lunes, 9 de abril de 2018

Desazones


La vida se compone de muchas felicidades. Pocas como la de aprender, sólo comparable a la de amar, tal vez, y compartir el amor, o mantener a salvo tu camada, poco más. Poco más. Aprender significa comprender. Saber qué lugar se ocupa en los engranajes celestes, saber si en el gran sistema que no para de reajustarse, hacemos la labor que tenemos encomendada. Saber cuál es nuestra labor. Ejercerla con eficacia, variar nuestro cometido si es preciso. Volver a funcionar en otro hábitat, con otras personas, con otras metas. Variar esas metas, trazar un plan, otro alternativo, dos, diez. Aprender de todo ello, siempre. Ser como esa mano derecha que conversa con la izquierda en una partitura que parece un todo y que tiene varias lecturas horizontales y verticales. Cuánto colorido adquiere aquello que se disecciona, cuántas fases, o capas, o motivaciones. Cuántas emociones en el momento de la revelación que es fecunda y atropellada, en ese vendaval que no cesa de ideas y de palabras.
Cuánta felicidad hay en la comprensión de las palabras. Cuánta en su unión, armoniosa, íntima, delicada, irremediable. Cuánta en la creación, en el proyecto, en la expectativa. Cuánta en los universos numéricos,  en los lenguajes de la ciencia, en las proporciones del arte complejo, en las soluciones valientes a los problemas horribles. Cuánta entrega hay en un investigador cada día, cuánta falta de vanidad en su búsqueda, casi mística, de la raíz de las cosas, de la comprensión de sus microcosmos, de sus  propios límites.
Cuánto veneno hay en una educación excelente sólo para ricos (o para blancos, o para payos, o…). Cuánto veneno hay en provocar esa ceguera social, esa alienación irreparable, esa credulidad, esa maleabilidad… No hay nada inocente en meter las fauces en la educación. Hay un plan. Un gran plan cuyas secuelas padecen generaciones enteras.  Un plan ideológico escrito hace muchos años. No hace falta que diga más sobre esto, otros han teorizado sobre este particular con mejores mimbres.   Sólo les transmito mi desazón; este caso de Cifuentes nos pone sobre la pista de ese asalto que no para. La picaresca y la desidia, las poltronas, las malas costumbres, esos derechos adquiridos de aquella manera… Cada nuevo envite contra la educación pública nos saca del camino de nuestro futuro, que como antes, tampoco ahora está escrito, digan lo que digan los de siempre.  Nos, somos los que no estábamos llamados y llegamos con unas pesetas en el bolsillo y los ojos muy muy abiertos, pensando en encontrar, en comprender.  Y ahí seguimos, todavía.

2 comentarios:

  1. Voy a manchar este sitio para decirte que 'esos derechos adquiridos de esa manera',en realidad son los desechos de esta forma de gobernar,
    Un abrazo grande <8>

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  2. Lo son, y lo fueron. Privilegios con raíces hondas. Un abrazo <8>

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