jueves, 7 de enero de 2021

Trigo y agua

 Después de trece años descifraron el genoma del trigo. Imagino la emoción contenida del equipo, gestado en miles de días iguales. El trigo es una religión de pobres. Las gachas, las migas, las harinas en todas sus formas, los fideos tísicos, los macarrones sin sustancia. Todo ese despliegue que llena y no lustra, que engorda y entretiene al que sorbe ese caldo humeante que es distracción y liturgia. Un tío mío llama náufragos a los fideos que se resisten a caer de la cuchara en un último intento de salvarse de precipitarse al plato.  El agua también es vida, el agua salvadora  que es limpieza y alegría hoy cae sobre nosotros, ayer, y mañana. Y pasado mañana también. En este lavado anual de las paredes que se desconchan hay un renacer de los hongos, negruzcos y silenciosos, pacientes, resistentes, indelebles.  Cuando se instalan no hay desahucio posible. Te fatigan, te envenenan. Hacen toser a los niños, irritan sus cuerpecillos. Nos recuerdan que hay humedades que se infiltran como la frustración y se quedan , como una mancha de fruta de verano, para siempre. Nieva también y dicen que eso es bueno: agua de futuro imperfecto. Nieva el doble en las casas pobres. Infiernillos, estufillas, mantas y chales. Roperíos.

Los hongos huelen de una manera muy especial. No sé a qué huelen las moquetas del mundo libre. Tal vez a whisky y a pólvora. Tal vez a prozac y a insecticida. Se agusanan en directo mientras estamos sepultados por edredones de todas castas, vigilando un brasero precario o echándonos un gato a los pies, que también calienta. Cuando eclosiona una puesta de gusanos parece una asistir a una especie de orgía. Hay algo obsceno en ese frenesí destructivo, pero hubieron de darse muchas tardes de calor y cuidados para que cuajaran tantos huevos y que el día de ayer, sorpresa, todo ocurriera en un instante.

Ayer llovió y se ahogaron unos inmigrantes que no llegaron a la costa. Agua y más agua, como la de los cañones que disolvieron a tantos pobres en el sur, mientras patricios ebrios de  lo suyo miraban desde los despachos profanados la eficacia de su gran experimento. La única ley extraíble es que para que esos suelos almohadillados fueran lo bastante cálidos, debía haber otros alfombrados de cartones. Gobiernos de cartón, estados de papel. 

Hoy no hay refugio en las aceras, y en la Cañada Real no hay luz. El trigo cotiza en la bolsa y el agua sepulta niños sin sopa, sin suelo y sin alfombras. Andamos entretenidos con el barro que engulle al coloso. No hay gloria en esta debacle. Hay un aviso a los navegantes. 

Agorera, me dicen. 

Va, ya me callo.

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