Lo
confieso: he leído el Diez Minutos.
Lo he hecho en la sala de espera de mi ginecólogo (privado). Por mi historia no
entro en ninguna criba, así que voy y me ven. Y pago. Y leo el Diez Minutos
y el Hola. Y el Vogue, que también tiene lo suyo y te dice lo
pasada que estás -estéticamente- en todos los sentidos.
También
leía la revista Sobremesa esperando la visita del pediatra de mis hijos, hombre
exquisito donde los haya. También era privado. A veces no hay pediatra y el
niño no está para urgencias. A veces no hay pediatra y tienes un niño crónico
que se te mustia por momentos, y te lo quitas de lo que sea. Muchas veces no
hay pediatra.
Donde
el dentista -gente estupenda- leo Descubrir el arte. Qué maravilla de
fotos, de artículos, de todo. Qué mundos descubre uno en las salas de espera de
las ortodoncias que tampoco entran en la seguridad social, como si no fuera
salud la cosa de esos dientes que crecen como les apetece.
En la
ortopedia leo cosas del sector. La información exhorta a la higiene postural y
te hace recolocarte en la silla. Pensar en las facturas ayuda. Las plantillas
tampoco entran en la cartera básica, y los niños necesitan caminar con rumbo
hacia la pelea que les espera.
Y así
sucesivamente: dermatólogos a los que vas rendido de esperar; psicólogos para
una crisis puntual para la que no hay citas. Clínicas donde se vuelve a
escuchar el ruido de la vida con nitidez gracias a unos audífonos de vanguardia.
Todos ellos con sus revistas, sus plantas, sus sillas de hacer tiempo. En todos
esos lugares adquieres conciencia de que la mercancía eres tú. Y que te estás
comprando con mucho sacrificio una relativa calidad de vida. Y como en las
misas, rogamos por los que no se lo pueden permitir.
En esas
salas de espera se comparten las revistas y se comentan las jugadas,
desengrasando de las preocupaciones inherentes a la situación, que nunca suele
ser buena. Irene Montero en Diez Minutos no es más ni menos que otras señoras
que sucumbieron antes a una estrategia o a un oropel. A partir de ahora
circularán sus fotos de mano en mano, entre muestras de cosmética avanzada y
ecos de una sociedad que me es totalmente extraña. ¡Es otro nivel!, resume mi
amiga mientras nos llaman y no nos llaman. Otro nivel, otra vida, otra óptica. Para
millones, otro planeta. Ojalá un día todos los de las revistas en mi planeta,
sólo un día en nuestras vidas.
Escucharíamos más alaridos que en la Divina Comedia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario