Si estuviera Pepa aquí, si no
anduviera solamente en nuestro recuerdo, seguramente estaría destejiendo
expresiones rebuscadas. Si estuviera entre nosotros, en estos días inciertos de
palabras preñadas y hueras, daría cada día una clase. De esas clases
magistrales que se memorizan a través de
la piel, y que se quedan en alguna parte del cerebro, grabadas a fuego,
selladas con lacre, escritas en caracteres sencillos como la letra de los
párvulos a los que ella miraba con ternura y grandes dosis de esperanza. El
futuro son ellos, el futuro hay que sembrarlo honestamente, el futuro no se
puede construir en falso.
Si pudiera levantar el teléfono y
escucharla un ratito hablar de esto y de aquello, me diría sonriendo: “hermosa,
la patria es la humanidad, no hay mucho más que hablar”.
Pepa quería un futuro lleno de libros,
de niños con preguntas y con dudas. La duda como levadura, la ética como
referencia, el único muro posible que contiene la humanidad desbocada.
Si ella caminase por las calles, bajo
ese azul de tonos infinitos, habría dado una sesión inolvidable sobre el valor
de las palabras encendidas, desactivando los extremos, despojando de ropajes esas
expresiones manidas con las que nos atraen. Hubiera repartido unos folios en
blanco, para que cada cual describiera un hábitat en el que una de esas palabras
pudiera florecer naturalmente. A veces
sólo salían dos líneas, escritas tras una lucha directa con aquello que
nos incendiaba, que ahora parece
pequeño, o que es igual de importante que lo era entonces. De la escritura
nacía la reflexión, en ese orden o en el inverso. Lo importante era el proceso
que nos hacía más complejos. Nos hizo más complejos. Ese fue su regalo.
Ella sigue siendo grande, imprescindible, presente. Ella y las
palabras, a las que ha de tratarse con un respeto reverencial cuando se vierten
sobre el otro, me diría. El otro como necesidad, como referencia, como espejo.
El otro como reflexión social inexcusable. El otro como semejante, como
misterio, como parte del gran proyecto común.
Machado entre cuatro sillas, me decía.
Mi maestra.
Gran trabajo el que hizo tu maestra. Se lo diría a ella si estuviera aquí pero, estando ausente, te lo digo a ti. Maestra.
ResponderEliminarEjerció el oficio con humildad y con sabiduría, qué bien le hubieras caído... Besos miles ;-)
ResponderEliminarQué suerte tuviste con tu maestra.
ResponderEliminarQué bien te enseñó.
Qué gran lección.
Qué 'envidia' sin envidia me ha dado leer tu escrito.
<8>
Qué suerte haberte encontrado, Javier <8>
EliminarAbrazos
Me habría encantado conocerla.
ResponderEliminarLa siento a través de tus palabras.
Abrazos.
Muchas gracias, Pilar. Era una gran mujer. Besos.
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