lunes, 30 de septiembre de 2019

Resaca de agua


Me han dicho que encontraron una silla de Loli en mitad de un bancal. No se sabe cómo llegó allí, seguramente navegando, como unas cajas cuyo amarillo resalta entre el horizonte monocolor. Las calabazas flotaron como boyas, cogidas a sus plantas. Bajó el agua y se quedaron en el mismo sitio, sobre las hojas que parecen papel desde lejos y que de cerca son podredumbre, como los boniatos que aún están bajo la tierra, esperando a nadie ya. Iba a ser una gran cosecha.
Hay un sofá en la orilla de la carretera. Blanco, parece de piel. Ahora ya da lo mismo. Un colchón lo corona, un cajón de una mesita donde seguramente se ponía un despertador. Debe ser violento ver tu vida amontonada en una cuneta, debe ser desastroso no saber qué va a ocurrir, conservar la entereza y decir a los hijos que todo va a estar bien. Debe agujerear las tripas pensar en los jornales que se han perdido, en los que no se van a ganar. Debe ser persistente ese boquete, como la voracidad de los mosquitos, que han recuperado este pantano para ellos y sus pequeñas larvas, como si no hubiera pasado el tiempo. Hubo un tiempo miserable ligado a los mosquitos, a la quinina y al barro. Hace tanto ya que son los profesores los guardianes de esa memoria. Esos mismos profesores advirtieron sobre la codicia y el asfalto, sobre la memoria de los cauces, sobre esto que ya ha ocurrido.
Saldremos, siempre se sale. Como dice Pilar, todo lo que depende del dinero se arregla antes o después.  Dentro de un tiempo veremos la profundidad de las cicatrices, la audacia de los que mandan y la calidad de los lazos de nuestra comunidad. Veremos si hemos sido capaces de aprender las lecciones que nos ofrecieron estos días, cuando nos sentimos más pequeños, prácticamente nada.

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