jueves, 4 de febrero de 2021

Cara de conejo (tres)

Sólo ella sabe por qué nunca me habló de cómo olían mis camisas. Seguramente porque, como dice hoy un periodista,  se han contagiado personas que no vivirán en quince días. Marta maneja bien el tiempo, por eso los que no la conocen piensan más de una vez que es rica. En verdad, lo es. Para ella el tiempo es una magnitud sólida que da como resultado un filón que explota con tenacidad. Pule y talla como un artesano y hace un recorrido molecular por cada objeto inerte, sacándole una gracia escondida para ojos como los míos. En ella brota la vida. Marta está inexcusablemente viva y me lo recuerda su forma de dormitar en el sofá, hilando sueños que se convierten en realidades, obrando esos pequeños prodigios que hablan de su voluntad de ser, ante todo. Que me pille dormida la muerte, dice, cuando sabe que la observo. Lo dice abriendo un ojo y cerrándolo rápidamente, como en un juego en el que soy yo el niño.

La engañé y ahora ella está distinta. No está triste, al contrario. Se siente halagada como una amante reciente. Sé que no ha estado con nadie, pero su mente es fantasiosa y alegre, y necesita constantes retos y aventuras. Hace mucho que viaja sola, esperando que yo me incorpore, pero la he descuidado tanto que no sé si habrá para mi un sitio en donde ella se se encuentra. Hace años que va en discreta cuesta abajo, su salud es un asunto algo complejo. Hoy una cosa y mañana otra, y yo muerto de miedo porque ella sabe viajar sola y yo no sé ni imaginarme la vida sin tropezar con ella por el pasillo. Ha aceptado mis ausencias y mis manías, me ha esperado sin dejar de hacer nada que hubiera que hacerse, incluyendo todo eso que tiene que ver con cultivar las amistades que pueden marchitarse poco a poco. No dudo que tenga buenos amigos y que éstos le sirvan de apoyo en las horas que la ignoro. No puedo obviar que con ella la vida ha sido buena y agradable, pero si te separas mucho de alguien en el hueco que se forma caben hasta dos personas. Por eso tuve una aventura vulgar y estresante y por eso ahora ella se ríe sin compartir sus motivos. No haré preguntas, se lo debo. Sólo sé que quiero desaparecer. 

Se llama Rai.

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