Esta luz es amarillenta, como la cresta de un gallo que se desangra, gota a
gota, para hacer la comida de la fiesta. Esta luz es amarillenta y contiene
polvo suspendido, para hacer más fatigosa la tarde, una tarde llena de niños
muertos y mujeres muertas y hombres muertos o huídos. Mujeres y niños
asesinados, hombres asesinos suicidas, hombres que huyen de su destino. La tarde amarilla como la cresta del gallo
tiene un olor imperceptible que incomoda. Es ese olor a gente extraña, cuando
de repente entra en tu casa un tropel de desconocidos y deja de ser tu casa y
toman posesión de todo con excusas y con cariño, con una sensación de prisa que
no es tal. Nos vamos lo antes posible, debieron decir alguna vez a la madre de
una mujer muerta.
La tarde de cresta de gallo se ha
quedado huérfana de explicaciones. Nadie parece saber por qué matan a las
mujeres. O lo saben y no lo evitan. O no lo
evitan lo bastante. O no las protegen. O no saben protegerlas. O hay
algo que se nos escapa. Puede ser, en esta tarde cetrina, que alguien muy
importante esté dando vueltas a la idea de irse a la vida corriente, abdicando
de sus glorias y miserias, cegado por la visión de una mano inerte y amarilla.
Una vez vi una mano inerte y amarilla, una
mano sin rostro, asomando bajo una sábana. Qué imágenes tienen los hijos que sobreviven, qué
dolor el de los que se quedan, qué odio el de los matarifes, asesinos con
excusas, ebrios de dominación, malos, malos, malos.
Está el aire amarillo como ese gallo
que ya no importa a nadie. Está la tarde pesarosa. No sé si es cosa mía este
aire que hace que el pensamiento se ofusque, que haya una casa, dos, tres,
destrozadas a estas horas, invadidas por gente buena que ya no puede hacer
nada, lejos de los que están tras sus parapetos: los que pudieron, los que
debieron, los que no supieron evaluar correctamente la amenaza. Los que no se
irán porque no han hecho nada malo. Deberían dimitir. Deberían dejar paso. Hoy quiero
que se vayan a pensar si no han estado perdiendo el tiempo.
Tener una vida para esperar. Una vida
para asestar un golpe. Es complicado ser sombra de una sombra, también me lo
han dicho esos hombres que recogen los pedazos de las vidas, pero en esta tarde
amarilla vale la pena proponerse que sea sólo de tarde en tarde cuando logre
zafarse uno de esos hombres y haga lo que han hecho estos tres últimos. No hay
cifras normales de mujeres, de niños
muertos. Las mujeres que viven con miedo merecen algo más que minutos de
silencio. Tal vez merezcan ser tratadas como los que hoy no darán la cara.
Exacto, tan exacto es lo que escribes que tengo una especie de escalofrío y pena a la vez. Algo que no me cuadra en mi mente.
ResponderEliminarEs como un nudo en el alma que no estalla se queda dentro, muy dentro.
El protocolo ha fallado: que se revise. La persona ha fallado: que se la penalice. No basta con la lamentación, no basta para las familias. Beso.
EliminarNo debiera penalizarse a nadie porque nadie debiera dirigir su frustración contra nadie. Pero la frustración nace en la infancia, se desarrolla subrepticiamente y estalla el día menos pensado. En el camino un sinnúmero de responsables; padres, profesores, sociedad competitiva, ambición, fracaso. Y sin una base fundada en las virtudes humanas y no económicas, el hombre, la mujer, se derrumba y arremete contra lo más cercano. No es un fracaso de los poderes del estado únicamente. Es un fracaso de todos. No vemos los síntomas y si los vemos, vamos a los nuestro. Se evitarían muchas muertes si fuésemos una sociedad mínimamente solidaria. Como en aquellos pueblos de antaño en donde todos eran educadores de la infancia. En el pecado de la insolidaridad llevamos la penitencia.
ResponderEliminarNunca más, ni una más.
Ante el cambio de modelo (irreversible), más ojos, más ideas, más de lo que haga falta. Todo menos esperar otra noticia. Un saludo ;-)
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