miércoles, 16 de marzo de 2016

El Drina

Un verano hace ya mucho, atravesamos el río un día de verano. Entonces aún no teníamos claro el poder de las bacterias, y esquivábamos los animales que flotaban hinchados y deformes por la desembocadura, varados entre la basura y la corriente que llegaba mortecina hasta el mar. Ese verano de avispas y medicina ancestral, basada en el poder curativo del barro, hicimos un par de veces ese itinerario, en el que nunca faltaba el cuerpo abotargado de un cordero o un cerdo y junto a él, algún vecino valiente cogiendo mejillones para la cena de las rocas donde estaba, como parte del paisaje, un pescador melancólico sentado en una banqueta plegable, pasando las horas entre otros que como él, andaban tentando la suerte.
Cruzábamos el río. Yo, sobre los hombros de mi tío, que andaba fotografiando la luz, quedándose sus ojos con todos los colores. En un momento dado, hacia la mitad, aproximadamente, se paraba y giraba despacio para que yo viese salir el agua al mar. No tenía miedo porque no había corriente. Apenas medio metro de agua en un lecho plagado de cascotes y vidrios, un agua verdosa que se arremolinaba levemente en su llegada al mar, tan poco lucida como escasa. 
Esa debiera ser la única forma en la que un niño pasara un río.
No sé cómo se llama ese río que cruzan los que escaparon de Idomeni, pero viendo su angustia recuerdo un pasaje de "Un puente sobre el Drina" de Ivo Andric:

"Nunca puede sentirse mejor esa belleza extraña y excepcional como en los días de verano, cuando el sol muere. Los hombres llegan a sentirse como sobre un columpio mágico; cruzan la tierra, navegan los mares, vuelan a través del espacio y tornan para atarse firmemente a su ciudad y a sus casas blancas, rodeadas por un jardín y un huerto de ciruelos. Muchos de estos modestos ciudadanos, que sólo tienen una de esas casas y una tiendecita en el barrio del mercado, sienten a esas horas, mientras beben café y fuman, toda la riqueza del mundo y la infinitud de los dones de Dios. Todo esto puede ofrecerlo a los hombres, a través de los siglos, un simple edificio si es hermoso y sólido, si ha sido concebido en el momento oportuno, elevado en el sitio conveniente y realizado con fortuna."

Los náufragos que vagan por esa tierra de nadie de la Europa culta y democrática, confinados por los garantes de la libertad, caminan con los pies mojados, buscando un puente. Todos ellos tenían unos zapatos secos, una cama con sábanas limpias, comida para sus hijos. Pero en palabras de Andric, les llegó la gran inundación , y del cielo que conocieron cayó la artillería, implacable, y ante la huida, de forma si cabe más implacable aún, se cerró cualquier vía de escape.  Dice Andric:

"El aire estaba perfumado por el aroma del melón y del café tostado. El sol se había puesto, pero aún no se veía la gran estrella que brilla encima de Molievnik. En semejante momento, cuando las cosas más corrientes pueden adquirir el aspecto de visiones llenas de grandeza, de temor y de una significación particular, aparecieron sobre el puente los primeros refugiados de Ujitsa."

Describe Andric a un hombre que es recibido con prudencia y que nos habla desde esta historia con sabiduría universal:

"– Estáis aquí sentados, divirtiéndoos, sin saber lo que sucede en Stanichevats. Nosotros hemos podido refugiarnos en tierra turca, pero, ¿a dónde iréis vosotros cuando llegue el turno a este país? Nadie lo sabe ni puede imaginarlo."

El Drina, el Segura, el Moldava. Qué más da.

2 comentarios:

  1. Hay muchos ríos que separan pueblos, por eso cruzarlos mojándose hasta la garganta, es signo de transgresión. No hay forma de estar en ambas orillas al tiempo cuando el río es caudaloso. Hay que mojarse.

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    1. Siempre hay que mojarse. Gracias por pasar por el blog. Un saludo ;-)

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