domingo, 26 de agosto de 2018

#Eliseo (20)


Se va Biel, es evidente. Las idas y venidas de Susana,  una maleta y una bolsa de deporte llevados y traídos varias veces por el pasillo, dan lugar a la conjetura de Eliseo, que hace de vigía una noche más desde su ventana. Susana duerme mejor desde que vino el hijo, un poco antes también. Paco estaba también más tranquilo. La que parece que no pega ojo es Matilde, pero según Pilar siempre ha dormido más bien poco. Pilar aventura la causa de la partida de Biel. Dice que su vida está construida en otra parte y que en casa no le queda apenas nada. Debe ser raro tener la infancia repartida, aquí o allá, sin un patio en el verano, sin una Fernanda o una Tere. Nació mayor, dice Matilde, y no tenía ganas nunca de jugar, tan sólo de leer, de  saber, de observar. Y quiere a sus padres, claro que les quiere, pero este no es su sitio. Hay gente que es de ninguna parte, que pasa la vida comprando billetes de tren para alejarse de sí mismos en un trayecto sin fin. Biel, según Matilde, es un nómada que no tiene dónde volver, o lo que es lo mismo, todo el mundo le pertenece. Todo el mundo es mucha tierra, se dice Eliseo para sus adentros de pasante, muchos metros cuadrados de herencias y escrituras, muchas hojas de registro, muchas notas redactadas con ganas o sin prisa. Todo el mundo es una expresión abrumadora, que le hace pensar en su rutina de hombre corriente, sin pasiones, sin querencias. Se pregunta Eliseo si sería feliz lejos de donde está, si pertenece a algún sitio, si añoraría la playa, la brisa que llega por la noche cuando hay levante, si podría acostumbrarse a no sentir el salitre curtiéndole la piel en el verano. Antes no estaba tan cerca del mar como ahora. Creció en un campo como otro, un campo llano y seco, con unas higueras y unas acacias. Aquel lugar era igual que otro excepto por las voces y los olores, por los colores del cielo, que era el mismo cielo que éste, pero después de tantos años ya no es igual ni éste ni aquél. Le ha dado miedo volver a la casa de sus padres, por si encuentra algo que le hiera, algo de eso que hay en las casas viejas, dormido o sepultado. Tiene miedo Eliseo a que le salga al encuentro Serrano y se convierta en el padre ausente. Tiene miedo de su madre, tan sola y tan triste como esas sillas que se quedan llenas de telarañas sin que nadie las ocupe. Sólo le llama Fernanda y su presencia poderosa; a ella le complacería verle pisando el sendero otra vez, pero Fernanda ya no está. Un día desapareció y con ella todo cuanto le unía a la infancia. A Fernanda nunca la vio bañarse en el mar, ella siempre esperaba fuera con una toalla blanca, con una cesta con fruta. Fernanda, tal vez su madre elegida, es la única persona que quisiera recordar como algo netamente suyo. Las olas le llevan por el tiempo en su ir y venir. Ha llegado hasta la playa paseando, buscando señales que le lleven a buen puerto. Le gusta estar en este lugar de paz, imaginar una tormenta oceánica, maravillarse con una galerna si la hubiera, aunque eso no ocurrirá. Su mar es pequeño, desordenado y hermoso como la melena de Matilde.

Si se fuera hoy de  este lugar que ocupa en el mundo, echaría de menos su ventana y lo que ve desde ella, o lo que es lo mismo, a esas personas que han irrumpido en su vida y que son una familia que le acepta como es. Ha viajado tan poco… apenas unas rutas por el país, programadas y planas, unos fines de semana cuando era estudiante, París al acabar la carrera. Le pareció una ciudad enorme y preciosa, donde la gente vestía bien por la calle y olía a mantequilla por la mañana. Su hotel estaba al lado de una panadería. Sí, París olía a mantequilla y a jardines recién regados. Allí no ocurrió nada especial. El grupo se partió a última hora y no compartió habitación con nadie, así que aquellas noches en París fueron noches como en cualquier sitio. Ahora piensa que tal vez sí ocurrió algo que pasó desapercibido, y que las circunstancias hicieron que esa cosa no estuviera registrada en su memoria. Casi le da vergüenza decir que estuvo en París y que no le ocurrió nada destacable, porque sabe que si le pasase ahora, hubiera ido aunque hubiera sido a tomar un buen café. Qué desperdicio, Eliseo, se dice mirándose en ese espejo que nos maltrata únicamente a nosotros. Cómo has podido ir a  París y que no pasara nada... Últimamente tiene una sensación muy molesta, como si el tiempo se le escapara, como si pasaran más rápidos los días. Las calles llenas de gente atareada, estresada por no poder darlo todo y él con un mundo de horas libres. Sin embargo, aún teniendo todo bajo control, el tiempo iba más rápido y sin querer había anidado en su cabeza la tiranía de la comparación. Que si la casa de éste, que si los hijos de aquél, que si el matrimonio de éstos, que si el perro de los otros… No cumplía apenas ninguno de los parámetros de sus conocidos. A Matilde se le abren mucho los ojos al escuchar este relato. Criatura, te estás haciendo mayor y hacerse mayor es perder poco a poco y tener prisa. ¿Te ha entrado la prisa? Pues apresúrate a empezar a vivir que de eso se trata y no de otra cosa.  Eliseo confiesa una idea que le obsesiona, su indefinición. No sé cómo soy, Matilde: a estas alturas no sé lo que quiero. La mujer le mira, arrobada. Eres como todos, de barro. Parecemos duros y sólo estamos apelmazados, conteniendo vida durmiente. Un día resbala la lluvia sobre nosotros y somos tierra, pero si no sabemos ponernos bajo cubierto nos convertimos en un barro oscuro y viscoso. Mira mi piel, es como un terreno margoso. Matilde coge las manos de Eliseo y las coloca sobre sus mejillas, mirándole a los ojos. Ahora mismo soy barro, un barro cenagoso que no deja avanzar, de ese que se pega en los zapatos y hace caer a los niños. Tú aún tienes algo de vida dentro. Siento la tentación de vampirizarte, es fácil engancharse a alguien como tú, sin apenas maldad. Eliseo recibe el elogio con fastidio. No quiere ser una virgen niña, cree que debería sentir el desasosiego que otros describen, tener dudas sobre cuestiones morales, un pasado tenebroso, pero nada de eso hay, y eso es lo que más le indigna. Matilde observa divertida su lucha interior: eres Eliseo simplemente, y tienes la capacidad de hacer bien y mucho más de lo que crees. No te ves como eres, querido, pero eso da igual. Porque no nos conocemos, sólo nos interpretamos unos a otros, a nosotros mismos incluso. Eliseo, te veo despertando y me emociono. Remi me despertó a mi. Crecí pensando que estaba todo en orden y llegó él. Llegó y lo puso todo en duda. Llegó y ahora se ha ido. Ya no encuentro bienestar en el orden. Él me cambió. Tú estás cambiando ahora. Eso quiere decir que tu tierra es permeable y cala en ella la lluvia. Qué gran suerte, despertar tan joven, tener tanta vida aún, para ser consciente. Aunque sólo fuera para eso, Eliseo.

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