domingo, 2 de febrero de 2020

Mercado


En un mercado siempre hay frutas de temporada. La verdura de ahora mismo, cortada hace unas horas, brotando de los tallos unas gotas de agua. Se acaban los persimon, nos quedamos con las manzanas, compañeras de todo el año. Hay paradas con unas fresas, no sé de dónde vienen. “Del invernadero”, dice el vendedor con sorna. Hay aguacates, muy maduros, unos plátanos pintones, unas lechugas muy tristes.

Hay mesas, también, con ropas viejas. Segunda vida para los trapos. Un traje de comunión, una cazadora estrambótica, un traje de reina mora. Voy bajando la cuesta y encuentro mucho más. Monedas que no valen nada, ollas que estuvieron llenas, unas gafas que no son de nadie. Hay un resto de un bar: platos buenos, de esos de batallar, tazas de café con leche con el brillo del esmalte intacto. Alguien fue a pique no hace tanto.

Rubia, ¿quieres ajos? Digo que no con la mano. Tengo delante un puesto. Zapatos de niño a un euro. Zapatos de niño que ha crecido y que servirán para otro. Los mayores bregamos con cualquier cosa, pero ponerle a mi niño unos de esos zapatos, hay que estar hasta el cuello… Cuesta pensar que hoy alguien ha visto esas deportivas pequeñas, y se las ha llevado pensando que ha tenido una gran suerte. Sigo andando, no tienen fin los montones de edredones de volante, con colores ochenteros. Una señora mira hacia otro lado mientras fuma. Vende las obras completas de Julio Verne encuadernadas en rústica, y una colección de novelas. Me incomoda verlas con polvo, las tengo en casa con mis colchas de algodón, mis zapatos de primavera, mis vasitos para tomar café.

Me llevo un par de hueveras de arcopal. Me recuerdan a mi abuela; ella vivió la guerra y la posguerra, “que fue peor”. Ella, que ya iba a los rastrillos en aquella Barcelona de los realquilados, se hubiera quedado de piedra al ver que sigue el racionamiento feroz de bienestar, de esperanza y de alegría, que hay una nube de miradas tristes en cualquier lugar, si te molestas en buscar. Si miras bien, al lado de la flor del almendro, está la humanidad raquítica que no medra, que está condenada y condena a su prole a un futuro imperfecto. Al lado de la flor del almendro, esta mañana, estaba esa mitad del mundo que no está ni se la espera, trampeando, ganando un poco de tiempo, afanosa, entregada. Claudicando.

2 comentarios:

  1. Clasificando, más de los que desearíamos. Y mientras las políticas no se hacen. Juego de tronos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Desconexión, desafección... La ruina de la gente.

      Un abrazo.

      Eliminar