La niña Lola está llorando.
Su madre le susurra. Lola. Lola… no pasa nada, Lola.
La madre de la niña Lola
canta como las grandes, con compás, muy templado y muy bajito, apenas un hilo
de aire que le nace de los pies que la agarran fuerte al suelo. Tiene realidad
en los ojos. Azulean de verdad, de saber lo que no quiere, pero hay que saber,
me dice con una tristeza muy grande. Se remueve Lola y ella le canta otro poco.
Y calla todo el mundo al escucharla: cada cual reza como sabe. Ella no se ha
dado cuenta del silencio que rodea esa bulería suya, sólo pendiente de unos
gemidos pequeños, de una incomodidad sin palabras que aún no tiene nombre en la
cabecita pequeña, que late incesantemente bajo un pelillo suave y escaso. Le da
otro poquito de agua, como esa que cae de una hoja, cuando apenas es de día,
agua fresca y agua viva, a la niña de ojos grandes. Qué grandes los ojos de
Lola, qué tristes los de su madre. Llega el padre y la mira con un gran peso. Se
parecen mucho, mucho. La mira sin prisa, la mira hasta que algo le distrae. La
niña es el centro de todo el mundo, y no hay nada más que ella.
Al salir de la consulta,
está Lola tranquila. Ha llorado fuerte, fuerte, dice el padre con orgullo. Tiene
un enemigo escondido, que amaga con un repertorio que puede ser cualquier cosa.
Verás cómo se cura Lola, le dice una niña que lleva otro niño en brazos. Y el
padre la mira triste, como diciendo que es demasiado joven, que tener un hijo
es demasiado para esa criatura que tiene si acaso quince años, y que ya lleva en los
hombros una mochila llena de miedos enormes. Es más pequeña que Lola la niña de
la otra niña, y la madre de Lola cabecea al verla entrar por las puertas con
ojo de buey. Es tan joven…, dice al aire cargado, que anda lleno de sus
cascabeles de canto, de los lloros, de los pitidos mecánicos, del rodar de
tantos carros.
Al final Lola ha hecho su
parte, dice una mujer de blanco, y los padres la cogen con orgullo. Es valiente
la Lola, dice otra abuela que anda entreteniendo a otro niño, mayor y con más
preguntas, que cuestiona con mucho tiento qué le pasa a Lola, sin que nadie le
conteste.
Se aleja con un pijamita
rosa, cubierta de bendiciones. Dormirá acunada esta noche por el terciopelo de
la Lola grande, más grande cuanto más calla, sólida como el suelo que se lleva sus
pasos lejos de este lugar donde las personas son tan iguales que asusta. Asusta
pensar en tener una Lola en los brazos, en que nos llegue una niña Lola y la
queramos tanto como la quiere la Lola grande, así como la Lola grande. Con esa
verdad y esa alegría. Con ese empuje.
Contra todo.