viernes, 26 de diciembre de 2014

Pudores

Pues miren a mí, de la 2, lo que más me gustaba era Muchachada Nuí, qué cosas, más que los documentales, que también. Después iban los conciertos, las películas. No, no soy una gourmet televisiva. No, no he visto las taitantas temporadas de esta o aquella serie. Bueno, sí, de Seinfeld. Los que no la conozcan que vayan a Youtube, los que la conozcan, ya saben de qué me río.
De lo que no me río es del cepo, ves per on. Me han llamado puritana esta mañana, y como ando cuestionándolo todo desde que Robespierre entró en mi vida de nuevo (Robespierre, Javier García Sánchez, Galaxia Gutemberg) no me atrevo a mondarme de risa al ver a nadie a ir a la cárcel, porque si hay algo que haga que te corra un cordoncillo de sudor por la espalda es cómo suena esa puerta cuando se cierra tras de ti. Que no veo Sálvame habitualmente -pero alguna vez lo he hecho- porque no me importa  la vida de la gente, que no veo Gran Hermano porque en su momento compartí un piso con desconocidos y ahora, (racataplán) cuando se me había pasado el cabreo de los vídeos de Bárcenas en misa, me llega vía telediario Díaz Ferrán jugando al parchís. Y sí, están ahí porque se lo merecen. Más como ellos debieran haber caído antes. Pero cuánto hemos caído los demás al observar lo que se hace donde no se puede hacer otra cosa. Y me dirán que ellos son parte de la causa de la miseria de muchos, que otros se tiraron por un puente, que otros están a punto... Seguramente. Y es estremecedor comparar vidas, siempre pierden los mismos, pero llegados a este punto, no puedo dejar de pensar que esta cortina de humo es muy útil, lo interesante es saber para quién. 
Qué poco edificante me parece observar esas rutinas domésticas, ese alzador de bienes dándole al trapo, al cubilete o al mus ¿Queremos regenerarnos? ¿Lo haríamos si picaran piedra? Porque como chascarrillo podemos colgar fotos de la guillotina, de un catálogo de maquinaria agrícola, sólo como licencia poética, pero esa constitución que queremos rescatar, en el artículo 25. 2, el reglamento penitenciario vigente no contempla esta afición behavoirista y un tanto zoológica por los encarcelados famosos. Que si a Pantoja le tiraron del pelo, que si comió sola...
Dudas y más dudas. Sólo conozco un poco de ese mundo solitario y frío. Mercedes Gallizo escribió Penas y personas (Debate) , que invita a la reflexión sobre un sistema que es más duro con los que menos tienen. ¿Seremos mejores ciudadanos en la contemplación -impúdica- de la vida diaria de alguien que ya paga con la privación de libertad? Nada más lejos de mi que cualquiera de los que han dilapidado lo público, pero también lejos de los que tricotan al compás de estas imágenes que nos retratan a los espectadores en un registro que me impresiona, porque siento un pudor extraño al ver a un hombre siendo observado por los demás, por mí misma aunque sea un instante. Y siempre nos parecerá poco castigo, siempre nos parecerá que el beneficio recae sobre los mismos. Solamente me ronda una pregunta: si fuera más duro el sistema, como sociedad, ¿seríamos mejores?

Puritana y algo ingenua, pero cada cual tiene su fe.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Es lo que hay

En las cafeterías que andan garbosas al son de la recuperación se toma el café humeante para remate de unos bocadillos a lo Pepe Gotera, -con toda la lengua fuera- que se come el respetable como exaltación de eso tan español de celebrar en el bar (de Antonio, de cuya historia no quiero acordarme). En las casa de los parias y las famélicas legiones existe una pobreza energética que hace que la gente coma garbancitos cocidos de la caridad cristiana, o del auxilio social, como me dijo hace unos días una señora. El nuevo auxilio social, de niños lustrosos según quien los vea se basa en haber descendido peldaños que son al contrario que en la tierra, cada vez más fríos cuanto más abajo. No hay ni para gas. "Ahora voy y lloro" dicen que dijo un prócer que presume de cívico y responsable. El vídeo que expone para justificar que no lo hizo es como esos planos generales de los estadios en los que los cánticos y los bramidos han de subtitularse. Pero les vemos capaces, y eso sí que es grave. Dicen que hoy mismo un hombre desesperado estrelló su coche contra Génova 13 con dos bombonas de butano. Hay quien no tiene ni dos botellas de gas para hacer lentejas. O de absenta, como dice mi amiga Pilar, que me asegura que va a ser de ahora en adelante el único sustento de los poetas. No justificamos nada. Abominamos de todo, encendemos cirios para alumbrarnos como en un anuncio de refresco americano con las mandíbulas muy apretadas de frío, de mala leche integral, o sea, con toda la fibra de esta realidad correosa en la que nos hallamos mirando hacia los lados, calculando cuánto infierno nos queda bajo los pies. Y llega además de la recuperación la Navidad, y te llega con ella tu niño con un cenicero de arcilla -verídico- con su fotito de ángel plastificada en el centro, como si nadie se hubiera dado cuenta de que si apagas un cigarrito le quemarás. Y pasa el cenicero asimétrico a ser el verdadero símbolo de las fiestas más asimétricas todavía. Enciendan la tele y aguanten un bloque informativo: verán gente desesperada, compras frenéticas, diputados bien comidos y muchos bares de Antonio en los que anónimos toman un café cargado de ese que quita el hambre y el frío un rato. Piensen en los garbanzos y en la desesperación y escuchen conteniendo las bilis cómo decimos todos a una que estamos en contra de que se estrellen bombonas de butano y coches contra nada. Que queremos ser pacíficos y que se note que somos demócratas muertos de asco, que respetamos todas las leyes presentes, pasadas y resucitadas. Alguien comentará que se le veía ido al conductor del coche en cuestión y todos cabecearemos. Es lo que hay. Fíjense si es lo que hay que los suicidas ya no son noticia...

jueves, 11 de diciembre de 2014

Vacaciones



Aquel primer día, al bajar del coche alguien me dijo:

-Ahora ya puedes correr.

Y corrí hasta que noté algo pegajoso en la cara. Me miré al espejo y vi que un polvo amarillo me manchaba las mejillas:

-Es polen, me dijeron.

El polen era un material desconocido. Sí que es cierto que al poner los pies en la vega por primera vez noté que el aire era como un recital de notas dulces y que algo flotaba en él, algo que se me pegaba a la piel y a los ojos y que hasta entonces no había tenido significado, solamente definición. El polen se adueñó de mis sentidos aquella tarde de finales de agosto en la que me zambullí debajo de los frutales en un mar de hojas secas, fruta madura y mariposas.

Debajo de un árbol –que más tarde supe que era un peral- emergía de la tierra una quijada blanca y bíblica que me horrorizó, y que supe más tarde que  perteneció seguramente a un perro de la casa. Mientras llegaba hasta ella, un hilo de seda elástico e invisible me quedó prendido en la cara. Las arañas había tomado posesión de los naranjos que llevaban más de un año sin que nadie los escardase, y en aquella naturaleza salvaje, las tejedoras tenían caza abundante. Una vez repuesta del susto de haber visto al depredador a unos centímetros por sorpresa, desde lejos aprecié sus hilos avisadores, sus marañas aparentemente desordenadas, sus presas pendiendo de la nada, envueltas en pequeñas mortajas tejidas con maestría para asegurar la continuidad de la vida. Era eso lo que noté junto con el polen: la vida. La vida bullía debajo de cada piedra, debajo de cada rama seca, dentro de ellas. Desde las lombrices sinuosas hasta la repugnancia de la carcoma, blanda y blanca, ajena al mundo en su raca raca continuo, todo estaba vivo. Bullían los gusanitos en la fruta madura, legiones de hormigas arrastraban provisiones a la colonia... Del más pequeño al más grande, del llamativo al mimético todo era un ir y venir de pequeños entes, cada cual con su plan evolutivo, con su afán desde hace cientos, miles de años. No había un solo lugar que no estuviese habitado por un ser que había sido creado para dar lugar a otro y a otro, en una cadena trófica que entonces acababa en el gato cenizoso y ladrón que se acostaba en la estiba de la entrada. Aquel gato tenía debilidad por las moscas muertas y los melocotones. Conforme caían unas y otros enarcaba a espalda y salía como un tigre de Bengala a   cobrarse una pieza inerte, que se llevaba con toda la elegancia posible en cada caso, relamiéndose las zarpas una y otra vez tras acabar el banquete, estirando las patas delanteras para probar sus uñas de cazador atípico en el tronco de la morera, arsenal sin fin de arcos y flechas que eran empleadas para espantar hermanos menores y ranas incautas que sesteaban sobre el barrizal, esperando a la mosca y al mosquito, parpadeando con parsimonia, estirando su lengua para atrapar de forma eficiente el sustento. Tras unas horas de observación me dí cuenta de que cerraban los ojos para tragar, como cuando a un niño se le hace bola la carne, y que cantaban durante horas si no te acercabas demasiado. Una culebra apareció para comerse una de ellas hasta que un chiquillo clavó la cabeza del reptil en el barro de una pedrada. Las serpientes eran el mismo demonio reencarnado y había que matarlas porque si no traerían la desgracia que llegaba anunciada por el aullido del perro que estaba solo o dolorido. Todas aquellas creencias estaban impregnando el aire cuando llegué, forastera y despistada a un lugar mágico donde la miel brotaba en las higueras maduras de tronco castigado, en las que anidaban pájaros que picoteaban, golosos, los mejores frutos. Los gorriones bebieron en un charco delante de mis pies sin inmutarse, picotearon unas migas de pan, unos granos del huerto, descollaron un plantel, en el que unos brotes tiernos fueron el festín improvisado de aquella horda de visitantes que llenaron el patio en un instante para salir volando después en tromba, dejando el silencio un segundo en el que el agua llegó a mi corazón para quedarse. El pozo ocupaba un lugar central y en él, el cubo de zinc, la cuerda de cáñamo, áspera como las manos de los viejos, sacaba del barro un agua tan limpia y fresca como pueda imaginarse. Vaciaron el pozo para limpiarlo y en el fondo, el cieno en el que apareció misteriosamente un reloj parado que no era de nadie, una cuchara de alpaca que nadie quería. Se limpió y al momento el agua volvió a tomar su nivel y los hombres que lo habían secado se lavaron allí mismo y bebieron vino después de cobrar. Bebieron sin pudor delante de mí, regordeta, colorada, extraña. Contaron historias de otras ocasiones en las que alguien había quedado atrapado en un aljibe, o había enfermado tras beber el agua infectada; me explicaron con oficio por qué se tamizaba el agua y creí morir de asco; me enseñaron la fauna que habitaba en el agua, los insectos que picaban y mordían y me indicaron unos panales de avispas recién hechos con pasta de papel que ellas mismas elaboraban masticando minúsculas porciones de madera. En menos de tres días di cuenta de cómo era el aguijón de una de ellas. Al escuchar mis gritos alguien se apresuró a embadurnarme el bracito con barro, que llevé con mucho cuidado durante lo que quedó de día. Había avispas rojas y negras, esas eran imponentes y a esas les tuve más miedo de manera inmediata. El gato también las cazaba con oficio y se las comía haciendo crujir su cuerpo entre los dientes. Nunca supe si le picaron. Era un animal extraño, que dormía sobre el perro y no arañaba a los niños. Tenía el pelaje rayado en tonos grises, la nariz roja, los ojos verdes. Me miraba sin parpadear y yo a él. Alguien me dijo que si lo hacía durante mucho rato podríamos comunicarnos y uno de nosotros al fin desistió. Paseando llegué a una especie de  canal donde un hombre intentaba arrancar algo. Esa escena épica de ver sacar las tablas del portillo, esa cascada de agua fresca que salía entre las maderas y lo anegaba todo sonaba de una manera desconocida, y el aire de aquellas vacaciones fue dulce y cristalino, feliz y árido como las motas a donde no llegaba la humedad, donde la cola de caballo tapizaba los acopios irregulares de tierra que esperaban que llegase el progreso, y en los que hubo una madriguera de una liebre que atraparon los chicos y que corría frenéticamente por el techo de las jaulas hasta que alguien le dejó la puerta abierta y se fue para no volver.  Al lado de ese agujero que quedó vacío descubrí un rosal blanco, fragante, cuyas flores dejaban sus pétalos sobre el suelo. Al pasar junto a él me enganché la ropa, y al liberarme quedé prendida en un naranjo desordenado. Salí corriendo azorada, con los brazos arañados. El rosal estaba vivo, también el árbol, todo vivía en aquel jardín donde llegué sin querer una tarde en la que los vecinos me preguntaban entre otros cientos de cuestiones si me gustaba mi casa. Una niña famélica se me acercó y me dio un pellizco  sin mediar palabra, mordiéndose el labio inferior, como para hacer más fuerza. Me pareció una especie de fiera y me sentí larva, hormiga, menuda, vulnerable. Me quedé un tiempo indeterminado mirando el agua de la acequia que llevaba islotes de vegetación suspendida que sobrevolaban las libélulas y pensé en las anguilas que estaban en la esquina de la bóveda, por donde penetraba un  chorro de agua limpia de la otra azarbe, en cómo boqueaban cuando las pescaban, en todos los que estábamos allí al mismo tiempo pensando cada cual en lo suyo, y quise averiguar qué pasaba por la cabeza de cada uno de los que miraba agonizar al animal, fijándome en la expresión de indiferencia de sus caras, como si aquellas pieles curtidas contuvieran en su frialdad un secreto novelesco y vergonzante que no era más que costumbre. Fijándome mucho  a veces logré encontrar el por qué de algunas cosas, y casi siempre me equivoqué al intentar leer en los surcos de las caras.
Aquel agosto pesado tuve la certeza de haber encontrado la vida debajo de cada piedra, en el aire, en el agua. Azul, marrón y verde. Rosa de cielo, rojo de atardecer, cascabeles de agua, cigarras, grillos y pavos reales. Cada lugar era mágico, cada árbol me invitaba a pasar mi mano por su tronco. El descubrimiento de aquellas primeras horas perdura en cada momento en el que  salgo y encuentro algo de aquel paisaje virgen de mujeres embozadas y hombres cavando la tierra, en cada puñado de esa tierra que es como aquella donde a veces, encontré un fósil de un bivalvo gigante y me paré como aquellos hombres enigmáticos, con idéntica expresión, en el mismo lugar, con aquella  fascinación que llevaba a especular cómo había sido el que en otro momento había estado también allí, embriagado de las gamas de marrones que iban cambiando a medida que entraba el agua por las compuertas...



Felices fiestas 



domingo, 30 de noviembre de 2014

Hordas (sucedido)

Mi vecina Rosa tiene unos niños éticos y peléticos que han crecido mal y mucho. Se han hecho unos quinquis potentes que conducen siempre por la izquierda y no es porque desprecien el sistema métrico decimal, sino porque cargan hacia ese lado cuando se echan al asfalto y ven que los demás ponemos cara de susto al verles venir derechos a nosotros. La señora Rosa sabe llevar pollos y conejos al cabo chusquero que le dice que no se preocupe, que eso lo arregla él. Así lo cuenta ella misma, que yo no sé si existe el cabo, sólo conozco a las hordas de su sangre que van dejando regueros de matrículas y espejos arrancados de cuajo de los coches de los vecinos, que saben que son ellos pero que no pueden asentir ante la pregunta que descerraja la madre amante con los ojos entornados:

-¿Pero tú los has cogido in fraganti, eh?

Y tú, claro, no los has visto, ni puñeteras las ganas que tienes de encontrártelos ni caminando por la calle, que van como los vaqueros de las películas, con las piernas muy abiertas y los codos haciendo sitio por las aceras escasas de la pedanía donde yo vivo, provincia de Ciudad Real, y hasta aquí puedo leer que luego me buscan y me dan un repaso al gato o a la persiana de la puerta mismamente,  y me la echan a la carretera desde lo alto como a la señora Angustias –la viuda de Riquelme- que pilló a Paquito saliendo de su casa en la siesta, cuando ella fue a casa de su madre a hacer cosas de esas que hacen las hijas a cierta edad, como ver si la madre ha comido. Pues eso, Paquito enrolló la persiana y la tiró como una jabalina con estilo depurado desde el puente de la autovía, que podía haber matado a alguien, que se quedó Angustias blanca como un muerto cuando vio parte de su casa en las noticias como ingrediente de  un suceso de vandalismo.

Nadie, nadie del pueblo que yo sepa le ha plantado cara a estos desgraciados, que son siete que yo recuerde, esparcidos por todas partes. Tres chicos y cuatro chicas, prolíficas y rijosas, que han parido sin esfuerzo varios retoños que tienen la misma mirada huidiza y los mismos pelillos de alimaña que doña Rosa, que ha descubierto a la vejez el cardado, lo cual le aporta un aspecto desconcertante, con su cráneo dibujado al trasluz en esta nueva etapa de respetabilidad que ha llegado cuando su prole, ya emancipada, sólo viene de visita a dar unos sablazos a ella y de paso a los vecinos, que donan sin saber gasolina con un macarrón por el que te aspiran cuanto puedan, y frutas de sus huertos, amén de pequeñeces como herramientas vendidas después a precio vil y alguna bicicleta que cambia de dueño en apenas dos pedaladas.
Digo, que a esta plaga bíblica nadie le ha puesto freno hasta la semana pasada que mire usted por dónde han hecho como que topaban con un ciudadano que andaba buscando una dirección a veinte kilómetros por hora. Han hecho lo que otras veces, fingir un accidente, ponerse duros e intentar sacar tajada. Pero amigo mío, el primo era un militar de permiso que terminó haciéndoles una llave y poniéndoles la cara pegada a la gravilla del arcén donde pensaban chulearle sin piedad. Qué momento de regocijo, oiga, cuando les han llevado detenidos, cuando ha salido la madre, santiguándose, diciendo que eran buenos chicos, sólo que un poco nerviosos.
(Dice el cura que no puede ser, que le han jurado que no es cierto, y aunque jurar no es cristiano, lo entiende como prueba de verdad. Dice el cura que doña Rosa es devota de la virgen del pueblo y que le ha regalado una medalla y una capa bordada en oro al niño contrahecho que le cuelga de la mano con una bola en la ídem, como metáfora del orbe. Doña Rosa le dijo al cura que eran nerviosos y que no han podido resignarse nunca a ser pobres, que ella les ha dado lo que ha podido, porque si no, temía que lo fueran a robar. Y vaya si lo robaron, porque les fue apeteciendo todo lo de los demás, menos las novias, que algo bueno tenía que haber en aquellos cuerpos desnaturalizados. Pide clemencia la mujer, llora, se araña. Se postra delante del cuartelillo sin éxito, les ve salir echando chispas en dirección a Toledo...)

En el pueblo –le digo- hay este fin de semana cierta tensión dramática, porque doña Rosa se ha rehecho en un abrir y cerrar de ojos, con la noticia del próximo permiso de Luisín, que juró coger a doña Angustias y tirarla donde la persiana. Que son buenos, dice su madre, pero que nadie les tosa si han pagado. “Si han pagado”, dice, entre dientes, doña Angustias, que ha decidido irse donde su madre, que tiene un perrazo, una escopeta y varios vecinos víctimas de otras ediciones de los grandes éxitos de los Rubira. Los Rubira son los hijos de doña Rosa, que les quiere como si fueran infantes con los dientes de leche , que los tienen almenados como Platero y preparados para hacer sangre a bocados, que son como un lagarto de monte que trinca un tiesto y no lo suelta, seguro de que lo mismo provocará piedad y sobresalto y de que aunque pierda el rabo, a su víctima el mordisco, no se lo quita nadie.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Trazas

Los que nos movemos por el proceloso mar de las alergias alimentarias tenemos claro el concepto de traza -->(RAE: huella, vestigio). La traza contamina cuanto toca y por eso hay madres que nos pasamos la vida lavando los cuchillos de la cocina, para que no quede nada de nada del alimento anterior. No solamente que parezca limpio, sino que realmente lo esté( en casos de alergia grave, te va la vida en ello). Para que no haya trazas de alérgenos en los alimentos, en las fábricas se trabaja con limpiezas periódicas, departamentos estancos, análisis rigurosos en los llamados puntos críticos. Si el producto está limpio, lo está totalmente. Si no, o contiene el alérgeno o trazas de aquél, que para el que es alérgico es lo mismo. O como me dijo una señora que trabajaba en un departamento de calidad, la diferencia está en qué clase de producto se quiere servir, en el compromiso con el consumidor.
Y me dirán que para qué este rollo. Dice Pujalte que Ana Mato solo es responsable de "comerse el jamón que le regaló a su marido el señor de la Gürtel". El jamón tenía trazas de ladrillo, así a simple vista, pero ellos insisten en que está bueno, que es bueno. Que el mundo entero nos envidia por las patas traseras de las cerdas. Pero contiene trazas, les digo. 
Muchos anuncios de contactos de los medios tienen trazas de esclavitud, de patriarcado. Muchos anuncios electorales tienen trazas de condescendencia, de cinismo. Algunas caridades saben a explotación en otras latitudes. Bastantes debates parlamentarios tienen trazas de mentira, de esa que hace que se te tuerza la cara mientras escuchas. Trazas de ignorancia, de cainismo, de falta de empatía: tóxico en todo o en parte y para algunos colectivos, mortal de necesidad. El jamón de Mato, comido con o sin desgana es la santificación de eso tan antiguo de que todo el dinero es igual venga de donde venga. Y no. Por eso a Errejón lo van a intentar crucificar, a ver si cuela que está contaminado, al grito de ¡son tan pecadores como nosotros!. Que les viene de perlas esta hermosa polvareda universitaria aprovechando la coyuntura de limpieza general. Humo y más humo. Ganancia de pescadores de surimi, que parece pescado pero no lo es. Los besugos y los jamones de verdad  a estas alturas  ya han sido facturados con la trazabilidad tapada con tipex.  
Ciertos comedores de jamón miran con preocupación los análisis de laboratorios independientes de ideas: la culpa es de ellos. Es lo que pasa cuando tienes tanto tiempo para pensar, que te vas a hablar con otro, con otro... lo que viene siendo un conato de manifestación virtual. Talmente como este jamón, que no tiene genealogía, que en realidad no existió, tan sólo testimonialmente. O sí.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Tres generaciones

En verdad lo elegante  sería que la única  imagen de Cayetana de Alba fuera la de los retratos -fabulosos- que le hizo Gyenes, más jovencita, más mayor. En ambos con una personalidad arrolladora, con joyas buenas, de las de verdad, montadas sobre siglos de poseer la tierra y casi casi a los que la trabajaban, porque el poderío de la casa de Alba se remonta allá donde no existe mi genealogía. 
Un catalán ilustre, Martín de  Riquer publicó en 1999 “Quinze generacions d'una familia catalana", en el que glosaba la historia de su familia ilustrando cada época con documentos tanto oficiales como domésticos. En mi familia, tan sólo he llegado a tres. Y eso que los Pérez y los Paredes hemos tenido ganas de sobrevivir a guerras, epidemias y hambres, pero muchos sólo fueron jornaleros y la mayoría casi no asistieron al colegio, así que la tradición oral se fue con ellos. Todos sus sueños, sus proyectos y sus logros se perdieron con sus huesecillos pegados a la tierra -siempre de algún señorito- en la que trabajaron. 
Capítulo aparte merecen las mujeres de mi familia. Aguerridas, valientes, cabales. Luchadoras incansables. De ellas nadie ha podido decir "vivieron como les dio la gana", de ellas nadie contará que fueron embajadoras de su ciudad, es posible que alguien las recuerde cantando o echando un baile, no creo que les gustara menos bailar que a Cayetana. 
Una de mis abuelas tuvo tantos hijos como ella, y uno se murió en el parto. No tuvo médico. Quizá si a Cayetana le hubiera pasado hubiese sobrevivido. Vaya usted a saber. En verdad los pobres, aunque parezca lo contrario quieren a sus hijos con locura. Mi abuelas también quisieron a sus hombres hasta que murieron, a los nietos que crecían deprisa. Con fe en la vida, como ellas hacían las cosas...
Compadezco a Cayetana encarcelada en un cuerpo que no le obedecía, como tantos enfermos... quién como ella, rodeada de cuanto precisara, de todos los avances, sin mirar una factura. Me extraña en la hora de la muerte, la loa a alguien que no hizo más que vivir de acuerdo a sus posibles, eso sí, con un punto trasgresor, que siempre es de agradecer. Nuestras madres y abuelas no pudieron serlo tanto. Sin blasones y dineros no se tiene la calidad de trasgresor. Una mujer pobre trasgresora o era  rebelde o directamente una perdida, y eso es tener derecho a castigo en la tierra y en el cielo. Parece, oyendo hablar de esta mujer, que vivió en otra época a nuestras mujeres sometidas, analfabetas, envejecidas antes de tiempo. Y sí, quizá sólo ha habido un San Francisco de Asís, no digo yo que todos andemos por la vía ascética, pero parece que hoy por hoy habría que haber sido más comedido en la fanfarria. 
Por lo que está sufriendo el vasallaje, mayormente. 

lunes, 17 de noviembre de 2014

Salud, dinero y bellotas

Perdónenme, que tengo un día tonto. Monago me ha asaltado desde la tele, mirándome a la cara me ha dicho que era hijo de un guardi civil raso. Yo de un obrero nada iletrado, encantada. Que ha sido infante de marina (botón de ancla, botón de ancla), que se paga el agua, que no tiene parabólica. Ni yo, caballero, ni yo. Por cosas como su discurso estoy a punto de no resintonizar la tele. Porque Monago (calderero, sastre, soldado, espía) me he bombardeado con un ejercicio de autobombo que ha quitado argumentos a los que dicen que a Pablo Iglesias le echan jabón en demasía. Cada vez menos, todo hay que decirlo. Ha dejado de ser carne holográfica y la sangre huele a kilómetros, por lo que lleva tras de sí una buena manada de depredadores. A lo que iba, que con música va todo mejor, señores, que todo entra de fábula. Y de hecho este discurso del prohombre extremeño me recuerda al del sin par Lamparilla, que les reproduzco a los que no sean tan zarzueleros como yo:

Yo fui paje de un obispo / y criado de un bedel, 
y donado de un convento / y ranchero de un cuartel. 
Yo fui sastre cuatro días, / monaguillo medio mes, 
y ni el mismo diablo sabe / lo que he sido y lo que sé. 
Ahora soy barbero, / y soy comadrón, 
y soy sacamuelas, / y soy sangrador. 
Peino, corto y rizo / y adobo la piel, 8
y echo sanguijuelas / que es lo que hay que ver. 
…/… 
Yo soy músico y coplero, / y organista y sacristán, 
y en mi barrio no ha nacido / otro yo para bailar. 
Yo hago pasos de comedia, / sé francés y sé latín, 
y ando siempre tras las mozas, / por supuesto, con buen fin. 
Pongo sinapismos, / peino con primor, 
y tiño las canas / de cualquier color. 
Bebo como cuatro, / juego como seis, 
y afeito a cien hombres / con la misma nuez. 

Los oficios de Monago fueron glosados con idéntico entusiasmo, así como las explicaciones, que me han hecho rememorar este fragmento  de la zarzuela en cuestión:

Por salvar… yo no sé cómo, / de un peligro… a no sé quien, 
en la cárcel… no sé cuál, / me han metido… ¡no sé a qué! 
Más de cien declaraciones / me han tomado sin cesar, 
y yo he respondido a todas / de este modo singular: 
¡Yo nada vi! ¡Yo nada hablé! / ¡Yo nada oí! ¡ Yo nada sé! 
¡Yo ni escribí, ni conspiré! / ¿Qué hago yo aquí? ¿Cuándo me iré? 
Creo que hay… yo no sé dónde, / un complot… yo no sé cual, 
para hacer… no sé qué cosa, / que es preciso averiguar. 
Y los jueces y escribanos / esperaban que iba yo 
a aclarar de este misterio / toda la conspiración. 
Mas como allí / yo nada oí / ni nada vi, / ni nada sé, 
Tan listo fui / que hoy escuché / ¿Qué hace usté aquí? / ¡Váyase usté! 
Y el barbero Lamparilla / apretó a todo correr, 
Desde la cárcel de Villa / al barrio de Lavapiés.


Nada nuevo bajo el sol. Esta joya se estrenó con libreto de Luis Mariano de Larra, hijo de Mariano José de Larra, y música del maestro Francisco Asenjo Barbieri el 19 de diciembre de 1874. Para que luego digan que el género está muerto. 

Los afanes de Monago 
José Rafael Montava Valls

jueves, 13 de noviembre de 2014

Carrusel

Hoy es otoño de mentira. Tengo unas peras escuálidas que han vuelto a cuajar en el árbol que injertaron hace años sobre un pie de membrillo. Es un pomito rosado y de juguete con cinco peras dulces y crujientes que están fuera de tiempo. Estar fuera de tiempo es estar a tiempo un poco porque ahora el verano se ha estirado y el otoño casi no ha llegado. Llegará el invierno cualquier día y estaremos aún con el brillo del sol en los ojos, ese que se reconoce un día en el que por lo que sea la luz se hace tan nítida, tan resplandeciente que dan ganas de ir al mar a comprobar si pasean por allí las mujeres de Sorolla. 
En este otoño de mentira, en este presente retro, me corta la piel un aire fresco que viene de otros lugares donde las gentes se asoman a la ventana pensando que aquí aún hace calor. Aún no han caído las hojas, tan sólo llovió un poquito y se remozó un rosal que no huele a nada, pero que tiene una estampa magnífica, como tantas otras cosas. Este otoño vacío de sonido de hojas secas, este fresco que no es frío, que invita a la calle aún, nos invita a la calle más porque en la calle hay otros como nosotros, con el pasado como futuro, con el futuro perdido en este bucle de hojas de calendario. Tal día como hoy, dice mi taco de los sagrados corazones: "Del mérito propio sale el resplandor y no de la tinta del adulador". La frase es de Quevedo y la suscribo, y va por todas esas personas a las que he estrechado la mano estos días, a las que he estrujado sinceramente y que saben, porque se me veía en la cara esta redonda y permanentemente rosada que tengo, que hubo alegría inmensa y muchas ganas de buscar el invierno, de volver a los fueros que nos fueron arrebatados por toda esa ralea de personajes, que presos de la adulaciones y de sus propias tiranías han querido uncirnos -diría el poeta que tampoco quisieron aquí- sin éxito a su reata para ver si pudiéramos hacer que el pueblo les amase tanto como se aman ellos. No pudieron y así, subiéndonos el cuello de la chaqueta con las manos en los bolsillos, llevamos a la calle destellos de sol en los ojos, que surgen al encontrar a otro viajero del tiempo que quiere bajarse de este carrusel trucado como la escopeta de esta feria que va dando tiros de fogueo al aire. Los próximos serán de verdad, nos dicen. Y tú respondes: y nosotros estaremos allí para contarlo.

martes, 4 de noviembre de 2014

Los Principios Fundamentales de la Quietud

La Quietud en mayúsculas nos ha atrapado, se nos ha metido por la nariz como un veneno de cuento y así, callando callando... nos ha dejado sin voluntad. La culpa la tienen los principios fundamentales de la quietud. Son los que debidamente repetidos se nos apalancan entre gen y gen, cambiando nuestra manera de afrontar la vida. La cosa es tan sencilla que da vergüenza -que han de sentir los que los han promovido y votado, seamos justos- y se expresa en un estilo muy peligroso que llamaba un maestro mío "la sabiduría de Sancho Panza". Este registro consiste en quererse ganar al ciudadano con lugares comunes, sentidos comunes, cosas bien hechas, cosas hechas como Dios manda, cosas que hacemos como debemos de hacer y otras milongas similares. El perpetrador de este atentado contra la ciudadanía se distingue de otros que usan palabras llanas en algo que le define: es un ser absolutamente mediocre. Un mediocre aupado, adulado, aplaudido, mimado, abonado y regado con los mejores caldos, vestido a medida para que las sisas le queden como un guante, un mediocre que por un segundo puede parecer que no lo es. Me dirán que aún así es difícil de localizar. Pues bien, hay un rasgo que le deja como el emperador del cuento, sin traje nuevo, en gregüescos; ante la adversidad (que él mismo ha provocado) utiliza dos reglas inamovibles:

1. "El que venga detrás que tire". Ya sé que suena vulgar, pero así ha sido hasta ahora. El que llega se llena la campanilla de herencia, pero deja sus propias aportaciones, faltaría más. Per secula seculorum.

2."Ya te hartarás". Esta es aún peor, porque es lo que no se dice, es lo que emana la administración respecto al ciudadano, llenando de desánimo a una sociedad saturada de sufrimiento. Ante cualquier reclamación esa es la respuesta por activa o por pasiva. Entronca directamente con la resistencia al cambio, fuente inagotable de poder... hasta la fecha.

Y así ha sido que hoy, un tribunal dice que no voten en Cataluña porque ya se hartarán. Pero no se hartarán y alguien deberá afrontarlo con sabiduría, sin esas simplificaciones "nacionalistas-no nacionalistas" "derechas-izquierdas" "federalistas-no federalistas". Hay tanta riqueza, tantos matices... y es que a veces creemos que son todos como esos mayoristas de la quietud cuyo espectro de visión es sólo de geometría plana. Hay más, mucho más, y por eso los ineptos ante los nuevos retos nos proponen viejos remedios. La protesta social se convierte en problema de orden público, y la jueza Servini ha llegado tarde... Nunca es tarde para empezar ¿no les parece?

domingo, 2 de noviembre de 2014

Mieditis

Hace unos días en un programa de televisión el profesor Gay de Liébana daba la clave de eso que pudiéramos incluir como marca españa (con minúsculas). Sobre Nicolás Gómez Iglesias decía algo así como: "tienes un chico con muy buenas notas, muy estudioso, probablemente le costará ascender; tienes un caradura como el tal Nicolás y mira, como la espuma" (no es literal, fue más elegante el profesor). A ver quién no coincide con el dictamen, a ver quién no tiene un conocido que es un jeta, que se metió constructor, que dejo unos cuantos pufos, que bajó la persiana y que ahora dice que todo está podrido. A ver quién no conoce un concejal que se ha chapado la vida en oro, a ver quién no se olía que la vida en general iba a hacer PUM más pronto que tarde. 
Como mindundi que soy, leo la prensa matinal esperando destellos de luz y encuentro que huele a napalm y a pánico por la mañana a costa de Pablo Iglesias. Que se quitó un piercing dicen. Y se operó la reina. Y me da lo mismo. Soy tan republicana como abomino del bipartidismo de facto ¿a quién le molesta que esto se mueva? ¿Quién es tu enemigo? El de tu propio oficio, dice el adagio. Preferimos un Nicolás, nos ahorra papeleo, nos da líquido para unos cubatas que antes se empezaban a tomar los jueves por la tarde. Aquellos padres de familia que conocían a uno que me lo va a poner fácil, aquellos intermediarios de lo público, aquellos ventajistas, están muy quietos, formando su propio círculo que bien pudiera llamarse "viéndolas venir". En este local se jugaba, pero no todos jugábamos. Nos dicen que ante el muy previsible cambio perderemos credibilidad. Quizá adoptemos una nueva identidad, también puede ser. Me meto a pitonisa esta mañana y auguro que para el que no tiene nada, la vida será mejor ¿Saben por qué? Porque al menos verá caer a esos que pensaban que iban a estar toda la vida. Ellos y los suyos que son precisamente esos a los que les faltan ojos para anticipar la llegada de todos los apocalipsis propuestos. Que no, que no se han enterado. Que no es ira, esto es hambre y sed de justicia. Pues eso, que seremos hartos. O al menos lo intentaremos. 

lunes, 27 de octubre de 2014

No sé si me explico

Medio en broma me pregunta:
-Defínase: ¿es usted de derechas o de izquierdas?
-Soy de los famélicos, a ver si se entera.
Y así vamos.
Antes era fácil este asunto, para los que querían etiquetarte rápido. Mi amigo tiene muchas y variadas teorías. Si encuentra chispeante la estética del traje de chaqueta es de derechas. También si va a misa, saca el santo,está a favor de que hayan reinas de las fiestas. Todo eso es muy de derechas. Antes. Ahora también hay votantes socialistas muy partidarios de la propiedad privada que quieren tener una hija con cancán y fru frú. Y diadema falsa. ¿Que cómo de grande? Como de boda gitana. Así de grande. Y votaron a Felipe, que a la postre no sé si decir que es de derechas, pero que se dejó parte del socialismo por el camino, sí. Ahora me llega otro hablando de los traidores. Ahí la izquierda es lo más. Empezando por los sindicalistas, terminando por los de las cajas. Ahí estaban todos, izquierdas y derechas. Y centros, y extremos. Todo por el trinque, que lo hubo. Tanto que inició un efecto mariposa que aún cruje en las costillas. Que si soy de derechas o de izquierdas... soy pobre, no más.
Dicen los que debieran disolverse rápidamente que viene Bolívar a caballo, y la momia de Lenin, y algún trotskista -de los trotskistas hablan así como con penica- y los antisistema, como si estar a favor de este sistema fuera bueno. Porque hay que ver los frutos que da. 
Luego viene esa parte de no somos todos iguales y los importante son las personas. Como un anuncio de una caja de ahorros de aquellas que tenían obra social. Las cajas de ahorros y los montes de piedad son muy de miseria. La miseria suele visitar más las izquierdas, o mejor dicho, qué te queda sino tender en la política a tu vida diaria de caja de resistencia. Resistencia, resistencia... eso es muy de izquierdas. Me dice mi interlocutor que la madre del cordero está en cuando los descontentos de derechas que han abandonado el partido adquieran un poco de bienestar "entonces se aburguesarán", me dice, mientras tanto harán frente común con quien sea. Piensa mi amigo de derechas de suéter sobre los hombros que todo es una cuestión de nervio, que el que no tiene nervio es de derechas "¿como tú?" "Como yo. Yo no tengo nervio para manifestarme y todo eso, a mí eso no me va". Piensa mi amigo que seguramente le va a ir toda la vida bien y que su condición de agitador, si es que la adquiere, será reversible. Le caló eso tan americano de la mala racha. Hay quien nace con mala racha y cree en la lucha de clases como en el evangelio, no le queda otra. A ese lo de derechas e izquierdas se le queda pequeño. Es más ético y sinvergüenza, competente e incompetente, social y antisocial... No sé si me explico...

lunes, 20 de octubre de 2014

Andrajos

Con Podemos permanentemente en las noticias, otros hechos quedan en la franja de insvisibilidad donde se arrojan aquellas cosas que siendo moralmente afrentosas para el gobierno no han de salir pese a quien pese. En este espacio está el niño que come mal, el padre que come menos, el que no sabe si estudiará. Últimamente se ha unido el sanitario que teme por su vida, víctima de la inoperancia, el perro muerto porque sí y muchas más gentes que día a día gotean, y precipitan en modo estalactita, fuera el bienestar social: la persona que ya no cobrará ni los 400 euros, la que no espera que le contrate nadie, la que ha dejado de hablar, de sonreír, de ver la tele, de coger el autobús. Dicen que hay quien no puede guisar las habichuelas porque no tiene gas (nos dicen que mejor llevemos a la caridad legumbres cocidas), y sin ese gas se echarán capas de mantas ¿recuerdan al Buscón llamado Pablos? Mal leeríamos hoy sus andanzas con una sonrisa. Quevedo es también la amargura de estos días en los que vuelve Mister Marshall en nombre de la civilización. Las obras de caridad también se pueden hacer a gran escala.
A esas personas díganles, sí, a esos que no pueden coger ni siquiera el metro, que el socialismo es malo, que todos -en palabras de un vecino mío- "tocaremos a un pollo y una bicicleta". Parece que oigo de fondo con gulusmería "¡Un pollo!", que no es sino un trasunto de aquella anécdota que contaba el inigualable Paco Rabal al descubrir la minuta de la cena:  "¡Canne! ¡canne!". ¿Conocen "Tobogán de hambrientos"? Lo recomiendo, lo leí con sumo gusto entonces, a Torquemada en la Cruz, en el infierno, en el purgatorio, ese Villaamil, ese Bringas, esa clase desclasada, esas personas tristes a las que se amenaza nunc et semper con el espantajo del reparto. ¿Repartirán nuestra miseria? ¿Tocaremos a menos entonces? De ahí que no haya quien haga entrar en razón a los harapos de entonces, transformados en movimiento social ahora. "El hambre es muy canalla y no entiende de lealtades", pudiera decir un encastado español que se envuelve en tres o más banderas, todas menos la del género humano, que está, señores, hecha un andrajo a fuerza de servir de sudario para leyes y dependientes, para suicidas tristes y para sueños que nos han robado poco a poco. El miedo es libre y ellos nos dan mucho. ¿Que quién? Los del miedo, que no son los Pablos.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Tortilla


Dando la vuelta a la tortilla el aceite le cayó sobre los brazos, y al quemarse pensó “la dejaré caer”. La vio precipitarse sobre el suelo a cámara lenta y por un momento a Luisa le pareció ver una sombra de satisfacción en la cara de Marieta, que se había ido al grifo a echarse agua fría. 
Se estrelló la tortilla contra el suelo, sí, y salpicó de huevo batido y patata los armarios cercanos, los tobillos de la compañera que miraba atónita, todo lo que había a unos metros. Marieta estaba sentada en un taburete con un poco de pomada en el brazo y un vendaje rudimentario, esperando que alguien le dijera algo de su tortilla, pero nadie le advirtió nada. Al caer la mezcla del plato que sostenía acrobáticamente en la mano no hubo reproches, porque según comentaron los allí presentes Marieta no solamente había dejado caer el plato, sino que había dado cierto efecto al golpe con la finalidad de que nada quedara a salvo de aquel ataque de ira, tan inesperado como impactante. Con el aperitivo había perecido una fuente soberbia de porcelana de Bidasoa, blanca, con una línea azul, sólida y atemporal como el mantel que bordó a juego muchos años antes. Marieta últimamente tenía la impresión de que hacía muchos años de cualquier cosa y de que los niños de todos crecían, y que ella siempre estaba allí, planchando el mantel, batiendo huevos, esperando a que todos llegasen. Había visto todos los western, todos los melodramas, se sabía la letra de todos los boleros. Había matado docenas de gallinas, cocinado cientos de kilos de patatas, había criado varios niños sanos, enterrado amigos, gatos, sueños... 
 
Toda su vida había convergido en el golpe seco de la porcelana contra el terrazo. Y mientras los trozos volaban proyectados hacia los lados, mientras que se abrían las pupilas de los que la rodeaban, de los que habían acudido al escuchar el ruido, Marieta balanceaba los pies como un niño pequeño, divertida ante su súbito momento de valor. Marieta había degustado un sabor raro, el de la ira, que parecía reservado a los hombres de su casa, y que tenía la facultad de hacerla más alta, más vigorosa, que le daba un poder desconocido hasta ahora, consistente en hacerles callar, en inhibir su necesidad de ella.  

Piensa Marieta viendo a Ramón, su hijo,  que no la necesita tanto, porque si no hay tortilla, Ramón come lo de lo que haya. Cosme tampoco ha rechistado, al verle ha pensado que aquella baldosa que ha hecho de diana improvisada era en realidad su frente calva y blanquecina, que ella ya no besaba, que él no acercaba a la de ella.  Cosme, “ese hombre a medio guisar”, le decía su compañera Marisleysis, “qué poca chicha, hermana”, permanecía mirando desde lejos mientras masticaba como un rumiante un bocadillo de panceta de grandes proporciones. Los nervios le daban hambre, toda la vida, y por eso mordía con saña.  
  
-Mírala, Santi, está loca, -decía al cocinero mulato, que miraba a su negra Marisleysis de reojo.
  
-No está loca, se está liberando, hermano, -aclaró a Cosme.
  
-¿Y eso es malo? 
  
-Eso es lo que toca. 
  
Cosme arrecia la frecuencia de sus bocados, como queriendo acabar pronto. No quiere tener que salir corriendo a urgencias con el estómago vacío, y bebe con cara de pena una cerveza fresquita que le deja relamerse el bigotillo lleno de espumita blanca, y se sirve un café generosamente trucado y un trozo de tarta. 

-La pena me puede, Santi, -dice al cocinero
  
-Ya te veo.
  
Santi coge a Marislaysis por la cintura. 
  
-Oye negra, esto va mal –le dice al oído. 
  
-Ya lo veo –responde ella, asintiendo. 
  
Santi sabe que la próxima vez que Cosme pida algo a destiempo le pasará lo que a la tortilla, pero Cosme no lo sabe, y eso que es un hombre sagaz, pero ha tostado a Marieta a fuego lento y ya no puede evitar darle una vuelta más. Se ha acostumbrado a cocerla a base de pequeñas exigencias “¿Hay café mi amor?”, “¿Viste mis zapatos corazón?” Marieta se lo lleva todo, se lo arregla todo, se lo encuentra todo. Es tan eficiente, tan ordenada, tan diligente... 

Marislaysis supo que volaría el plato, supo que Cosme no entendería el mensaje y que tanto él como su hijo estarían pensando que qué lástima de tortilla, que si se quemaba la mujer lo mismo estaba sin cocinar unas semanas, que tendrían que ir a comer a casa de la abuela si nadie lo remediaba...  
Cosme lleva a Marieta a casa, después de lo de la tortilla le han dado en el bar la noche libre, y él necesita comer algo y relajarse y ver el fútbol. Y necesita que ella no le hable mientras lo ve, que pierde el hilo. Y Marieta necesita... 
 -Cosme... 
-Ahora no, corazón, ¿sabes si queda café? 
 Cosme aúlla en la camilla, se le ha caído una cafetera encima mientras se lo ponía, eso dice Marieta; tiene esa frente enorme llena de ampollas, qué cosas, ahora parece un ser de esos pequeños que viven en el bosque, es como un duende desgarbado que grita que ha sido ella, que ha sido ella... 
-Ande, sáquele sangre y verá lo que ha bebido, dice Marieta al médico de urgencias. 
Dice el informe que Cosme ha bebido un par de cervezas con el bocadillo, un carajillo después y un gin tonic, que es digestivo. Cosme se fumó un porrito en la trastienda cuando le llamó Santi para que recogiese a Marieta después de verle una sombra en los ojos. Le salió cuando el niño Ramón fue al bar a que le pusiera algo, que no tenía dinero, se le quedó fija cuando Cosme la vio “¡normal!” y le dijo con todo el cariño del que era capaz viéndole los antebrazos vendados: 

-Anda prenda, ponme algo hasta que empiece el partido, que vengo muerto... aunque sea una cerveza...

viernes, 10 de octubre de 2014

Recojo el guante

Una foto me subyuga. Aparece en el TL de Gonzalo Semprún @gsemprunmdg, con el tuit "Los trabajadores del Hospital Carlos III despiden a Rajoy y González lanzándoles guantes de látex". Es un clásico: exigen una satisfacción.
La gente de sanidad siempre recoge el guante y se bate a muerte, poniéndolo todo, y con el caso de la auxiliar contagiada han sido insultados sin pudor: descuidados, desidiosos, y ellos han reaccionado porque llevan mucho tiempo aguantando las afrentas relacionadas con el desmantelamiento del sistema que repercute en la calidad de su trabajo, en la calidad del servicio que se presta al usuario. 
Hay una cosa que no entra en los esquemas de un terapeuta, y es culpabilizar. Jamás. Un buen terapeuta siempre busca la manera de intentar solucionar las cosas en positivo, pero la culpa está diseñada para restar la energía de aquellas personas a las que hemos decidido desactivar. Si hacemos que sientan vergüenza, que duden de sus capacidades... me recuerdan estos responsables de la sanidad madrileña a aquellos maestros que daban con la regla en la puntita de los dedos cuando un niño se reía en clase. 
Al matar al perro de la enferma demostraron desesperación, pánico, falta de recursos. Al responsabilizar a la sanitaria de todos los males futuros muestran ruindad, falta de empatía, de una visión ética y social de la política. Al hacer el cese en diferido de la ministra Mato en favor de la vicepresidenta, que es una y trina (porque hace de ella misma, de Mato y de Rajoy) se produce una vez más ese enroque de recorrido corto en el que no se sabe quién es quién, todos esperando que el tiempo diluya estos hilillos de plastilina.
No han recogido el guante, salvo alguna cosa. No han tenido arrestos para reconocer su incompetencia, hacen cambios... pero mantienen al consejero y a la ministra. Nunca me parecieron tan mediocres nuestros amados líderes. Recuérdenles trastabillando cuando les pidan el voto arrastrándose, recurriendo a lo lacrimógeno. Acuérdense de cada uno de estos hitos, de los trajes, de la desinformación, de la soberbia de los que tienen para vivir pero viven de lo nuestro. Recojan ustedes el guante que les lanzan los sanitarios. Son los que están de parte de nuestro sistema, aquel que era universal. De los mejores del mundo, decían.
O tempora...

martes, 7 de octubre de 2014

Muerto el perro...

A menudo me planteo que  soy -en palabras de mi admirado Chaves Nogales- "fusilable" por algunos elementos latentes altamente peligrosos. Ahora que el marido de la sanitaria madrileña infectada por ébola está en cuarentena alguien ha decidido matar a su perro. Me siento perro en este momento. Por lo de la vida perra. Porque seguramente a alguien le estoy sobrando, y me alegro que no tenga poder.  
Llevada por mi ignorancia científica me aventuro a pensar que por qué no el perro en cuarentena también, que por qué no aprovechar esa situación biológica extraordinaria para saber cómo se comporta el virus en su organismo y quién sabe si de su vida  -o su muerte en el caso de estar infectado y no sobrevivir- se puede obtener alguna lección valiosa.
"Que lo maten", ha dicho alguien y alguien ha dicho, "pues adelante". Excalibur es la familia de este hombre que hoy pedía ayuda para darle tiempo al animal, esa oportunidad que por ser humanos sí tendremos. Humanos blancos europeos, se entiende. Porque en África ya hace tiempo que los europeos boyantes y blancos dejaron de ver, oír y sentir a los africanos como iguales, si es que alguna vez lo fueron. No les hacen más caso que a este ser que ha tenido la desgracia de no tener a su familia para que le defienda de los que le van a sacar de su casa para matarle. Porque sí.
Y no, no tengo perro. Pero hay algo perverso en este acto de exterminar por si acaso que me recuerda mucho a esas turbas de los western clásicos, en las que entroncando con la caza de brujas medieval se las "eutanasiaba" (este es el palabro que utilizan responsables de la comunidad de Madrid) en prevención de un mal futuro.
Excalibur se llama, como la espada artúrica forjada en Avalon, extraída de la piedra. Su nombre nos lleva a esas épocas donde las murallas separaban la vida y la muerte. Ahora, sin ladrillos, sigue habiendo un foso con criaturas feroces que engullen a todo el que se acerca a la corte. Europa se lamenta de que le salpique la desgracia que es peor entre los más pobres. ¿Y si dejaran de serlo? ¿Y si les dejásemos?
Los 90 y el SIDA ¿recuerdan? ¿Recuerdan el miedo y la ignorancia, la incomprensión hacia los enfermos, la improvisación, los prejuicios, las ideas delirantes de algunos sectarios?
El perro como metáfora de África.
La enfermera como trasunto del maquinista de Angrois.
El Yak 42
El Prestige
El metro de Valencia...

Pero todo por el bien común, conste.

sábado, 4 de octubre de 2014

La sabiduría de Bugs Bunny

¿Les suena Carla?

Carla se suicidó porque la acosaban. 

¿Leyeron lo que sobre Carla escribió Roy Galán? Háganlo aquí.

Recuerdo a Jokin, también se suicidó, el día de mi cumpleaños. Por lo mismo. Y los padres de esos niños que le llevaron con su conducta a la determinación de  acabar con su vida fueron condenados. Lo que no sé si eso les hizo mejores personas, si los padres se replantearon la manera en la que los habían educado, en los valores que les habían transmitido.

Pocas veces los niños son, muchas veces los niños se comportan como.

Como nosotros les enseñamos: a dirigirse a los demás, a sentir empatía, a ser autocríticos y como consecuencia a reconocer los errores, a disculparse, a rectificar. Pero también les podemos enseñar a sentir desprecio, arrogancia. Les podemos enseñar que siempre la culpa es del otro y que el otro, ese otro -Jokin, Carla- se merece el empellón, el bofetón, la zancadilla, la calumnia. Simplemente porque nos cae mal, porque no entendemos su mundo interior. Muchas veces porque excede nuestras capacidades. 

Dice Marina que para educar hace falta una tribu. Todos somos responsables en círculos concéntricos, de dentro hacia afuera. Así, si nuestro hijo se convierte en un acosador, la primera responsabilidad es la nuestra, como padres. Dejemos la televisión y los videojuegos a un lado, están en el siguiente círculo. 

Es jodido ser padre, pero lo es más ser Jokin o Carla y salir con miedo al mundo cada día. En mi caso con bastante asco, era cara de asco la que yo tenía. Así me lo dicen los que me quieren y me conocieron cuando nadie veía nada y nadie -salvo los que me querían- se daba cuenta de nada.

Hace unos días los Looney Tunes -fuente de infinita sabiduría - me dejaron una frase genial que Bugs Bunny le decía al Pato Lucas (prototipo del psicópata doméstico):

"Ese comportamiento enérgico se debe a una mala gestión de tus inseguridades"

Padres de futuros #PatosLucas, léanla tres veces y piensen si es buena idea que el niño sea tan sumamente enérgico y piensen también por qué sólo lo es con cierto tipo de niños. Duele pero va en el paquete de padre. Y eso no lo puede hacer nadie por ustedes. Se siente.


domingo, 28 de septiembre de 2014

Seré breve

Seré breve, que es domingo y no es plan. 

El titular dice: "Hallan un fármaco contra la metástasis de colon y mama"
La noticia pueden leerla aquí

A final del artículo que les dedica el Ideal de Granada leo  : "...Y si tuvieran más financiación se adentrarían en la realización de estudios más específicos de seguridad que les permitieran, finalmente, poner en marcha un ensayo clínico, fase I en pacientes"

Hasta ahora los logros son en roedores.

Falta dinero para eso. No para pufos bancarios, futbolísticos, políticos. Y más que ustedes conocen y pueden añadir, no se corten.

Como si el cáncer no fuera a hacernos toc toc en la vida a cada uno de nosotros. Confía -parece ser- el que cierra el grifo con que le toque con un buen riñón para buscarse la vida -literal-. Así de crudo es. El talento se asfixia y con él, la esperanza de vida de los enfermos.

Ah, y como muestra un botón, me llega un llamamiento desesperado de una mujer valenciana con cáncer a la que se iba a tratar con Tdm1 y a la que se le va a aplicar otro tratamiento más tóxico, pero más barato, qué narices, que hay que levantar el país a base de austeridad. 

El Dr Balselga lo aplica en Nueva York con éxito. La marca España y la maleta (de madera, con ruedas). ¿Les suena?

Sublévense -de ánimo- aunque sea sólo un poco antes que les muerda el bicho, exijan que se acercan las elecciones y ya saben que ahora es cuando las almas se venden y se regalan. Perdónenme, pero esto duele.

Buen domingo.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Cosas que me sobran

A veces me pregunto cuánto necesitamos saber. Cuánto se nos ofrece de valor en lo que llamamos informaciones, cómo de lícita es la mitomanía cuando se refiere a barbaridades como la de Ciudad Lineal.
Con conocimiento de causa les advierto. No reconocerán a un pederasta después de haber visto varios especiales, varias reconstrucciones, varios espacios cuajados de truculencia. No podrán reconocer a un psicópata por la calle viendo un flash informativo en el que se aportan detalles como que un presunto criminal durmió como un tronco. No tiene remordimientos. Por eso hace lo que hace. Fin.

Para ver cosas feas están las redes sociales. Visiten -no me canso de repetirlo- el Blog de Marcelino Madrigal. Bloqueen gente. Penalicen  esos perfiles que fomentan la cosificación de las personas como objetos sexuales, rechacen cualquier forma de violencia, sean éticos en su manejo de la redes, filtren lo que ven sus hijos. Así sí que harán que el depredador que se agazapa detrás del teclado lo tenga más difícil. 

Me van a perdonar la pataleta, pero acabo de escuchar algo que no sé si podría digerir de ser la madre de una de las víctimas del pederasta recién atrapado. Y a mí no me he aportado nada, pero a velocidad supersónica en mi cabeza hay almacenado un dato que no me pertenece. Las víctimas, y más por ser menores tienen derecho a la intimidad, al honor... a la tranquilidad que puedan conseguir cuando consigan sanar todas las heridas, las visibles y las invisibles. 
Lo que no nos aporta nada valioso, no es información. Un detalle morboso ¿hará mi calle más segura? ¿Me convertirá en una educadora más eficiente? Me lo pregunto mientras escribo con una pena grande, porque esas familias -la de él, la de los niños- van a tener que aguantar que un desconocido les pregunte algo que les rascará el hígado, en riguroso directo. Y aún escucharemos desde el estudio como otras veces "gran reportaje, buen trabajo, compañero". 

domingo, 14 de septiembre de 2014

Familia

Verdaderamente la izquierda es una extraña familia. En cualquiera de ellas hay primos, hermanos, padres, abuelos y cuñados. Los cuñados –sin malos rollos, mi cuñado sabe que le quiero mucho- son llamados también hermanos políticos, como sabrán. En la izquierda hay más o menos primos, más o menos hermanos. Muchos cuñados, cientos. Pero todos somos familia y –en mi caso- nos reconocemos como tal. Me estoy refiriendo al concepto de familia extensa que se usaba en la antropología cultural cuando yo leía esas cosas tan bonitas y tan inquietantes que escribía Carlos Castaneda. A falta de un buen chamán, hay quien parece tener una vía lejos del humo para ver el porvenir, y habla y habla sobre el futuro, lo que será será, en qué se convertirá cada cual, en qué convertirá el país de poder: visiones futuribles que no son reales, porque lo único real es el ahora. Le disculpamos. Es familia.
Quién se reconoce como familia y a quién reconocemos como amigo,  conocido, o saludado, -según el criterio de Pla- en esta cosa de las amalgamas preelectorales nos lleva de cráneo. Y nos queda a los que vamos con el romanticismo de pensar que llegará esa sociedad libre y justa la esperanza de que alguien se aplique eso que se canta como final de cada acto con el puño en alto. Lo que viene a ser una foto vinculante. Agrupémonos todos, dice la letra de la Internacional.  Si todo eso se dice de verdad no queda más que actuar. Por el frente antineocon, o como ustedes lo quieran llamar, al que se accede por la puerta grande (dependencia, desempleo, pobreza...) o por conciencia /empatía con los mártires de este nuevo compás que se marca con rigidez absoluta desde los mundos del poder.
Así que después de pronunciarme tan imprudentemente sobre el tema,  sólo me queda decir a los compañer@s que si no agitan ningún espantajo, llegan a un acuerdo honesto desde el único interés razonable, que es frenar el avance de este modo de ver la vida, aniquilador y egoísta, quizá, quizá, estemos más cerca de pertenecer verdaderamente a esa familia multicolor de las izquierdas.


Todo lo demás, decía el vate, es vicio y gula. He dicho.


jueves, 11 de septiembre de 2014

45.000

Los padres de Brenda Damaris González Solís esperan encontrar respuesta a la pregunta de quién está enterrada ahí donde le dijeron que estaba su hija, que desapareció de forma misteriosa y cuyo coche apareció con impactos de bala. Brenda Damaris era mexicana. En México hay muchos desaparecidos, también en Perú. Los están sacando poco a poco, y a veces, como hace una semana, en Lima, se hizo una exposición de ropas de cadáveres sacados de un enterramiento ilegal ¿les suena?
¿Y si en vez de llamarse Damaris fuera Juana, o Amparo? En las carreteras españolas aún hay gente enterrada ¿les parece normal? La ONU ha dado instrucciones a nuestro país para que se haga justicia por fin a las víctimas de la dictadura. La lista de agravios es tan extensa como la de víctimas que siguen ahí, bajo la tierra que pisan los excursionistas veraniegos, los turistas curiosos, los políticos de mirada trascendente.
La madre de Brenda Damaris quiere encontrarla y llevársela con ella, enterrarla, llorarla y si puede, averiguar toda la verdad. Aquí en España los familiares de los muertos que sólo ellos buscan, les han llorado, muchos conocen hasta las circunstancias que rodearon su muerte, pero no pueden sacarles como en una novela de Poe, con sus propias manos. Hace falta que haya una implicación material de las autoridades, medios técnicos, verdaderas ganas de afrontar este capítulo. Las exhumaciones requieren el compromiso de las autoridades. De Greiff, el hombre que pone voz a la ONU en este asunto, habla de 45.000 personas enterradas ilegalmente tras haber sido asesinadas, más de 2.300 fosas sin abrir, más de 30.000 niños robados.
Aplaudo el trabajo de los científicos que arañan la tierra cada día buscando la verdad y sigo sin comprender cómo elegimos como gestores a personas que intentan que no veamos la montaña de cadáveres repartida por toda la geografía. Se intenta de vez en cuando decir que eran bastantes menos; parece que minimizando la cifra será menos horrible. Nos proponen que hablemos de otra cosa, que hagamos como que no fueron importantes estas personas, porque como decía hace unas semanas un antropólogo especializado en desapariciones forzosas el criterio es decir que o algo habrán hecho, o que era un precio que había que pagar por la paz actual. Se recuerda en ese mismo informe de la ONU a España que no sirve la excusa de que el proceso necesario de sacar a los muertos en las cunetas abrirá heridas. Las heridas siguen abiertas, porque no hay paz para el que sabe que uno de los suyos aún está donde le tiraron unos pistoleros borrachos de poder...
Decían hoy en una tele que Ana Patricia Botín "rompió el luto" con un pañuelo rojo. Creía que lo de observar la indumentaria de las mujeres en los funerales era más propio de otros entornos. A poco que nos pongamos, sobre las palabras "rojo" y "luto" nos salen otros episodios nacionales; muertos insignes y recientes merecen en los medios una atención que no han pedido, pero como somos piadosos y agradecidos... Otros ni siquiera existen... Y aún saldrá algún protopolítico diciendo que somos un país moderno, avanzado, democrático. 
Sólo a ratos, si me permiten.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Secos de corazón

Comparto con ustedes, por si gustan, una buena noticia. En la India plantarán dos billones de árboles que limpiarán su atmósfera al mismo tiempo que esta actividad generará empleo para aproximadamente 300.000 hombres. La noticia es buena, pero aún es mejor porque estos árboles se plantarán a lo largo de las carreteras. 
Las carreteras con árboles existieron, doy fe. También los bancales con frutales que invadían la tierra del vecino y eran fuente de pleitos singulares. Podaron  las ramas porque molestaban, cotaron las raíces porque trastornaban -así me lo contaron- las tuberías de riego. Como si el agua cuando entraba en contacto con la raigambre se transformara en algo que generaba polémica (sic). El agua como sangre que riega la tierra discurre entre cementos limpísimos que llevan aguas sucísimas y no dejan ver las ranas que seguramente se murieron tras ingerir algún pesticida de esos que mata gusanitos que luego se comen los pájaros... Aquellos árboles que flanqueaban la carretera, aquellos plátanos de sombra -o sicamoros, que personalmente me encanta- dicen que fustigaban a los viajeros que iban en las bacas de los autobuses, desafiando la física. Aquellos plátanos estaban también en una avenida con un banco donde esperé durante muchas horas. En otro banco, al abrir unas partituras, me cayó una flor de jacarandá naranja y la atrapé como una planta carnívora. Anda prensada para siempre como una señal. Qué hermoso era aquel árbol. A su sombra, un maestro retirado del oficio y del mundo de los cuerdos, escuchaba su transistor y sonreía. Creo que él descubría sonidos desconocidos en el sisear de las hojas. Volvía a casa por un camino en el que un sauce metía sus ramas en el agua. Nada queda de aquellas aguas vivas, de aquellas hojas verdes. Llegó un día el progreso y dijo que quitaban tierra útil, que daban demasiada sombra y se quemaron en un par de cenas con amigos o se quemaron, sin más...
Algún día esos hombres de la India pasarán por las carreteras y sentirán el aire más fresco y la tierra más suya. Espero que no sucumban a aquel razonamiento tan extendido "es mejor que no haya árboles en las carreteras, por si hay un accidente". Es una opción no pisarle tanto,  no beber tanto, o no hacer tanto caso a según quién. Miro la buena noticia con pena y con envidia. Dicen que somos la zona habitada más seca del mundo, pero nos sobraban los árboles que traían la lluvia, que hacían que se respirase mejor...