Imaginen ser una de esas
personas que no tiene don de gentes, que tienen algo que las hace diferentes,
puede ser una pincelada, o simplemente algo que no las deja encajar con los
demás. Imaginen ser pobres, o ser mayores, o las dos cosas. Imaginen ser
enfermos crónicos a cualquier edad. Imaginen que el rechazo es la constante en
sus entrevistas de trabajo por cualquier razón que en otro tiempo no lo fue
(cv, edad, género, estado civil,…). Imaginen que viven en un país
desindustrializado, con una administración adelgazada por los recortes, con una
clase política que tal vez tiene mejores adentros que reputación, con unos
referentes de éxito que no debieron serlo nunca, con una protección social
manifiestamente mejorable.
Imaginen vivir en un barrio
malo. Pero no malo porque no haya bares. Malo de chungo, malo de no salir por
la noche ni a tirar la basura. Imaginen que su economía y la de cuantos le
rodean sea la subsistencia, el arañar y el estirar los pocos cuartos que
circulan. Imaginen ese estirar y ese arañar viviendo en un barrio normal. Ser impensable
para los demás, ser invisible.
Ahora imaginen -si no se han
hartado ya- que el país se para por lo que los antiguos llamaban “fuerza mayor”.
Esta fuerza que nos atrapa no es que sea mayor, porque fuerza mayor era
enterrar a un padre y ni eso han podido hacer en condiciones los que han tenido
la desgracia de verse en ese trance. Esta fuerza es la biología en todo su
esplendor. Y la biología tiene unas leyes que no entienden de días hábiles.
Biológico es nacer y morir, y entre tanto, comer.
Comer cada día, varias veces. Imaginen
no poder hacerlo. No poder dar a tus hijos lo que precisan. La única duda que
tengo es cuánto puede aguantar una población asfixiada. Siempre lo digo: somos
asombrosamente cívicos. Resistimos con entereza, pero vivir no es sólo
resistir. Vivir no es sobrevivir, es no perder la dignidad que se nos suponía:
avanzar, consolidar, tener esperanza.
No es paguita, es cohesión
social. El cinismo del término califica no a los destinatarios potenciales sino
a quienes sacrificarían a media humanidad en el altar del dinero. Para ellos mi
desprecio. Todo. Deberían haber
entendido que muy a su pesar, nacemos libres e iguales. Perdonen, me han
quedado grandes las palabras. Ojalá tras la resaca seamos más libres e iguales.
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*Mención especial para un
curita obrero que me explicó hace mil años la multiplicación de los panes y los
peces: el secreto es repartir. Si se reparte, hay para todos. El evangelio,
señores, el evangelio. O sea, la buena noticia -espero- para los pobres.
Más libres e iguales,¿Cómo se hace eso?
ResponderEliminarDesde mi más tierna infancia me susurraron machaconamente que repartiera lo que tenía y por ese motivo, no puedo entender al que más tiene, ¿Cómo lo obtuvo?
No entiendo nada y ya tengo 78 años.
No sé cómo lo obtuvo, pero sí cómo lo retuvo...
EliminarAbrazo