sábado, 24 de febrero de 2018

Lola

La niña Lola está llorando. Su madre le susurra. Lola. Lola… no pasa nada, Lola. 
La madre de la niña Lola canta como las grandes, con compás, muy templado y muy bajito, apenas un hilo de aire que le nace de los pies que la agarran fuerte al suelo. Tiene realidad en los ojos. Azulean de verdad, de saber lo que no quiere, pero hay que saber, me dice con una tristeza muy grande. Se remueve Lola y ella le canta otro poco. Y calla todo el mundo al escucharla: cada cual reza como sabe. Ella no se ha dado cuenta del silencio que rodea esa bulería suya, sólo pendiente de unos gemidos pequeños, de una incomodidad sin palabras que aún no tiene nombre en la cabecita pequeña, que late incesantemente bajo un pelillo suave y escaso. Le da otro poquito de agua, como esa que cae de una hoja, cuando apenas es de día, agua fresca y agua viva, a la niña de ojos grandes. Qué grandes los ojos de Lola, qué tristes los de su madre. Llega el padre y la mira con un gran peso. Se parecen mucho, mucho. La mira sin prisa, la mira hasta que algo le distrae. La niña es el centro de todo el mundo, y no hay nada más que ella.
Al salir de la consulta, está Lola tranquila. Ha llorado fuerte, fuerte, dice el padre con orgullo. Tiene un enemigo escondido, que amaga con un repertorio que puede ser cualquier cosa. Verás cómo se cura Lola, le dice una niña que lleva otro niño en brazos. Y el padre la mira triste, como diciendo que es demasiado joven, que tener un hijo es demasiado para esa criatura que tiene  si acaso quince años, y que ya lleva en los hombros una mochila llena de miedos enormes. Es más pequeña que Lola la niña de la otra niña, y la madre de Lola cabecea al verla entrar por las puertas con ojo de buey. Es tan joven…, dice al aire cargado, que anda lleno de sus cascabeles de canto, de los lloros, de los pitidos mecánicos, del rodar de tantos carros.
Al final Lola ha hecho su parte, dice una mujer de blanco, y los padres la cogen con orgullo. Es valiente la Lola, dice otra abuela que anda entreteniendo a otro niño, mayor y con más preguntas, que cuestiona con mucho tiento qué le pasa a Lola, sin que nadie le conteste.
Se aleja con un pijamita rosa, cubierta de bendiciones. Dormirá acunada esta noche por el terciopelo de la Lola grande, más grande cuanto más calla, sólida como el suelo que se lleva sus pasos lejos de este lugar donde las personas son tan iguales que asusta. Asusta pensar en tener una Lola en los brazos, en que nos llegue una niña Lola y la queramos tanto como la quiere la Lola grande, así como la Lola grande. Con esa verdad y esa alegría. Con ese empuje.

Contra todo.

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