martes, 14 de diciembre de 2021

Cabestrillos

A todos ustedes les habrá pasado, que tras tener un brazo en cabestrillo, sólo ven mancos por la calle. Yo sufrí acoso escolar. Tengo los ojos entrenados para verlo. Lo huelo.

Si usted pregunta a cualquiera si está a favor, seguramente se ofenderá. Incluso habrá quien le ofrezca la definición académica, que vayan ustedes a las fuentes que vayan siempre tendrá dos características: intencionalidad y reiteración. La intencionalidad está clara, cada cual llevado por sus propios traumas e inseguridades (o maldades) se asegura la intimidación del otro, su anulación social. Siempre voy a estar en desacuerdo con la segunda, la reiteración. Porque si a usted alguien le calza un bofetón no espera que le de dos, le ha quedado claro su ánimo. Pasen el ejemplo por la perspectiva de género: ¿hace falta que un señor te diga guarradas diecisiete veces para que sea tomado en cuenta? ¿Alguien lo minimizará diciendo "son cosas de adultos"? 

(Aquí es cuando empiezo a hacer amigos, puede dejar de leer)

Los niños aprenden lenguas, ciencias, conocimientos. Aprenden modelos sociales: padres trolls en las redes, abusivos con los subordinados, agresivos en ambientes íntimos, antisociales disfrazados de ambición, pelotas, esquiroles. Vayan a  los partidos de las ligas escolares, verán canela en rama. Insultos que ustedes no sabían que existían, arengas que ni Leónidas, recordatorios constantes de que si no se domina la situación no se es nadie. Y los chiquillos van al colegio, y acosan, y amargan la vida, y son maleducados y disruptivos con profesores y compañeros.

Todo ocurre por algo. No hay imponderables en la conducta de un niño que era feliz y termina suicidándose. Hay, con demasiada frecuencia, una especie de lenidad entre los adultos responsables. En los centros se cuece todo. Hay una continuidad entre el entorno escolar y la calle. Todos conocemos profesores quemados y entornos disfuncionales. Ay de ti como coincidan en el espacio tiempo...

Denuncien. Hagan todos los trámites por escrito. Toquen dos puertas más arriba. Busquen apoyo, hagan pública la situación. Hay que intervenir siempre, porque no nos faltará quien nos diga que una no es ninguna o que con el tiempo todo se pasa. No somos responsables de la mala educación de otros, pero sí de la felicidad de nuestros hijos. Y eso es sagrado. Cualquier cosa antes de enterrar a un hijo.

miércoles, 13 de octubre de 2021

Ruidos de fondo

Suenan blasfemias a través mi ventana, blasfemias emitidas como expresión de alegría, como elevación de la vulgaridad que todo lo invade, diría mi confesor si lo tuviera, si yo creyera en la salvación, si yo pensara que las palabras de alguien pueden ser blasfemias en su sentido literal. Estiro el cuello y alcanzo a ver una silueta que avanza elástica hacia el bar. Vamoooos, dice el que le sigue, en una especie de cross popular que acaba en el extremo de la calle donde todo se ha bebido, fumado y reído. Músicas de cualquier género, a todo trapo, para ilustrar la alegría que se viste de ruido como las señoras mayores de domingo, como los niños repollo, como los perritos de pelu y como los coches que llevan una cintita cuca en la punta de la antena. Aún los hay, sí.

Suena música de baile, muy fuerte, tanto que me vibra el pecho y eso no puede ser bueno, apunta alguien más mayor que yo, con un umbral de perturbación sensiblemente menor. Eso no puede ser bueno, me dice mientras abrazo al gato que tiene ojos de faro de autobús, porque un gato no entiende de cohetes, de motos, ni de verbenas, porque un gato nace con las patitas acolchadas para no hacer ruido y cazar cualquier cosa con patas o alas, o las dos cosas, o que perturbe el aire. Abrazo al gato por una cuestión de supervivencia coronaria, y sigo porque él se abandona y ronronea a pesar del merengue y los decibelios, y es otra vez mío y no yo suya, que viene a ser lo habitual.

Le dejo uno de mis auriculares cerca de la oreja parabólica y la suite francesa de Bach entra en su naturaleza felina con éxito de público y crítica. Llega el allegro y salta. No se puede tener todo. Me deja a cambio unos pelillos que iré quitándome poco a poco hasta que logre encontrar el cepillo que está donde las llaves: en cualquier parte que es ninguna, porque lo que se pierde es aquello que no tenía un lugar propio en nuestra mente, lo mismo da para un destornillador que para un amor de juventud. Ayer le vi. Basta decir que no me reconoció y me dije: ya no soy la misma y eso es bueno.

Pasa el blasfemo de vuelta. O será otro, todos se parecen bastante, y mi gato le mira sentado en la ventana con el rabo enrollado alrededor del cuerpo. Da con las llaves en la ventana para asustarle y soy yo la que salta de la silla al pensar en el cristal picado por este desconocido que ha dado una patada a la puerta del garaje en su recorrido triunfal hasta el coche que le llevará a hacer algo de vital importancia. Espero que se vaya y evalúo daños. Una bebida pegajosa en el portal, una huella de deportiva en la puerta, nada en la ventana. Aún podemos darnos por satisfechos. Tiene los pies pequeños como todo lo demás. Mi gato bosteza y se acuesta mientras echo un cubo de agua antes que se sequen las manchas de refresco. Vuelve mientras tanto el autor y a mi altura se para a ver cómo limpio. Le echo la lejía encima y me voy riéndome…

Vuelvo de mi viaje. Me he vuelto rascador y no me gusta. Me quedé absorta tras la patada al portón. Me sorprendió mi cerebro con un final alternativo de los últimos minutos. Mi gato me mira como queriendo entender qué le pasa a la humana, qué le pasa por la cabeza y a dónde va cuando al fin se levanta y cierra la puerta tras ella. Y por qué se ha dejado las llaves.

lunes, 11 de octubre de 2021

Planetoides

 

Prestigio a tope, ingresos pocos… esa es la matemática.”

FG, amiga y sufridora literaria.



Otro año que no nos dan el Planeta. Otro año sin encontrar editor. Otro año exprimido a tope, con alegría, con todas las fatiguitas monetarias. Otro año de ver cualquier vida y milagros de famosuelos en el escaparate de novedades. Otro año en el que estuve a punto de encontrar editorial. Otro año en el que comprendí algo más. Y eso siempre es bueno.


Comprendí este año que no firmar no es una tragedia. Que las editoriales tienen su propia agenda. Que hay círculos, troupes y hermandades en las que no ingresaré nunca por falta de habilidad social y probablemente literaria. Que las ventas no reflejan la calidad. Que hay que filtrar los mensajes. Que el éxito no es la fama. Que lo importante no es lo que se cuenta sino cómo se cuenta. Que las comas tienen que ver con las estructuras y las estructuras con el latín y que mi latín es un poco escuálido, porque aquel hombre estuvo enfermo y no le pusieron sustituto.


Me alegraré por los ganadores. Prometo no hacerme foto con ninguno. Porque como mi amigo Pacheco decía, hay que borrarse de esa lista de gente que le gusta sacar fotos y panegíricos. ¿En qué carpeta del ordenador se guardan esos retratos con los notables para desenfundarlos después a la carrera? Me alegro de lo bueno que ocurre. Que un libro se premie no lo es necesariamente, pero que se hable de libros siempre está bien.


Este año un vecino escribió un libro que aún no he leído y promete, sobre la libertad de conciencia, mi hijo ha leído el último de Carlos Taibo y está feliz, y Blas Ruiz Grau, inasequible al desaliento, sigue y sigue en las teclas. Saca en un mes lo último, El cuento del lobo. Le leeremos porque hay fuera del circuito del oropel mucho que descubrir. Los outsiders andamos sobrados de optimismo y por eso cada día hay alguien con una historia en la cabeza, con una sed extraña que le empuja a la escritura.  Hasta una Karen de la vega baja puede tener un sueño. Y cumplirlo, ojo. Seguimos.

sábado, 9 de octubre de 2021

Ojos de vaca

 

Luisa tiene ojos de vaca. Una vaca es un animal que no me puedo comer. Una vaca te mira como si pudiera hablar. Luisa mira como si no necesitara hablar. En sus ojos redondos y algo abultados hay una especie de súplica. Hazme caso. Lo necesito. Luisa tiene una hija con una enfermedad de nombre impronunciable. Luisa tiene falta de dinero porque no trabaja, porque no puede ser enfermera y trabajar. Le parece una estupidez pagar a alguien para que seque el sudor de la frente de su hija, para que le de conversación, para que llore con ella. Para eso está ella mientras viva. Dicen que le pagarán en un futuro, sea lo que sea el futuro. Su futuro es futuro imperfecto de subjuntivo, que jode más. El que cobrare, mejor comiere, dice con retranca de esa que sabe a bilis. Su hija no habla porque no puede pero mira también como mira su madre, con un temblor en la pupila, con una lágrima presa, con una chispa de rabia. La hija, la llama Luisa. Como si fuera la hija de otro, le recrimina su hermana. La hija se ha acostado, la hija tiene calor. La hija, bendita sea, está peorcica esta mañana, que parece que el viento la azota como a esas cañas secas, despeluchadas y amarillas que le hacen de cono de viento, que en elegante se llama anemoscopio, indicándole por dónde llegará el sonido de la campana, de la motocicleta o de ese gallo que aún queda para testimoniar un amanecer incipiente, apenas unos rayos naranjas, que fueron hace horas una gama hasta el azul que es la montaña donde la hija subió una vez con ella a la espalda, cuando la hija era pequeña y la espalda podía con la vida y con la hija. 

Esta mañana la hija ha amanecido extraña con los ojos más apagados, con la sombra más alargada, con los deditos más largos y las pestañas caídas. Luisa teje cualquier excusa  aunque sabe que la hora, la hora, la hora va llegando implacable. Señora, no espere mucho, no se deje liar, no gaste dinero, señora, que su hija, ya sabe, está con días de otro en este mundo.

La hija de Luisa, ternera de ojos, sarmiento de manos, junco enhiesto de cintura, se cansó de luchar ayer tarde, y cayó sobre las ventanas una gasa como tela de araña, empañadora, viscosa, espesa, una gasa que deja que el aire entre filtrando solamente palabras y colores fríos.

Las hijas, las Luisas, las vacas, los ojos, las ráfagas de aire. Las butacas solas.



lunes, 27 de septiembre de 2021

De viaje

Hace unos años fui a una boda, y sirvieron una sorprendente milhoja de patata y bacon. En realidad era jamón york ahumado (aquí lo sorprendente), y el vino era tinto con gaseosa, pero tenía un abuelo italiano. Comimos con alegría, bebimos más de la cuenta, hablamos mucho y muy alto. Aquel día estábamos todos y a partir de entonces siempre faltó alguien. Hace años aquellos novios eran muy felices y yo lo he sido más viéndolos todavía juntos. Bendecidos por los hijos y por el tiempo, viajan a menudo por Europa y cuelgan fotos de sus sonrisas, las cabezas pegadas, las piedras de fondo.

Desde aquellos días en los que la gente se casaba y soltaban hasta palomas, mis amigos viajan y me incluyen en el lote. Me regalan músicas y atardeceres. Me cuentan historias que son como un ramo de flores frescas, vibrantes y emocionadas, me envían un instante maravilloso, me incluyen en sus bolsas de viaje, entre los pliegues de sus camisas. Me tienen en cuenta. Desde aquí, gracias.

Así he ido por Europa, por Asia, por América. Llegué al Polo Norte, escuché unas ballenas, vi la grandeza de ese mar remoto. Hay en todos los viajes ( o debiera) un propósito iniciático, una sed de descubrimiento, una redención pendiente.

Así, he visto Baden Baden, París, la Capilla Sixtina, cuyo techo está más lejos de lo que un cuello normal soporta. He escuchado las fuentes, he contemplado el arte, he olido las especias y hasta tengo, aunque quizá no debiera contarlo, un puñado de tierra irlandesa.

Desde aquí, desde mi butaca, gracias. A todos los que este fin de  semana me llevasteis de viaje. A los que me unisteis a un libro. A los que dais los buenos días con un amanecer glorioso. Hay días y ratos en los que esta pantalla es más grande, mucho más de lo que aparenta, y en esos planos de asfalto de las fotos improvisadas hay un camino pendiente que hago cada día tramo a tramo con cada uno de vosotros. 
Hoy me levanté y alguien regaló un rayo de sol, cálido, punzante. 

miércoles, 8 de septiembre de 2021

Pauta

 

Mira los cables, parecen pautas de caligrafía. Están colgados en el cielo, como esperando que llegue un niño a escribir letras endomingadas y redondas. Mira los cables. Llevan calor y ruido, un susurro que es energía y fuego y que cuenta que la vida se paga por meses. Ahora ya no hay cables con palabras, pertenecen esos al mundo que ya se fue. Antes las palabras iban por los hilos como pasos de funambulista, ahora se esparcen al espacio, se proyectan como disparadas por un arquero, describiendo curvas en el aire, cayendo caprichosamente sobre nosotros, con sorpresa o alegría, con gravedad, con pereza. Palabras en el aire, como las que dejan los peatones que parecen lamer sus teléfonos. Hable al micrófono, dice la máquina, y nosotros obedecemos, como escolares afanosos. Nada queda de aquel pudor de esconderse en una cabina, temiendo que nuestros secretos fueran escuchados, malversados, llevados o traídos, cuando llamábamos a este o al otro, cuando los minutos de este o el otro fueron muchos y densos, estirados sin miedo al ridículo, esperados con auténtico delirio. Suenan las palabras en el aire, escritas con ondas que son olas, que son mar de suspiros y resuellos. Corre por allá una chica, lleva en el brazo el teléfono, ligado con una goma, escucha música, cuida su corazón, cuenta sus pasos. Diez mil pasos, cuarenta y cinco minutos, doscientas cuarenta calorías. ¿Sólo?, se dice con una decepción creciente. Pero te sientes mejor, dice otro que pasa. Moverse para sentirse vivo, seguir el tendido eléctrico hasta llegar a la rotonda que es el final o el principio de la vuelta a casa, que ha de ser por tu bien la mitad del camino. ¿Ahora corres? Camino. ¿Te lo mandó el médico? No, pero seguro que le parece bien. Claro, es por adelgazar, dice la esprínter. Ella huye de mi cuerpo como el que huye de una tos seca y laringítica, como el que sabe que puede ser contagiado por un mal inapelable. Corre y la pierdo de vista. 

Mira los cables. Al final de aquel camino se juntan con su silueta. Mujer electrizante sobre fondo azul. Hoy es miércoles y camino esperando una respuesta. Hay tres cables, luego es una pauta Montessori. 

La respuesta es que los niños aprendan a escribir. Siempre fue esa la respuesta.

martes, 27 de julio de 2021

Susto

Un susto no sirve casi para nada. Para despertar. Importante. Para creer, si es regular. Para cambiar de rumbo, si es grande y sustancioso. Si es muy grande ya no es susto, es casi muerte. No les relato mis sobresaltos, porque soy de natural impresionable y apenas tiene mérito lo mío. 

Dicen que se fue la luz. Qué susto para los que tienen aparatos de salud a la red. Qué contrariedad más seria para los que están acostaditos, o sentados porque no pueden estar de otra forma. Sin aire o ventilador no se puede estar, es insalubre. Qué susto y qué mala leche para el que tiene cuatro yogures solamente en la nevera y los ve irse al otro barrio porque algo le pasó a la red de suministro. 

Qué susto el recibo. El tramo, la culpa, el valle. El consumo fantasma de mi monitor, que ejerce de luciérnaga porque ya no se puede apagar el piloto, y me recuerda que estoy siendo irresponsable al mantener ese destellito azul extraterrestre -que sirve perfectamente de guía nocturna- porque podría apagarlo del enchufe, pero es que no soy perfecta y lo hago sólo a veces. Así va este gran país que es España, con señoras que se dejan el monitor ortopédico tragando kilowatios como si nada.

Qué susto pensar que pueda seguir subiendo el recibo, y la gasolina, y el internet, y todo lo que se pueda subir, como suben los cohetes de los ricos hasta la oscuridad donde invocamos a nuestros muertos, aquellos que se quedaron esperando la prosperidad y dejaron mucho por hacer a su pesar,  y como herencia cientos de recomendaciones para sobrevivir a las carestías. Cuando Bezos subía pensé algo feo y medieval, porque en el fondo todos llevamos dentro algún gen de Torquemada, y también pensé en Gagarin, que lo hizo con poco más que un túrmix, él solo. Qué cosas.

Ya les digo que el susto definitivo no es dejar un minuto la luz apagada a las ocho. Ni colgar fotos de chuletón. El susto será para otro cuando pase lo que pasa cuando se agita una botella de cava convenientemente, o por poner una comparación menos festiva, cuando se olvida una botella de cerveza en el congelador. Aunque hace tiempo que hay más latas que botellines. Las latas se deforman pero no estallan. Y así estamos, cargando nuestras jorobas, atravesando el desierto en círculos, dando gracias, siempre, por tener luz. Ojalá se nos haga pronto, falta nos hace.

viernes, 2 de julio de 2021

Colada

 

Hay algo poético en la ropa que está tendida. Las prendas son como velas de barco, hinchadas de viento favorable, emulando los cuerpos que los contienen. Aquí una sábana, transparente por el centro, allá un pantalón, que lleva las marcas de la costumbre. Unas iniciales rumbosas que pudieran ser de cualquiera, unos puntos diminutos, estirando la vida de las cosas. En un ayuntamiento cercano, recuerdan a los vecinos que no se puede tender visiblemente. Tengo suerte, puedo ocultar mis vergüenzas.

Viví en un piso interior. Un rayo de sol por las tardes. Desde mi cama de asmática, un remolino de motas de polvo suspendidas, un hachazo de vida que duraba apenas quince minutos, y después, la nada. Hacia atrás, un piso de estudiantes. Un chico con una guitarra, despreocupado y rumboso, que será octogenario si vive. La terraza, un territorio hostil. Las cuerdas de unos y otros. Los hurtos eróticos, desconchones y derramas. El balcón es la vida libremente minúscula, con una silla y una mesa, con un tendedero plegado, con una flor que resiste este calor insufrible, con las chanclas de la playa, o el escobero, o un farol que alguien trajo de Marruecos.

Ignoro qué ocurrirá donde la ropa no pueda ser exhibida, esa ropa viejecita que se estira y no se enseña, esa que sólo se puede tender en casa. Esa ropa que nos retrata y no pasó jamás por la secadora, porque eso sería como desayunar champán y ostras los martes. Hay ropa que es de balcón y perchero, porque no puede ser de otra forma. Intuyo el final de este episodio. Replantearán los afectados sus costumbres, por aquello del civismo y la ordenanza. Mi hermosa lavandería, me viene a la mente. Una historia de cuando fuimos nocturnos. Como diría Sanchidrián, tiene orgullo y Margareth Thatcher, y ese amor que cree poderlo todo, que es lo que le da calidad a la película.

martes, 29 de junio de 2021

El vecino

En mi jardín nacieron unas caléndulas. Llevo sembrándolas muchos años. A mi suegro le parecían unas flores sencillas y sentimentales y las dejaba allá donde salieran. Por fin se dieron los elementos y válgame que no son de esas flores que se pueden poner en un tocado, ni huelen especialmente, ni duran tanto como uno de esos rosales que alfombran mis meriendas de la infancia. Mitad acelga, mitad margarita, quizá flores impostoras. Pero como no se elige aquello que nace, sólo queda amarlo.


Salió mi novela al fin, mitad relato, mitad brazada hasta la orilla. Me ahogo. Escribo. Me ahogo. Publico. Está aquí como esas flores pequeñas, viviendo por voluntad propia. Os la ofrezco con alegría. Ya no me queda miedo, porque después de tanto rechazo ha optado por florecer, ajena a mis deseos. 


El vecino soy yo y el otro. Y usted, seguramente. No hay tanta alquimia en estas letras. Hay un verse en el otro, reconocido. Ya me dirán si la leen, si es novela acelga, novela tomillo o nada más que una novela olvidable, una más en este mar de letras que flotan por todas partes. Perdonen mi parquedad. 

Véanlo como una muestra de respeto.


lunes, 10 de mayo de 2021

Preguntas, preguntas

A veces tienes un alumno curioso. Hay alumnos que hurgan con las preguntas. Llegan donde no llega nadie, sin avisar, con esos ojos enormes que tienen los niños pequeños. Seño. ¿La escuela era antes mejor o peor que ahora? Conoce uno a las familias, normalmente. Eso es, además de orientativo, hipocrático. Nada de los que sepas divulgarás y todo te servirá para entender el caso al que te enfrentas.
Empiezo por lo de siempre. No soy seño, soy una señora que resuelve dudas por las tardes. Pues esa es mi duda, recalca con una cierta impertinencia.
Le miro. Lleva unas gafas buenas. Buenas zapatillas, buena ropa, buena piel. Tiene sus necesidades cubiertas. A sus padres les preocupa su futuro. Hablan de él conscientemente : les importa su felicidad. Quieren que sea un hombre solvente a nivel afectivo, competente a nivel profesional. Ya saben, las expectativas de los padres. No quiere ser cantante ni delantero, y eso es una gran suerte. El que haya dado clase lo sabe. Un aspirante a famosuelo es como una gran losa de granito que repite sin descanso, ¿y esto pa qué me va a servir? ¿Y esto?
Recuerdo compañeros de primaria que eran disléxicos, que tenían serias dificultades, compañeros con familias disfuncionales o directamente destruidas. Recuerdo niños abofeteados y sancionados con páginas y páginas de castigos. Niños con mote, niños acosados y machacados (¡presente!), niños que no aprendieron a leer de forma eficaz, ni a escribir sin faltas de ortografía. Niños que nunca más abrieron un libro, estos fueron la mayoría. Niños que tuvieron niños.

Seño, contesta.

Le cuento al chaval que tiene suerte, lo primero por sus padres, lo segundo, por el sistema. Porque tiene compañeros que van a refuerzo, y hay refuerzo. Porque hay compañeros con problemas, y hay orientador. Porque han desaparecido los tutores que fuman, los que escarmientan, y cada vez quedan menos de los que piensan que ya han estudiado todo lo que tenían que estudiar. Porque la escuela es amable con el alumno, comprensiva y diversa. Y llegados a este punto me salgo de las actividades pendientes. Le cuento que esto tiene que ver con la democracia, con la igualdad y con la idea de que los niños tienen derechos, y que uno de ellos, importantísimo, es el de tener educación. Que a un niño con dificultades antes no se le atendía debidamente, y no da crédito. Tiene un amigo que va al logopeda.
Lo que ya no le he dicho es que su amigo también tiene suerte, porque hoy hay quien no puede pagar un logopeda, y sus padres están trabajando estupendamente con él. Otro día.

Ahora es mejor, mucho mejor. Pero aún puede ser mejor. Y claro, me pregunta cómo. 

Con más maestros, con menos alumnos por maestro, con especialistas...  Hemos terminado lo pendiente, ha hecho las tareas. Ha sido una buena tarde.

Todos los alumnos te enseñan algo. Este me dice que no me relaje, que hay quien quiere volver a la regla y al catecismo. Aquellas aulas frustrantes con niños que nunca encajaron no pueden tener lugar en la sociedad que andamos construyendo. Eso pasa por analizar los vientos que llegan para liquidar un sistema que funciona y que puede mejorar siempre que se invierta con honestidad en lo que importa al alumnado. Ni a los partidos, ni a esos grupos de presión que van sumamente despistados, viajando en un tiempo que no por pasado fue mejor, sino que es directamente inventado. Leo sobre El mundo de la antigüedad tardía: es una gran noticia esta segunda juventud del clásico que nos recuerda que en lo que aprendemos hay claves para interpretar (bien o mal) el mundo que nos rodea. Se va el chico y envidio ese momento en el que va a descubrir que hay mucho más allá de lo que ahora ve. Si todo va como debe, la curiosidad se apoderará de él y ya no podrá parar. El que lo ha visto sabe cómo les brillan los ojillos. Y todo merece la pena.

domingo, 25 de abril de 2021

Casi

Me llega una noticia de una conocida. Su hijo ha ganado una oposición sorprendentemente joven. Todos sabemos de las aptitudes del chico, que es lo que llamaríamos una persona brillante. Tengo otro conocido cuyo hijo no ganará ninguna, nunca, por razones personales, sociales, médicas, por un cúmulo de razones que a nadie importan, pero que taladran su cabeza y la de los suyos cuando alguien le dice con más buena fe que acierto: ¿por qué no te preparas una oposición?

¿Qué pasa con los no brillantes? ¿Qué ocurre con aquellas personas cuya salvación sería un empleo estable, nada más y nada menos? Porque a fuerza de comprar la cosa del capitalismo y la libertad hemos dejado de ver que hay quien no es candidato a casi nada. Mi vida está llena de casis, dice un amigo de alma. La vida de mucha gente es el casi. Casi me llega para un libro, o para la luz, o para la compra, o para el sosiego que me haría falta y no tengo porque mi vida es una vida casi.

Basta de historias de héroes. La mayor parte de nosotros somos muy normales. La mayor parte de nosotros tiene unas expectativas que pasan necesariamente por el bienestar social mínimo y la solvencia justa. La mayor parte de los que estamos abajo no necesitamos más historias de superación, ni más ejemplos de cómo se puede cumplir un sueño. Tenemos millones de pruebas de lo contrario y una certeza inamovible: hay un sistema que nos tritura, nos escupe y nos segrega. 

Pudimos ser buenos en lo nuestro. Pudimos haber tenido una vida. Tuvimos, de hecho, otra vida, que parece sorprendentemente lejana. Una vida de alegrías y retos, una vida por hacer con todo por delante. 

Todos los días se rompe el alma de alguien. Suena como una rama seca. No me entiendan mal, no es cinismo. Es cansancio por el funambulismo económico, por la falta de horizontes. Por un día cuajado de azahar que me empuja a las teclas, pensando en el que nunca marcará un hito más que para él mismo. A veces el hito es pasar el día.
Un ochomil en toda regla.

sábado, 17 de abril de 2021

Plan de jubilación

 

La comisión judicial encontró a Beatriz en el sillón, con la tele puesta.  Enfrente de aquel cuerpo macilento una gamba tigre se contoneaba en la pantalla, apenas rozando con las patas el fondo de un océano multicolor, levantando pequeños remolinos de arena.

-Si no dejas de pagar la luz, nunca estarás solo.

El aire era denso: polvo, hongos, calle.  Las ventanas estaban abiertas. La vida se había paseado por su comedor durante los últimos cinco años. En esos años yo me había graduado con un vestido prestado, había subido y bajado varias veces, había encontrado un hombre bueno, pensaba en tener un hijo. Beatriz se momificaba mientras  mi vida iba a velocidad punta hacia este día mismo. Hubo años en los que Beatriz fue también alguien que buscó el amor, el éxito y la alegría. Las fotos dicen que tuvo una familia hermosa, que fue como cualquiera de nosotros.

Parece dormida, tapada con una manta dulce, casi de niño. Tiene los pies en un escabel, rodeada de cojines. Se puso cómoda. Por su pantalla han pasado pumas y leones, ñus, cocodrilos y medusas.  Ahora mismo un pulpo protege a su prole haciendo de cebo para los depredadores. Tal vez ella lo hizo en su momento. Se respira paz en esta casa. Es bonita, con ese anacronismo del que no tira casi nada, con ese querer retener el tiempo a través de las cosas. Alguien me hace un gesto para que me acerque y lee una nota escrita con letra primorosa.

              “No me queda nadie, ni dinero, ni ganas: eso es lo principal. Este es mi plan de jubilación. Mi marido no compartiría mi decisión, pero ya no está aquí para convencerme. Si existe ese cielo del que hablaba, no puedo perder un instante. Me gustó nuestra vida, tanto, que no puedo tener nada peor que eso.

Encontrarán una caja vacía de F*********.  Estará en mi pelo y en mi sangre.

Perdonen la puesta en escena, no he sabido hacerlo mejor.

Beatriz”

 

Huele a eucalipto y a cocina. Es la hora de comer para los vivos.

 

Envuelta en un sudario, baja en andas la escalera. Los porteadores salvan las barandillas digiriendo la decisión de la mujer.

-Mi plan de jubilación es morir en prisión, que te quede claro.

 

 

 

 

 

 

lunes, 5 de abril de 2021

Puede ser

Puede ser que hoy  -brisa, azahar, mariposas- sea el día señalado y cabalguen este viento fecundo unos versos de relleno en un poemario maldito. 

Puede que hoy -pelo, nube, suspiro- alguien encuentre el oriente después de haber estado perdido, y aviste la playa como un náufrago exhausto que aún puede nadar. 

Es posible -nervios, llantos, risas- que alguien haya rematado una pintura, una novela, un pastel irreal y perfecto, y sienta por un momento que todo tiene sentido. 

Si eso ocurre -esperanza, plegaria, sacrificio- habrá algo en esta tarde que deje hueco a lo vivo, y corone los pensamientos de un niño que al fin despierta a las palabras, y ponga color a  los días del que está solo y perdido. 

Un gavilán, dos palomos, una tórtola. Un cielo sereno y feroz, una quietud que alberga un ataque inminente, una crisis, un éxtasis ya escrito. 

Puede ser que hoy haya un lugar para decirnos que todo fue y será sin permiso, que somos solamente algo que flota, gozoso y lacerado, ahíto de dolor, sólo anhelo.

miércoles, 31 de marzo de 2021

Prodigio

Todo el mundo sabe que los prodigios acuden a los días normales. Un día normal es aquel que ocurre sin intervención de médico o abogado; un día normal lo es de una forma pequeña y egoísta, porque depende de dónde ponemos los ojos. Transcurre el horror al lado de la alegría y éstas, suele pasar, ni se miran ni se tocan. La normalidad de los días, la placidez de las horas, es la lentitud de los momentos que se superponen, encabalgados como esos versos que amarillean en el corazón del que sufre, ese corazón que coloniza sienes, garganta, oídos. Esos versos y momentos son como esos días desde la cristalera, viendo llegar y alejarse a desconocidos que que trabajan, que salen de sus casas y sus coches, cada día a la misma hora. Les observas, les estudias. Primero te distraen, después empiezan a ser diferentes, cada uno por un detalle. Aquel invierno, a fuerza de mirar la vida desde el mismo ángulo fui capaz de predecir cuándo pasaría un coche azul con un éxito clamoroso.  La incertidumbre se había apoderado de mis horas y poder adelantar cuándo pasaría aquel punto de color índigo me aportó una felicidad infantil que mantuve unos días. El patrón era claro: furgonetas (tres), bus escolar, coche azul. Se repetía a las ocho de la mañana y a las seis de la tarde. Algo predecible, al fin.

El coche azul, una mañana, entró en el recinto. Aparcó bajo un pino enorme. Era una mujer de mi edad, caminaba deprisa. La perdí de vista a la altura de la garita. Estuvo el coche aparcado seis días sin moverse. El techo fue cambiando de color por las agujas que se desprendían al compás del viento que yo sólo podía intuir. Tal vez el aire que mecía el árbol era fresco y olía a leña. El mío era tibio y aséptico. La mujer del coche azul y yo compartíamos un aire que contenía miles de palabras. Siéntese, será mejor. Tengo que decirle algo. ¿Ha venido sola? Las fórmulas que antecenden al desastre, las introducciones a los infiernos. El séptimo día, un par de muchachos se llevaron el coche azul, poniéndole los cables a la batería. Ni rastro de la mujer. Siguieron pasando el bus y las furgonetas y no hubo más coche azul. Otra vez el mundo fue caótico. Otra vez busqué patrones y algoritmos. Días normales, días ordenados y persistentes, llenos de pulsos y de rutinas. Se va usted. Gracias. Faltaba para que pasara mi transporte y decidí pasear. Al llegar al aparcamiento noté cómo me seguía alguien con los ojos. Debajo del pino estaba el coche azul y frente a él había una mujer en una ventana, atrapada en un cuerpo, una vida, un edificio. Yo soy el otro que mira buscando un prodigio, pero como les dije, un prodigio no ha de tener un médico entre sus razones. No era, pues, mi caso.

miércoles, 24 de marzo de 2021

Villanogales

 

Villanogales es un pueblo que puede ser de la sierra, que puede ser de la costa, que puede ser cualquier pueblo. Es más, a poco que rasques sale un Villanogálico en cada uno de nosotros, pertinaz, tradicional y caudillista. No me digan que exagero; es lo que dice mi vecina del cuarto cuando no quiere creerse algo. No creer la realidad es reconfortante y agradable, y ayuda a pasar los tragos con una cierta lenidad. Si no eres consciente, no te sientes obligado. Un Villanogalense te responde llegado a este punto: ¿tú qué eres? ¿Filósofo?

Se llevaron una mañana, hacia las seis y media, al primo de Justiniana. Su madre iba a cine Cartago cuando estaba embarazada y a fuerza de tanto péplum, hizo eso que no debe hacerse, que es estampar el sello en el hijo, para que siempre haya alguien que se sienta con derecho a la gracia. Justiniana vive con su primo, que es como su hermano y que parece ser que ha sido acusado de alguna cosa reprobable. Se ha ido con el cabo Torres, que lleva toda la vida de cabo. Dice Justiniana que es un cabo de vela, porque se mueve hacia donde va el viento. Torres ha exhortado contra el escándalo y ha convencido al primo Remi para que se subiera al coche. Que firmó unas cosas, me dice Justi, que se lo dijo el alcalde, que él sólo hacía lo que le decían, que no ha visto un duro en estos años, no como este y el otro.

Cada Villanogales tiene un Torres, un Remi y alguien como yo, que observa y se calla, porque no concibe la vida sin su patio y sus baldosas, porque le gusta este aire y ese gato que duerme en la rueda del coche, y porque los peajes se pagan en cómodos plazos. Los hechos indican que Remi estuvo de gerente en una cosa pública y dejó las arcas y los libros como recién estrenados. Justi es buena y compasiva y como hace mucho de eso, pensó que no sería para tanto. Si no lo han denunciado es porque no hay nada, es el éxito que todos cantan. Me sabe mal decirle que no, que si no le han denunciado es porque muchos saldrían perdiendo y porque llevamos  dentro del cuerpo un zángano colmenero, que es como decir que somos garrapatas de ciclo corto, enganchadas a la oreja de un can, gorditas aunque sea por poco tiempo. Justi tenía un hermano marinero, tatuado y enigmático, que nos doblaba la edad. Nunca se quitaba el uniforme y se libraba de las caparras poniéndoles un cigarrito encendido en el culo.  Bebía como un cosaco y advertía a Justi sobre Remi. Te dejo tabaco en el buffet por si te urge, decía su última nota. Se fue un 10 de agosto, hace treinta años, y no hemos sabido más. Justi y yo caminamos por las afueras y llevamos con nosotras las caras de los muertos, por eso no tenemos miedo a  los coches nuevos y a los negocios emergentes que traen chicos a las calles cuando tendrían que estar en clase.  Son como esas larvas verdes que se comen mis geranios,  voraces, insaciables, empeñadas en morir lo antes posible. Remi ni siquiera era eso, era un bultito imperceptible sobre el cabo Torres, un testigo molesto que sería arrancado en breve por aquello de la salud pública, decapitado si era preciso. 

Villanogales, si nadie cabal lo evitaba,  estaba a punto de pasar a la historia.

domingo, 7 de marzo de 2021

Mila

 Milagros lleva un vestido nuevo. Largo, vaporoso, parece seda. Sus hijo opinan que es demasiado largo, su madre que es demasiado escandaloso, su marido, que parece una inglesa que ha venido a Benidorm. 

-¿Inglesa de té o de bingo?

-De bingo, fijo.

Milagros nunca ha pisado un bingo, ni ha ido a Benidorm en veinte años, ni quiere parecer escandalosa. Milagros en realidad se ha puesto el vestido y ha girado con él en el probador, y se ha sentido Ginger Rogers.

Ese vestido no es tu estilo, dijo la pequeña. Preguntada sobre el tema, dijo la niña que le sobraban flores. A Milagros le gustan las flores. Las flores la hacen mayor, cuchichea la hija, que desiste de hablar con su madre, porque su madre se ha ofendido y cuando se ofende no hay manera.

-No te ofendas mamá, pero no vas bien. 

Para Mila sólo hay una explicación para no ir bien, y es exceder la proporción: de las piernas, los colores, la situación. De sobra sabe que con ese vestido no se puede ir a un funeral; últimamente va a pocos eventos, ni tristes ni alegres. El último fue un vino con Raquel, que celebraba algo. Ahora, como amiga de Pedro, ha sido relegada a ese lugar donde van los amigos del ex, y ya no la llaman para ir de copas. Le hubiera gustado a Raquel este vestido, con el floreo y lo que conlleva.

-Es que el vestido no te hace justicia. Pareces... rara.

-¿Más tonta? ¿Fuera del mundo?

-Es que no me lo esperaba, a tu edad dando sorpresas.

-O sea, que rara es vieja.

Mila sonríe por dentro. Rara es ser una lo que le de la gana, a pesar de todo.

-Quítatelo y te lo piensas, tienes quince días para devolverlo.

En quince días puede volver al marino, al gris, al marrón chocolate, que es chocolate amargo. Puede volver a ser vestido, zapato, actitud. Que es tiempo libre, trabajo, coche, afición. Que es palabra, amistad y vida. 

En este día, Milagros, se ha declarado británica.

-¿Vas a devolverlo?

-No.

-Tú verás.

-Y tú. Y tú..

miércoles, 3 de marzo de 2021

Amarillo

 La mujer de la chaqueta amarilla, es como una yema de huevo gigante, untuosa y redonda, brillante, alimenticia y delicada. La mujer del twin set apenas mostaza pisa las baldosas de Alicia de manera alternativa, en un patrón que no es caballo de ajedrez, ni rayuela, ni obsesión. Es un circuito urbano que esquiva perros y vecinos, rampas, alcorques y farolas. Usted no la conoce pero esa mujer se vuelve libre y salvajemente ocre por las tardes, y me ha dicho buenos días con un tono despreocupado y correcto, como yo se lo hubiera dicho si hubiese podido reaccionar mientras naufragaba en el patrón de las trenzas de su jersey de punto bueno, de esos jerséis funcionariales y clásicos que marcan los hombros con eficacia probada.

Buenos días, Martín.

Lo ha dicho con autoridad. Martín. Mi nombre es suyo desde ahora. Ganas me han dado de gritar  ¡presente!... Soy Martín y estoy colgado del tricot mitad lana mitad viscosa. Soy Martín y tengo una lista de señoras que me hacen levitar. Las clasifico por su atuendo. El amarillo es el color del trigo, del sol, de los limones que dejan el aire fresco. Hasta luego, Martín. Hasta luego, reina, le digo con frescura. Ella no se vuelve, no me ha escuchado bien. Soy un hombre vestido de gris que habla hacia adentro. Mis palabras nacen en lugares oscuros y rosados. Imagino mi cuerpo mientras medito, estiro mis vértebras, veo luz en el aire que sale, mortecino, de mis entrañas.

-Martín, no te concentras.

La profesora lleva un sari naranja, es como un cuenco de cúrcuma, especiada y vibrante...

lunes, 1 de marzo de 2021

Lunes

 Federo ha vuelto. No se habla de otra cosa en el pueblo. Lo particular del caso es que nadie ha sabido nada de él en veinte años, aunque Paqui sospecha que Javier, su amigo del alma, tiene los datos que a ella le faltan. En veinte años se caen muchas hojas de los árboles y esa masa forestal amarillenta y caduca da aire al afán justiciero de la mujer, pegada a la ausencia del hombre con maneras de perro de presa, sin ninguna intención de perdonar lo que hubiera de ser perdonado, si es que eso fuera así y ella estuviera llamada a otorgar ese perdón. Paqui se ha erigido en portavoz de la cólera y anda diciendo aquí y allá que no tiene entrañas alguien que se va y vuelve tan tarde, que para todo hay un tiempo y que él se ha pasado. 

-Se ha pasado este hombre, dice, mascullando mientras le ponen un kilo de retales para hacer callos. 

-Están bien blancos, dice alguien  para desengrasar el momento. 

-Los mondongos ya casi no hay que limpiarlos, dice otra buena mujer, antes venga limón y sal y más sal y limón en plena siesta. 

-¿Te acuerdas cuando tu madre limpiaba las tripas de las gallinas? Cuánto que lavó y remendó, con lo bien que se crió, pero fue casarse...

Paqui sabe dar puñaladas con las dos manos si se tercia y nadie le va a quitar el clímax dramático si lo busca. 

-Federo es un tirao, eso no se hace, dice con un brillo feroz en los ojos al ver llegar a Marita, prima del protagonista. ¿Has visto ya al figura? 

Marita se repite entre dientes que el demonio no descansa, y da media vuelta con la excusa de haber olvidado las llaves.

Paqui hurga de modo preciso en el dolor. Es proverbial su buen humor, su manera de contar cualquier cosa. Hace de cada situación un vodevil, no descansa hasta arrancar la carcajada. Es un pequeño circo ambulante y Federo era un material de primera. Paga con prisa recién horneada, Marita, según sus cálculos, debe estar sola en su casa.

-Yo sé que estás  dentro, pero tienes que salir, mujer, que yo sé que este ahora aparece y te destroza la vida, ahora que la tía Pura está viviendo con días de otro y él ha venido a lo que ha venido, mujer, que hay confianza y a mi  puedes hablarme... 

-Marita no está, dice con sorna Rosarín, deja ya de hablarle a las persianas, que van a pensar que se te fue la cabeza del todo. 

Como Rosarín anda deprisa, los insultos de Paqui no la alcanzan. 

-Yo estoy loca, pero tú no sabes quién es tu padre. 

Y como no se puede luchar contra una piernas bien entrenadas, Rosarín cogió en una revuelta a Marita y se la llevó a su casa. 

-Vamos por esta calle, que esa vieja caldosa está hablándole a  las ventanas. Está escarbando a ver si se entera de algo, la mala bestia. Es mala como ella sola, que en el funeral de mi madre estaba muerta de risa contando un asunto de cuernos y ya sabes el resto.

-La cogiste de los pelos.

-Y le estiré con todas mis ganas. Saca lo peor de mí esa mujer. Cuídate de ella. Hay gente que te encuentra lo miserable que llevas dentro y lo multiplica por veinte.

Marita sabe que Federo tropezará con ella y que sentirá muchas cosas juntas. Espera que Paqui no esté cerca porque a veces un gusano tiene la vista muy aguda y sabe ver la decepción y la alegría, el anhelo y la tristeza. A veces no somos importantes para los demás y Federo la ha olvidado, debe ser eso. Casi lo tiene asumido, pero no quiere que nadie lo sepa. La esperanza de haber sido algo para alguien  nunca se supera del todo. Es una clase de obsesión cocinada a baja temperatura, un repertorio de ideas tristes, un aire molesto que provoca lágrimas estériles, de esas que ni conmueven ni consuelan. Federo evita a Marita desde que llegó. Es otro para siempre. Si llevan veinte años sin verse, por algo será.

miércoles, 24 de febrero de 2021

Panorámica

Parece un día cualquiera en el que la vida sigue a pesar de todo. La obsesión del vecino, que sueña con su sobrina, las miradas de doña Reme, severas hasta la náusea, la caída a los infiernos de Federico, que aún no se atreve a contar que sus brazos se alargan por la noche, mientras los demás duermen. La vida sigue, rutinaria y correosa y pasa por encima de los duelos y las celebraciones y calma los nervios de los que esperan que todo cambie con el tiempo. El tiempo se venga cada poco en forma de tedio, de enfermedad, de silencio. Daniel está en el balcón ahora mismo. Él fuma y yo le miro.  En cada una de sus bocanadas, que son más suspiro que otra cosa hay un algo de renuncia y de ese lento amoldarse que me embarga a mí al mirarle, mientras termino de coser un botón de una camisa vieja, ni muy fuerte ni muy holgado, dos vueltas y un rechinar de dientes que mi madre no aprobaría. En la calle maúlla mi gato, vigilando a dos machos de gorrión que están ganándose el derecho a la trascendencia. La primavera incipiente hace estragos en mi cuerpo. Ay de los reumáticos, asmáticos, neuróticos y demás fauna esdrújula que se rasca y se contrae ante esta brisa y este polen que vuela entre las rendijas de las horas. El tiempo vuela sobre un tobogán al que es imposible oponerse. Aceptar la primavera es necesario. Dejar que entre en el cuerpo la conspiración constante de los días, dejar que corra por la sangre el propio veneno, sin ponerse, sin sobreactuar, solo dejando que ocurra. Daniel está en el balcón. Fuma y mira a lo lejos, y en su cabeza se almacenan imágenes de coches que menudean, que se mezclan con otros que vienen y van. Paran y arrancan, solamente un momento. Da un paso hacia atrás. No quiere complicarse la vida. Quisiera saber hacerlo pero le asfixia un miedo de niño pequeño. Estruja la colilla en el ámbar del cristal. Duralex, France. Conchita le dijo que debía cambiar las colillas por cacahuetes. Se fue sin verle salir del humo. Apenas hizo ruido al cerrar. La vio pasar con una  bolsa floreada de viaje, como si no le conociera. Aquellas flores optimistas festejaron el día de la independencia de Conchita, que no ha hablado aún con él ni le ha dicho por qué fue aquel lunes y no otro. Es lo de menos por qué decide uno irse. Los pies van solos en busca de la salvación  y ésta llega con ese alejarse constante del que huye -porque escapar no puede-, de sí mismo.  


martes, 16 de febrero de 2021

Cara de conejo ( y seis)

Creo que Marta y Rai aún no son más que amigos. No hay en ella eso que  transforma el rostro del que ha querido. Es solamente una ilusión de adolescente, sin esa intimidad que todo lo complica. Me lo digo porque no aguanto pensar que esa piel suya, es cuerpo desgastado que ha naufragado conmigo tendrá una vida diferente lejos de lo contado, una posibilidad de algo novedoso. Un poco de vida en la vida, al fin.

Si Marta y Rai se vieran es posible que Marta no volviera  siendo ella. La experiencia con los otros nos cambia y nos agota. Nos pone a prueba, nos fuerza a ser mejores, renovados, felices: Marta volvería con una misión ineludible, y nunca más podría decirle que le daría el divorcio si estaba aburrida y que no me opondría a nada si volvía a sentir esa clase de amor que recuerdo. Hoy no sería capaz de darle permiso, ni ella me lo pediría. Alguna vez se ha burlado de mi celo, pidiéndome opinión para ir aquí o allá. Si se ve con Rai ya nada será en broma.

Siempre he sido lo mas importante para mi mismo. No ha habido nadie por encima de mi, ni siquiera ella. Marta lo ha sabido desde el principio, y ha hecho que nuestra vida sea plácida, cada cual en sus cosas, coincidiendo en lo principal. Ella no me ha pedido más de lo que puedo dar, y de esa manera no ha habido decepción que nos tumbe. Tenemos un acuerdo de mínimos, decía ella con cuajo, y era así, seguramente. 

No te veas con Rai, Marta. Que no codicie tu piel, ni sea como fui yo, inmune a cualquier moral, sediento y cruel, borracho de mi mismo cuando aún estar una noche entera sin dormir sin apenas consecuencias. Ahora estoy vencido y te pido clemencia, con este cuerpo derrotado que ya no tiene ni hambre ni sed. No te diré que me muero de amor, no tengo cualidades para eso. Hay sin embargo en mi una tendencia a la degradación que tú conoces, y cada vez es más claro  lo salvaje y lo vulgar en mis facciones. Mis escasas virtudes no destacan de ninguna forma, por lo que tengo asumido que me dejarás por mi, no por Rai. Ya me crujen todos los huesos, lo sabes bien. Estudiabas mi forma de moverme, sin impedimentos. Ahora que todo va fallando necesito sentir que no voy a perderlo todo en este decaer constante a los infiernos. Porque nadie nos avisó del continuo deterioro. Del quejido intermitente que no es sino un avance de lo que seré cuando te vayas.

sábado, 13 de febrero de 2021

Cara de conejo (cinco)

 Mírela, ¿la ve? Parece que duerme pero su cerebro está ocupado en estar alerta. Ella no descansa nunca, nunca se abandona. Se levanta cansada porque su cuerpo está atento a todas horas. Es su manera de mantener el control. Aprieta los dientes, los rechina como los conejos. No asume que la vida es incertidumbre y cambio, y que por mucha disciplina y orden que tenga en lo que a ella concierne, la vida dista de ser lo que uno quiere. A veces le digo que se relaje y me mira con expresión de extrañeza. No entiendo que está todo por hacer, y que si me fijo un poco, veré toneladas de tareas inaplazables. Para ella soy una criatura miedosa que no se mueve más que para  hacer lo que en ese momento sea deseable. No la he sacado nunca de su error, eso no es importante. A los demás no les importo. Los demás como mucho nos interpretan según su propio estado de ánimo. Marta me quiere, pero tan cierto es su amor por mi como que soy una decepción a punto de materializarse. Un día me mirará con fastidio, pensando en lo que ha invertido. Siempre ha sido de jugar fuerte y así se pierde hasta la camisa. Es mala perdedora porque es ambiciosa, no le basta lo que al resto, y cuando está a punto de hundirse, se revuelve como una fiera herida. 

Ese brillo me hace quererla. Se lo digo poco.  No me gusta adular. Yo la reconozco en lo que es, y creo que con eso es bastante, aunque a veces le dejo caer que hay algo vivo debajo de esta cobertura vegetal. Rai la hace reír y le dice cosas bonitas. Con él es feliz.

La espío hace unos meses. Ella debe saber que le miro las cosas. Te quiero, guapa, dice el fulano. Un día de estos nos conoceremos, le dijo el domingo por la tarde. Anduvo entontecida por el jardín. Martita, me ignoras. Adivina por qué. Se va riendo mientras lo dice. Risa de conejo y de rata. La abofetearía. Me veo haciéndolo en mi cabeza. Marta me daría el doble y más fuerte, para que quedase clara su postura. Rai es de Granada. Será el primer sitio en el que buscaré cuando desaparezca. Porque lleva mucho atrapada y él le ofrece otra vida que no es esta que nosotros tenemos, prisioneros y libres y prisioneros otra vez. Rai está equivocado si cree que a ella con el amor le basta. Ella busca más libertad que amor, y él libera su mente de las rutinas, de los silencios cargados de costumbre, de lo previsible y lo continuo. Yo soy un ciclo, un agua que se filtra en la tierra, va al mar, que es ola y nube,  y llueve otra vez sobre su ventana, en un ejercicio melancólico que pone fondo a mis temores.

-¿Si te fueras me lo dirías?

-Claro, pero no me voy.

-¿Y Rai?

-Rai no es para mi.

Rai no es para mi, dice. Rosalinda tampoco lo era. Me excitaba su atolondramiento, su carnalidad desbordante. Marta nunca ha sufrido esa desmesura. Necesité vivirla aunque fuera una vez. Tuvo mi amante la tentación de esperarme, pero hay en esas situaciones algo humillante y vulgar que nace muerto, y que nos deja con cara de escolar azorado, con las manos y la bata manchadas de tinta china. Se fue por donde vino. A quien le hable de mi le dirá que solo fui una especie de tormenta, una desgracia. Creo que si Marta enviudara lo superaría muy bien. Nunca me faltaría al respeto. La imagino bebiendo unas tazas de té enormes mientras suspira. Es lo que hace cuando habla consigo misma de cómo se le escapa la vida.

martes, 9 de febrero de 2021

Cara de conejo (cuatro)

 Se llama Rai, o es así como ella le llama. Rai le escribe todos los días varias veces. Hola bonita, cómo estás. Qué haces ahora. Qué te inquieta. Él entiende su alma como la entiende un amante, sediento de la coincidencia, apresurado, temblón. La requiebra, la mima. La amistad no es eso, Marta. Se lo diría si tuviera ocasión de hablarle de eso que ahora le ocurre. La amistad es un compromiso que erosiona y desgasta, y que da mucha alegría, también, pero por encima de todo es unir tu destino al de otro que siempre estará para ti. Rai la llevaría al museo. Esta, Marta, me la sé. Rai la llevaría a a ver cine japonés. Cualquiera que la conozca un poco sabe que sus sueños están envueltos en pañuelos de seda. Rai le sacaría fotos y se pondría con ella, bien atento en alinear sus ojos con los de ella. Sería para Marta algo nuevo, no tener que pedir algo dos veces. La última foto que nos hicimos estábamos en la playa. Ella compartió un paisaje y al momento él le dijo que estaba hermosa. Marta sólo publicó unos cafés allá donde todo el mundo mira, lo que me da la certeza de que existe un lugar sólo para esa Marta que yo recelo, un lugar donde ella es feliz y que, sin embargo, me entristece profundamente. 

Nunca me hice fotos con mi amante, ni quise darle una. ¿Siguen regalándose fotos los amantes? Parece de otro tiempo ese ritual de llevar un rostro en la cartera. Rai tiene una foto suya, estoy seguro, y tal vez quiera mirarla como yo miraba a mi amante después de aquellos encuentros frenéticos y vacíos. Entonces yo no lo sabía pero era un hombre ridículo intentando ser lo que no era, jugándomelo todo en un envite, en la cama de otra, en la vida de otra.

La otra tarde Marta me habló de Rai, así, como de pasada. No  sé ni lo que me dijo. Estaba enfurruñado, como un  crío,  y ella daba vueltas de aquí para allá, haciendo cosas que tampoco recuerdo, porque me daba igual su energía y su contento. Conmigo es una mujer reumática que vive pendiente de las horas que le quedan para volver a tomar algo para el dolor. Pero la otra tarde no estaba así, y me molestó su alegría reencontrada. Me niego a este reto que me ha impuesto. Si no se riera de mí con su carita roedora le diría que no la conozco, pero eso sería como destapar un tubo de confetti. Se pondría en jarras y me diría llorando de risa que ha encontrado el amor.

Si hoy me dijera eso, yo la cogería de la garganta y la obligaría a callar. No se inquiete. Esto ha sido una exageración fuera de lugar, olvide lo que le he dicho. Marta habla demasiado. Yo le digo que calle pero no me hace caso. Cuando me persigue por el pasillo diciéndome mil cosas, cuando me habla tanto, siento una ira que me empuja toda la sangre a los ojos. Una vez la cogí fuerte del brazo, porque me estaba tapando la puerta y no me dejaba salir, es muy terca cuando ella quiere. Puso muy recta la espalda y me dijo que la soltara, con un tono de voz prácticamente inaudible. Entonces fui yo el que sintió miedo. Si se me hubiera ocurrido pegarle ella se hubiera defendido de una manera feroz, lo mismo ella hubiera sido la que me hubiera matado, quién sabe. Ahora, conforme se lo cuento, pienso si sabe Rai que yo lloré mucho aquel día, cuando pensé, porque sólo era un crío, que ella no me perdonaría nunca. Si yo supiera que Rai lo sabe me moriría un poco y necesitaría conocerle para saber de qué estamos hablando, porque a uno hay cosas que le preocupan más que otras. A mi me desvela que otro sepa lo que me hiere. Que Marta le deje entrar en nuestras vidas. Que encuentre en él aquello a lo que había renunciado. Que sea, aunque sea sólo por unos días, absolutamente feliz.

jueves, 4 de febrero de 2021

Cara de conejo (tres)

Sólo ella sabe por qué nunca me habló de cómo olían mis camisas. Seguramente porque, como dice hoy un periodista,  se han contagiado personas que no vivirán en quince días. Marta maneja bien el tiempo, por eso los que no la conocen piensan más de una vez que es rica. En verdad, lo es. Para ella el tiempo es una magnitud sólida que da como resultado un filón que explota con tenacidad. Pule y talla como un artesano y hace un recorrido molecular por cada objeto inerte, sacándole una gracia escondida para ojos como los míos. En ella brota la vida. Marta está inexcusablemente viva y me lo recuerda su forma de dormitar en el sofá, hilando sueños que se convierten en realidades, obrando esos pequeños prodigios que hablan de su voluntad de ser, ante todo. Que me pille dormida la muerte, dice, cuando sabe que la observo. Lo dice abriendo un ojo y cerrándolo rápidamente, como en un juego en el que soy yo el niño.

La engañé y ahora ella está distinta. No está triste, al contrario. Se siente halagada como una amante reciente. Sé que no ha estado con nadie, pero su mente es fantasiosa y alegre, y necesita constantes retos y aventuras. Hace mucho que viaja sola, esperando que yo me incorpore, pero la he descuidado tanto que no sé si habrá para mi un sitio en donde ella se se encuentra. Hace años que va en discreta cuesta abajo, su salud es un asunto algo complejo. Hoy una cosa y mañana otra, y yo muerto de miedo porque ella sabe viajar sola y yo no sé ni imaginarme la vida sin tropezar con ella por el pasillo. Ha aceptado mis ausencias y mis manías, me ha esperado sin dejar de hacer nada que hubiera que hacerse, incluyendo todo eso que tiene que ver con cultivar las amistades que pueden marchitarse poco a poco. No dudo que tenga buenos amigos y que éstos le sirvan de apoyo en las horas que la ignoro. No puedo obviar que con ella la vida ha sido buena y agradable, pero si te separas mucho de alguien en el hueco que se forma caben hasta dos personas. Por eso tuve una aventura vulgar y estresante y por eso ahora ella se ríe sin compartir sus motivos. No haré preguntas, se lo debo. Sólo sé que quiero desaparecer. 

Se llama Rai.

martes, 2 de febrero de 2021

Cara de conejo (dos)

 

Como le digo, Marta tiene amigos por internet. Ellos la comprenden y la dejan ser quien quiere ser. Como yo lo veo, la amistad virtual no es demasiado exigente. Se basa en agradar, en epatar, en llenar ese hueco que siempre tiene el otro en el corazón. A veces la leo, y es otra Marta a mi Marta. En las redes es más jovial, más bromista, más fresca. Si yo no supiera que es ella, me gustaría ser su amigo. A veces he tenido la tentación de hacerme una cuenta para entrarle al trapo, participar de su alegría, o mandarle canciones de amor. Me arrepiento rápido y me sonrojo pensando en que pueda reconocerme, porque ella es lista como ella sola. Me diría, “no engañas ni a la muerte, lebrel”, y yo me querría morir pensando en que allí sería yo el que estuviera perdido sin saber por primera vez lo que decirle.

Se ha puesto una foto de las últimas vacaciones. Se la hice yo, por lo tanto, yo no estoy con ella. Últimamente siempre hago yo las fotos, no porque ella no quiera salir conmigo, sino porque cuando llega el momento de sacarla, empiezo a mirar por el objetivo y siento que no merezco estar ahí con ella, como si el espacio le perteneciera  por derecho. Me niego y ella protesta, y a veces se pone seria hasta que poso con desgana. Aclaro, llegado a este punto, que sobre este asunto y otros más mollares, ella no recela, ella sabe.

Ella lo sabe todo. La engañé una vez. Lo supo el mismo día, estuvo triste, mustia. Durmió en el sofá y no le pregunté por qué. Se quedó allí, enrollada en una manta, con el aplomo que da el convencimiento. Su espalda es frágil y volvió a la cama la noche siguiente. Ni me dijo ni le dije durante dos semanas.

Dos semanas más tarde me abrazó en la playa. Se acabó el vacío en ese instante. En ese momento supe que aún la quería. No como cuando nos casamos, no como cuando éramos jóvenes. Un momento de consciencia en mitad del caos. Uno engaña porque quiere una vida distinta, ser otro, tener una ilusión incombustible, explorar los abismos y llegar, irremediablemente, a la estupidez. Si uno abunda en esa senda acaba comprándose una moto enorme o teniendo una criatura a destiempo. Mi amante fue sólo el vehículo de un exorcismo cutre que acabó sin explicaciones. Ella no las necesitaba tampoco. Mi libertad consistió en una tarde tórrida que se esfumó al coger Marta mi ropa y arrojarla al fondo de la lavadora con desprecio. Se quedó mirando el tambor mientras giraba. Cuando acabó el ciclo sacó la colada y la tiró a la basura dentro de una bolsa.

Debe ser así como se siente uno cuando le cortan la cabeza.

 

viernes, 29 de enero de 2021

Viernes

Dice facebook que escribí un libro. Eso es lo de menos. Me recuerda que José Luis me mandó una foto de un ejemplar. Según sus palabras, tenía que ocurrir. También decía que en esta vida no se puede ser cruel y que hay que intentar siempre ser justo. Siempre le estaré agradecida: somos la fe que pusieron en nosotros. José Luis se fue por el covid. Adoraba a su mujer, a sus hijos y a la ópera, por ese orden. Generoso en sus explicaciones, me llevó a los teatros que posiblemente no pise nunca. Un hombre culto, bueno, amable. 

Ayer se fue Joaquín. De esas personas que profesan el afecto de una manera transparente. Me acogió en su casa muchas tardes: solfeo, teoría. Estaba por allí, mirándonos, feliz, en manos del maestro. Se alegró sinceramente de nuestros progresos. Angelita, me decía. Sólo él me llamaba así. Tenía a gala una familia muy bonita, unos hijos muy buenos, unos nietos desenvueltos, aguerridos. Siempre nos alegrábamos de vernos. Socialista, formal, austero. Metódico. Vehemente. Y el covid de nuevo. 

Desaparecen de mi horizonte personas que me quisieron mucho. Personas que creían en la palabra, que vieron la miseria y la prosperidad, que ambicionaron el saber para los suyos. Todos tienen en común una manera honesta de ver las cosas, pegada a la realidad de lo cotidiano, sin despegar los pies del suelo. Los días de duelo son días en los que el tiempo vuela. Recuerdo aquella pregunta de examen: "El tiempo en Kant". Lo intuitivo, lo trascendente. El rubato, diría José Luis, impregnando sus frases de aquella estética tan bien entendida, tan didáctica, con la que ilustraba la vida. Joaquín, viendo hoy cinco minutos de tele, me hablaría de la amistad cívica. Sin saberlo, era aristotélico. Se va sin ver mis limoneros, que este año dan fruto por fin. Se lleva la sabiduría de los árboles, ese mirar la tierra y los surcos. Me deja un mandato: cuídalos y que estudien.

Qué pena más grande.


martes, 26 de enero de 2021

Cara de conejo

 

La noche empezó mal. Marta quería que me quedase a cenar. Hace tiempo que la evito.  Evito su manera de fregar el suelo, de dar vueltas poniendo y quitando los mismos trastos en la cocina. Cuando los platos chocan los tímpanos me zumban y se me queda un pitido penetrante que me hace apretar los dientes. Cuando aprieto los dientes el pitido no disminuye, pero puedo pensar mejor. Controlo mi cuerpo, ejerzo una fuerza descomunal, mi mandíbula muta en mandíbula de perro. Me imagino mordiendo a Marta en el brazo cuando lo pasa por delante de mi, para poner o quitar algo. Hace unos días casi le muerdo. Pasó una barra de pan por encima de un vaso de agua. Vi cómo se llenaba de migas que se hinchaban poco a poco, flotando. A ella le hizo mucha gracia mientras yo me moría de asco. Tenía arcadas y ella seguía riendo. Marta se ríe de una manera irritante, pone cara de conejo y saca los dientecillos. De novios me gustaba su risa y su boca, sus labios. Estaba enfermo con ella. Era ella y nada más a todas horas. No tuve otro objetivo que casarme con ella desde el primer día que pasamos la tarde juntos. No soportaba la distancia. Nos casamos. Fuimos felices.

Los primeros años todo era sorprendente y su familia vivía muy lejos. A ella no le apetecía tampoco más acercamiento, de tal modo que en un año sólo nos vimos una vez, brevemente, fríamente. Éramos ella y yo. No tuvimos hijos.

Marta era bonita y graciosa. Su cuerpo fue derrumbándose. Digamos que perdimos el interés en ser aquellos eternamente. Yo tampoco estoy joven, también la edad me ha aplastado. Un día, pasados los cincuenta, empezó a irritarme su voz, su risa. Todo lo que decía me parecía estúpido. Se lo dije.

-Sólo dices tonterías.

-Vaya con el premio Nobel.

Risa de conejo.

Marta tiene internet y amigos que no conozco. Supongo que me he hecho famoso entre sus amistades virtuales. Tiene varios amigos con los que habla mucho. Ella es ocurrente. Mira el móvil y se ríe. Más risa de conejo. Mira y ríe y pasa el dedo por la pantalla. Más risa sacando dientes. Desde el bar puedo escuchar cómo se ríe. Estoy con Esteban, al que el mundo escupió hace años. Todos tenemos una casa donde volver, pero esperaremos a que sea tarde y todo haya decaído. Cuando ya no quede nada de qué hablar.

Marta está dormida. La escucho resoplar desde la puerta. He dejado caer las llaves con efecto, a ver si el ruido la despierta. Le cuelga la cabeza hacia un lado. Milagro, está despierta. Sonríe con el pelo abierto como una flor, con una raíz blanca y una cabeza más blanca aún. La piel de su cabeza me recuerda la de una gallina escaldada, casi puedo oler ese vapor de agua hirviendo, olor a gallinero de domingo. Antes hundía los dedos en su pelo y le cogía la cabeza para besarla. No siento ya la necesidad de su cuerpo, de ningún cuerpo.

El suyo calienta las sábanas en las que me abraza sin tregua. Es excesiva, desde siempre. Le digo impertinencias y ella lo acepta todo, lo sabe todo y lo transforma todo. Ella me imagina y me interpreta. Me construye sobre ideas ya caducas.

-Ven, ven.

Ojos de conejo, dientes de conejo.

jueves, 7 de enero de 2021

Trigo y agua

 Después de trece años descifraron el genoma del trigo. Imagino la emoción contenida del equipo, gestado en miles de días iguales. El trigo es una religión de pobres. Las gachas, las migas, las harinas en todas sus formas, los fideos tísicos, los macarrones sin sustancia. Todo ese despliegue que llena y no lustra, que engorda y entretiene al que sorbe ese caldo humeante que es distracción y liturgia. Un tío mío llama náufragos a los fideos que se resisten a caer de la cuchara en un último intento de salvarse de precipitarse al plato.  El agua también es vida, el agua salvadora  que es limpieza y alegría hoy cae sobre nosotros, ayer, y mañana. Y pasado mañana también. En este lavado anual de las paredes que se desconchan hay un renacer de los hongos, negruzcos y silenciosos, pacientes, resistentes, indelebles.  Cuando se instalan no hay desahucio posible. Te fatigan, te envenenan. Hacen toser a los niños, irritan sus cuerpecillos. Nos recuerdan que hay humedades que se infiltran como la frustración y se quedan , como una mancha de fruta de verano, para siempre. Nieva también y dicen que eso es bueno: agua de futuro imperfecto. Nieva el doble en las casas pobres. Infiernillos, estufillas, mantas y chales. Roperíos.

Los hongos huelen de una manera muy especial. No sé a qué huelen las moquetas del mundo libre. Tal vez a whisky y a pólvora. Tal vez a prozac y a insecticida. Se agusanan en directo mientras estamos sepultados por edredones de todas castas, vigilando un brasero precario o echándonos un gato a los pies, que también calienta. Cuando eclosiona una puesta de gusanos parece una asistir a una especie de orgía. Hay algo obsceno en ese frenesí destructivo, pero hubieron de darse muchas tardes de calor y cuidados para que cuajaran tantos huevos y que el día de ayer, sorpresa, todo ocurriera en un instante.

Ayer llovió y se ahogaron unos inmigrantes que no llegaron a la costa. Agua y más agua, como la de los cañones que disolvieron a tantos pobres en el sur, mientras patricios ebrios de  lo suyo miraban desde los despachos profanados la eficacia de su gran experimento. La única ley extraíble es que para que esos suelos almohadillados fueran lo bastante cálidos, debía haber otros alfombrados de cartones. Gobiernos de cartón, estados de papel. 

Hoy no hay refugio en las aceras, y en la Cañada Real no hay luz. El trigo cotiza en la bolsa y el agua sepulta niños sin sopa, sin suelo y sin alfombras. Andamos entretenidos con el barro que engulle al coloso. No hay gloria en esta debacle. Hay un aviso a los navegantes. 

Agorera, me dicen. 

Va, ya me callo.