Arde
el asfalto. Los zapatos de M. son pequeños, pero no tanto. Limpios de no jugar,
sucios de haber caído en los charcos. M. es torpe desde pequeño. Se lo han
dicho muchas veces. Si naces torpe como M., apenas puedes jugar a nada, no te
eligen para los equipos, retrasas los progresos de las estrellas locales. Los
maestros le hablan a menudo. Debes jugar con los niños. Debes estar con los
demás. M. visualiza esos imanes que se repelen dejando siempre entre ellos la
misma distancia. Intenta acercarse a un grupo y el grupo se desplaza otro
tanto. Corre y ellos corren, pero no están jugando, porque corren lo bastante
como para que nunca los alcance. Casi es mejor. Si lo hace, terminará con sabor
a tierra en la boca, tropezando con una papelera, recibiendo un balonazo en la
cara. En los últimos campeonatos escolares, M. fue reclutado a la fuerza. Le
vendrá bien, decían los adultos. M. llegó a casa lleno de cardenales. El
balonmano es un deporte de contacto. Este chico no se suelta, pero es que es un
poco cómodo, dice otro de los maestros. Es cómodo, es triste, es patoso, es
orgulloso. M. es muchas cosas diferentes. M. es inteligente y comprende la
diferencia entre lo que es un accidente y lo que no. Entre la broma y la
putada. M. no va a los cumpleaños. Tampoco nadie va al suyo. Es un acuerdo
tácito entre todos los niños normales, que hacen cosas normales y juegan sin
mayores problemas. Si es M. el que tiene los problemas, por algo será. M.
lloraba mucho y ahora no llora nada, escribía un diario y ya no lo hace. Piensa
en la muerte, en la vida, en el amor, en los amigos. M. dibuja y pinta, pero
sus dibujos se manchan o se pierden. Muchos días no almuerza. Sólo lleva lo
justo. A veces alguien le saquea la mochila, pero es que M. es despistado, es
mentiroso. Así lo dicen los otros chicos, hartos de que M. se queje. No te
quejes y actúa, dice un maestro que se confiesa harto. Siempre te quejas. Actúa.
M.
actúa como sabe. Sabe callar y apartarse de lo que le hace daño. Va y vuelve
solo. Dicen que es menos seguro, pero solo está mejor; tiene miedo de que
vuelvan a por él: ya hace dos días que no pasa nada y eso es bueno. Intenta
hablar con personas mayores, para que vean por dónde pasa. Cree que un día le
van a tirar a un pozo. Hay uno de camino
a la escuela. La escuela no le hace feliz, la escuela no es un sitio seguro. La
escuela es una especie de condena sin sentido, porque él, que él recuerde, no
ha hecho nada.
Necesitas
aprender a convivir, le dicen a menudo. Que interactúe, dice otra maestra
nueva. Gran palabra. Está de moda. Que esté con el peor de la clase, dice un
maestro a otro, lo mismo se hacen amigos. M. no entiende la estrategia, aunque
es muy productiva. Él no pregunta y su compañero tampoco. Dos cosas menos de la
lista. Su compañero no es el peor, ni mucho menos; tiene montones de problemas
de todo tipo. Se los cuenta a veces a M., sin esperar ninguna respuesta. Son
problemas tan graves que han hecho un viejo del niño.
Empieza
la escuela y para los M. es un infierno.
Os
abrazo, M.s del mundo.
(Contadlo
siempre. Ganad tiempo. Superad cada día.
Creed en vosotros…)
Al final los que más
corrían no han llegado a ninguna parte.
Siempre importante poder leer textos que nos hacen reflexionar. Se agradece.
ResponderEliminarGracias por pasarte, Pilar. Honrada de tu visita ;-)
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