domingo, 31 de diciembre de 2017

Agaporni

Hoy está siendo un día raro: he visto un agaporni solo, dando pasadas sobre la cornisa, acosado por una bandada de gorriones. La libertad carísima, los terrenos de otro. Tal vez vuelva a su jaula con el otro que le falta, o sucumba al deseo de volar, o coma bichos en el campo. Los bichos ahora están caros, porque no hay más que la fauna del invierno y la sequía. La escasez que dejaron los pesticidas y los hombres pone difícil la comida del pajarito, que no se encuentra en esta fachada tan fea, que no sabe dónde pararse, ni le dejarán hacerlo. El agaporni vuelve al balcón (cómo me gusta esta palabra: agaporni, agaporni, agaporni) del que salió hace unas horas. Sucumbió ante la seguridad de esa jaula preciosa que brilla allá abajo, donde está esa señora mayor que manda besitos al aire, que ya le estaba esperando.
(Esperar es cosa de estos días. Esperar a los que llegan. Esperar a los que no llegarán. Esperar que pasen las fechas, con la esperanza de no estar muy heridos para empezar este año que es reservorio de esperanzas, de sueños, de quimeras. Esperar esa llamada de trabajo, que el gato no se haya comido al pájaro, que los amigos lleguen bien a casa, que ese accidente que ves en el mapa no amargue la noche a nadie. Estas noches a alguien le suena el teléfono. No beban si van a  conducir, no lo hagan. Hay mucha gente que no llega gracias al que cree que controla, y alguien se queda esperando.)
El pájaro fugado ya no lo está. Me lo dice la dueña, feliz. No saben vivir sin la jaula, explica con un poco de pena. Es una pena, me digo, que no pueda salir y volar, y llegar a hacerse viejo entre nubes, y morir entre hojas verdes. Es una pena no saber vivir sin la jaula. Hay jaulas de muchos tamaños. Las hay de verdadero lujo. Las hay también sin barrotes, menguantes, dolorosas, en el cuerpo, en la mente.

Sólo les deseo que este año vuelen. Que intenten salir de la jaula. Que se atrevan. Que sepan que son gorriones, que asuman que hay un trozo de cielo a su nombre, que lo peleen. Que si ven un agaporni, le dejen también un cacho. Verán que no es tan malo tener un compañero diferente, que con el tiempo dejará de ser extraño, que con el tiempo buscarán su canto. Que sus ojos se acostumbrarán a su plumaje y ya no será llamativo. Será un pájaro más. El cielo, si lo piensan,  es tan grande… 

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