Concha no
hubiera llevado bien que hablara de ella como de una heroína, pero como la
muerte es una cadena de traiciones, cabe una más en la suya. Cuando se
desdibujó su horizonte viajó contra todo pronóstico y buscó los confines del
mundo. Cuando ya no pudo hacerlo me regaló partes de su memoria: ella trepando
a un árbol para saborear la fruta recién cogida, ella sintiendo el sol con los
ojos cerrados, ella contemplando el paisaje infinito de La Mancha, ella
acariciando las teselas de un mosaico. Ella, perdida en la mirada de su mujer,
que tanto la ama aún y que la homenajea viviendo. Porque Concha no creía en la
muerte, creía firmemente en la vida. Ese es su legado, esa es su valía. Por eso nos enseñó que su trance no era nada
extraordinario y que acompañar consiste en regalar amor y tener una mirada
serena pese a todo. Nos dejó claro que hay que protestar cuando toca. Ir en
contra de la costumbre. Ser activista, siempre, y amar y amar y amar porque eso
es lo que mueve el mundo.
Hoy hace sol. Hoy saldría ella a dar una
vuelta cerca de la estación, donde, según ella no cabían en el aire más
metáforas “con tanto tren que se escapa”… Hoy me diría, “Milady, dile a George
que se os ama”. Aún la veo llegar, perdida yo en Valencia, con una sonrisa en
la cara, enérgica, vibrante. Recuerdo ese primer abrazo y el último. En ambos
me infundió valor, como sólo lo hacen algunas personas que llegan a nuestra
vida a mejorarla. Me mira sonriendo en una foto, desde una cumbre, he olvidado
a dónde pertenece, pero está cerca del cielo. Ahora mismo me diría, “pero qué
cursi eres, mujer”. Hoy te traiciono, Concha, y entro en el teatro del mundo a
hacerte un homenaje, tú que eras tan comedida, tan discreta. Y le cuento a
quien quiera saberlo que andas en nuestra vida aún, que andarás para siempre.
Qué suerte tuvimos contigo. Mucha suerte.
Y qué suerte que escribas, Angélica. Gracias.
ResponderEliminarCómo te hubiera gustado Concha, Javier. Con ella me faltan letras. Un beso.
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