En un
mercado siempre hay frutas de temporada. La verdura de ahora mismo, cortada
hace unas horas, brotando de los tallos unas gotas de agua. Se acaban los
persimon, nos quedamos con las manzanas, compañeras de todo el año. Hay paradas
con unas fresas, no sé de dónde vienen. “Del invernadero”, dice el vendedor con
sorna. Hay aguacates, muy maduros, unos plátanos pintones, unas lechugas muy
tristes.
Hay mesas,
también, con ropas viejas. Segunda vida para los trapos. Un traje de comunión,
una cazadora estrambótica, un traje de reina mora. Voy bajando la cuesta y encuentro
mucho más. Monedas que no valen nada, ollas que estuvieron llenas, unas gafas
que no son de nadie. Hay un resto de un bar: platos buenos, de esos de
batallar, tazas de café con leche con el brillo del esmalte intacto. Alguien
fue a pique no hace tanto.
Rubia,
¿quieres ajos? Digo que no con la mano. Tengo delante un puesto. Zapatos de
niño a un euro. Zapatos de niño que ha crecido y que servirán para otro. Los
mayores bregamos con cualquier cosa, pero ponerle a mi niño unos de esos zapatos,
hay que estar hasta el cuello… Cuesta pensar que hoy alguien ha visto esas
deportivas pequeñas, y se las ha llevado pensando que ha tenido una gran suerte.
Sigo andando, no tienen fin los montones de edredones de volante, con colores
ochenteros. Una señora mira hacia otro lado mientras fuma. Vende las obras
completas de Julio Verne encuadernadas en rústica, y una colección de novelas. Me
incomoda verlas con polvo, las tengo en casa con mis colchas de algodón, mis
zapatos de primavera, mis vasitos para tomar café.
Me
llevo un par de hueveras de arcopal. Me recuerdan a mi abuela; ella vivió la
guerra y la posguerra, “que fue peor”. Ella, que ya iba a los rastrillos en
aquella Barcelona de los realquilados, se hubiera quedado de piedra al ver que
sigue el racionamiento feroz de bienestar, de esperanza y de alegría, que hay
una nube de miradas tristes en cualquier lugar, si te molestas en buscar. Si
miras bien, al lado de la flor del almendro, está la humanidad raquítica que no
medra, que está condenada y condena a su prole a un futuro imperfecto. Al lado de
la flor del almendro, esta mañana, estaba esa mitad del mundo que no está ni se
la espera, trampeando, ganando un poco de tiempo, afanosa, entregada. Claudicando.
Clasificando, más de los que desearíamos. Y mientras las políticas no se hacen. Juego de tronos.
ResponderEliminarDesconexión, desafección... La ruina de la gente.
EliminarUn abrazo.