domingo, 18 de marzo de 2018

Mientras tanto...

Cada día tiene una palabra, una música, un texto. El de estos días es ese, que a modo de advertencia al lector, venía en los comics clásicos: "y mientras tanto, en otro lugar..."

Empapados de esencia de linchamiento, parece que no queda más que huir de quien hace de sus creencias un campo de batalla jurídico. Me abstengo por propia salud de discutir con quien tiene la sangre caliente como motivo. Respeto a las víctimas, comprensión y escucha, nos decían los que entienden de estas cosas, pero a la solución se llega casi siempre por otras vías que nada tienen que ver con el dolor.
Y mientras tanto, les decía. Allanando el camino de la prisión permanente revisable, está una administración que privatiza el sistema penitenciario muy poco a poco. Falta de medios y personal, vigilantes privados, desprecio a las reivindicaciones del colectivo... Queremos penas más largas, dicen los más aguerridos, con absoluto desprecio (e ignorancia) de otros sistemas penales. Penas más duras en nombre de lo horrible, prescindiendo del pudor más elemental, si hace falta. Y para esas cosas que no se pueden plasmar en ley,  podemos alentar la ira, esa ira colectiva que alimenta nuestra alma de western clásico. Una vez presencié un linchamiento. Uno de verdad. Que alguien me traiga una soga, decía un señor muy respetable, hasta que alguien llamó a la guardia civil. Parece ser que existía un conflicto entre lo que el pueblo soberano -de mi pueblo-  decidió que merecía el caco y lo que creyeron iba a ocurrir.

Les invito a que se informen sobre el experimento de  Stanford, en el que se recreó una cárcel con personal voluntario y en el que quedó patente que podemos llevar un sádico dentro deseando tener poder (e impunidad). También podemos leer lo que Milgram escribió sobre la obediencia a la autoridad. Si no estamos de acuerdo totalmente con las conclusiones, podemos hacer un ejercicio de reflexión sobre qué supondría el endurecimiento de las condiciones de vida del interno, de lo que es la desesperanza. ¿Hasta dónde deberíamos degradarlas? ¿Tenemos derecho a obligar a vivir sin esperanza? ¿En qué queremos transformar al interno? ¿En qué ha de consistir, o hasta dónde se puede deshumanizar, entonces, el trabajo del funcionario penitenciario?
El derecho se construye a veces con arquitecturas imposibles. El debate actual ha de ser técnico, sosegado y profundamente honesto. No funcionará nada que no se dote. No funcionará nada que se haga desde las tripas. No funcionará aquello que no sea diseñado por los mejores. Asistimos a un cambio de modelo que no sabemos dónde nos lleva. Tenemos la experiencia americana, donde ya se está empezando a revertir por muchas razones una privatización que fue como tantas otras, de una voracidad sin límites en lo económico a costa de servicios y programas.  Nuestro camino, ahora, es el de ida. Sería ingenuo pensar que en este momento, en otro lugar, no hay alguien calculando las posibilidades de éxito de un experimento sociológico y económico en el que nosotros, los espectadores (y contribuyentes), somos en realidad los cobayas.


2 comentarios: