miércoles, 24 de marzo de 2021

Villanogales

 

Villanogales es un pueblo que puede ser de la sierra, que puede ser de la costa, que puede ser cualquier pueblo. Es más, a poco que rasques sale un Villanogálico en cada uno de nosotros, pertinaz, tradicional y caudillista. No me digan que exagero; es lo que dice mi vecina del cuarto cuando no quiere creerse algo. No creer la realidad es reconfortante y agradable, y ayuda a pasar los tragos con una cierta lenidad. Si no eres consciente, no te sientes obligado. Un Villanogalense te responde llegado a este punto: ¿tú qué eres? ¿Filósofo?

Se llevaron una mañana, hacia las seis y media, al primo de Justiniana. Su madre iba a cine Cartago cuando estaba embarazada y a fuerza de tanto péplum, hizo eso que no debe hacerse, que es estampar el sello en el hijo, para que siempre haya alguien que se sienta con derecho a la gracia. Justiniana vive con su primo, que es como su hermano y que parece ser que ha sido acusado de alguna cosa reprobable. Se ha ido con el cabo Torres, que lleva toda la vida de cabo. Dice Justiniana que es un cabo de vela, porque se mueve hacia donde va el viento. Torres ha exhortado contra el escándalo y ha convencido al primo Remi para que se subiera al coche. Que firmó unas cosas, me dice Justi, que se lo dijo el alcalde, que él sólo hacía lo que le decían, que no ha visto un duro en estos años, no como este y el otro.

Cada Villanogales tiene un Torres, un Remi y alguien como yo, que observa y se calla, porque no concibe la vida sin su patio y sus baldosas, porque le gusta este aire y ese gato que duerme en la rueda del coche, y porque los peajes se pagan en cómodos plazos. Los hechos indican que Remi estuvo de gerente en una cosa pública y dejó las arcas y los libros como recién estrenados. Justi es buena y compasiva y como hace mucho de eso, pensó que no sería para tanto. Si no lo han denunciado es porque no hay nada, es el éxito que todos cantan. Me sabe mal decirle que no, que si no le han denunciado es porque muchos saldrían perdiendo y porque llevamos  dentro del cuerpo un zángano colmenero, que es como decir que somos garrapatas de ciclo corto, enganchadas a la oreja de un can, gorditas aunque sea por poco tiempo. Justi tenía un hermano marinero, tatuado y enigmático, que nos doblaba la edad. Nunca se quitaba el uniforme y se libraba de las caparras poniéndoles un cigarrito encendido en el culo.  Bebía como un cosaco y advertía a Justi sobre Remi. Te dejo tabaco en el buffet por si te urge, decía su última nota. Se fue un 10 de agosto, hace treinta años, y no hemos sabido más. Justi y yo caminamos por las afueras y llevamos con nosotras las caras de los muertos, por eso no tenemos miedo a  los coches nuevos y a los negocios emergentes que traen chicos a las calles cuando tendrían que estar en clase.  Son como esas larvas verdes que se comen mis geranios,  voraces, insaciables, empeñadas en morir lo antes posible. Remi ni siquiera era eso, era un bultito imperceptible sobre el cabo Torres, un testigo molesto que sería arrancado en breve por aquello de la salud pública, decapitado si era preciso. 

Villanogales, si nadie cabal lo evitaba,  estaba a punto de pasar a la historia.

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