europea, donde los que me rodean parlotean en jergas que no entiendo, ruidosos y ajenos a mi, un pobre hombre que estaba distraído y atropelló a un niño que quería coger un perrillo. Quedaron tendidos y sólo sé que pensé en llamarte  pero tú  me habías dicho que no lo hiciera, así que no llamé a nadie, porque ya no había a nadie a quien llamar.
 Y ya sólo fuimos el niño distraído, el hombre ausente, el aire amable de la tarde. La madre hierática y sola.
-¡Roldán, patio!

Me despido, querida mía. Voy a caminar en busca de esa nube que miraste esta mañana, de ese pájaro que voló acrobático y atrevido sobre tu cabello dorado, mientras me volvía invisible entre otras gentes.

4 comentarios: