lunes, 13 de noviembre de 2017

Libros de estilo

A veces los personajes trascienden las películas, toman posesión de un rincón de nuestra mente, se quedan allí para siempre. Uno de mis inquilinos es Dave Boyle, una de las muchas víctimas descritas en "Mystic River" de Clint Eastwood. Un hombre destrozado por el abuso sexual que sufrió en la infancia, una víctima de la desigualdad y de un depredador sin cara que le atormenta cada día de su vida.
Hablando del caso Wenstein, Anthony LaPaglia nos dice que cualquiera que llevase más de cinco años trabajando en la industria lo sabía, que no era para nada un secreto de las élites su manera de actuar: una definición de la normalización que nos llega con la cara de Jack Malone;  parece uno de esos guiones en los que su personaje sentencia con cinismo mientras le da al bourbon. Todos lo sabían, pues. Citando a una de las víctimas que Mabel Lozano entrevista en uno de sus trabajos sobre la trata, "el oficio más viejo del mundo es mirar para otro lado".
A este oficio hay que sumarle un aspecto que no por conocido es menos sorprendente: en el delito sexual, la víctima ha de acreditar su inocencia. De ahí a destrozarla por segunda o tercera vez (delito, procedimiento, juicio público) no hay distancia. La información muchas veces contraviene no ya el estilo, sino la ética. Y vuelve a mí Dave Boyle, que parece culpable ante los ojos de los más cercanos, con ese comportamiento extraño que son las secuelas del delito, del vacío social, de la pobreza que le hizo más vulnerable.
Cuando hoy he puesto las noticias, me ha dicho una señora muy seria que empezaba el juicio a unos hombres que se hacían llamar "La Manada". Temo que podremos a prueba nuestros estómagos con lo que vamos a escuchar, temo que tampoco esta ocasión la víctima sea tratada como tal, y temo (y maldigo) todo lo que se va a filtrar con la excusa del derecho de defensa e información. Aún me duele el estómago de recordar las cosas que leí cuando las víctimas de uno de los ejecutivos de Canal 9 pactaron, exhaustas tras un proceso en el que hubo tanto linchamiento  como soledad. Se disculpaba al culpable y se cuestionaban los motivos de las víctimas.  Ha pasado un tiempo, pero siempre hay quien coge el relevo. La defensa del hombre que intentó besar a Teresa Rodríguez, cree poder argumentar que no es para tanto, que ella no es una mujer cobarde. Timorata, es la palabra que han usado. No es usted la cajera, le dijeron a Nevenka. Cuántas Nevenkas, cuántas. Este es un camino árido como poco. Aún recuerdo los cuchicheos cuando en la facultad nos explicaban que  las prostitutas podían ser víctimas de violación. 
Ponerse a tiro, llevar corta la falda, salir un poco golfa, ser ambiciosa. Esas cosas que aún se dicen sin pudor para justificar la barbarie.

Tanto por hacer aún, tanto. Tanto depredador suelto. Tanta gente herida.

2 comentarios:

  1. Aveces...
    Así comienzas el relato más duro y tremendo de esta sociedad que dicen es humana...¿humana?
    Angélica siento escalofríos solo en pensar en las víctimas...
    Abrazo grande

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    1. Hay que hacerse con el libro que Mabel Lozano acaba de sacar a la venta, "El proxeneta". Sabemos que nos horrorizará, pero no saber no entra en nuestros esquemas, ¿verdad, amigo? Un abrazo <8>

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