jueves, 12 de diciembre de 2019

Mitones


Me levanté pensando en mis problemas del primer mundo: tengo la piel seca y soy algo perezosa para las rutinas que te procuran un cuarto de hora más de juventud. El aire rasca que da gusto en el levante feliz, y es una raeza. Aquí estamos bendecidos por el sol y la luz y hasta lo lóbrego tiene su poco de poesía.
Cuando las manos se me agrietan me acuerdo de los mitones de los transeúntes. Es una prenda a la que no encuentro ningún glamour. Hace unos años eran un furor, todas las niñas con ellos. Hace más años aún me quedé mirando las manos de un hombre que tomaba un café junto a mi, con mitones, con mucho frío en el cuerpo de dormir al raso.
El sinhogarismo, le llaman. Nuevos conceptos para lo mismo de siempre. Gente invisible que lo perdió todo. Yo soy como ellos eran. Yo estoy como estuvieron ellos. Esta es mi definición del miedo.
Nada ocurre por casualidad. El sistema les escupe. El sistema nos escupe. Gráficamente es como en la teoría de conjuntos, que uno contiene a otro y así sucesivamente. Diagramas de Venn con cuchillas, con guardias, con condiciones inasumibles. No tenga usted hijos, no sea tan mayor, sepa usted ruso, tenga empuje, desee el éxito, salga de su zona de confort . Hágase autónomo, emprenda la huída…  JÁ.
Que el consumo y las bombillas no nos vuelvan más estúpidos aún. Que veamos todo lo que se desarrolla en segundo plano. Que seamos capaces de desligarnos de los catecismos y los argumentarios. Que el paraguas social sea una prioridad y que no se nos acaben las ganas de protestar y de leer. Que no nos darán nada, que habrá que ir a por ello.
Y que no somos clase media. No somos ni media clase.
Somos el señor de los mitones con los guantes raídos.

sábado, 12 de octubre de 2019

Patria


Vivimos en un estado social, democrático y desmemoriado. La memoria se cubre bien las espaldas, se deja reinventar y reescribir, se llena de frases imaginadas en los despachos, en los ministerios y los partidos. Es complicado saber qué hay de verdad en la historia. Mis profesores de primaria (de FEN, aunque con otro nombre) escrupulosos y devotos, nos hacían leer unos textos que se titulaban “historia y leyenda”, sin que nos quedara nunca claro dónde acababa una y dónde empezaba la otra.

Con los años me di cuenta que el hueco que ocupa la leyenda pertenecía en realidad a la historia. Parte de mi historia se llama Manuel Hurtado. Nació en Rojales, Alicante. Murió en una saca en la cárcel de Alicante en el 39.  La leyenda dice que era sospechoso de  ser violento. La historia dice que aunque su pena de muerte estaba conmutada, se le ejecutó. Alguien extravió conscientemente ese papel que le liberaba de una sentencia de muerte fruto de un juicio sumarísimo , llevado por vaya usted a saber qué bilis. Alguien advirtió de la circunstancia, contraria a cualquier código que exista. Se le llevó aún así al paredón. Que yo sepa nadie pagó por ello. Fin.
Adhesión a la rebelión. Una hija. Una mujer muerta de parto. El exilio y la cárcel para su madre. El silencio de parientes y vecinos: una invitación al olvido en toda regla. Represaliados y conscientes recordamos lo poco que de él sabemos: que creyó en un mundo diferente, en la libertad y en la igualdad, que se mantuvo firme en el trance.

El miedo arraiga fuerte. Entonces había hombres que espiaban las blasfemias tras las tapias, confidentes, chivatos, sabandijas. Aceite de ricino y camiones de uniformados. A cantar por mis cojones. Eso también era España. España historia, no España leyenda. Ya no valen medias tintas. No se puede blanquear la miseria de dos  generaciones, el trauma que se transmite, esa manera de odiar al otro, aprendida en esa escuela de delación cainita de la que aún perviven herederos que fueron rentistas miserables, caciques roñosos, esa clase parasitaria y servil que se llama a engaño porque el mundo ha cambiado y no les gusta.

Tampoco le gusta a otros, amantes de la leyenda, parias de pleno derecho, sin posibles y sin futuro, estrambote y coletilla de los mantras escupidos a las audiencias sedientas de un mensaje peor. Lo peor es pensar que se puede pegar un tiro, que Dios tuvo algo que ver en aquello, que vendrán a salvarnos de los pobres más pobres unos señores siniestros que debieran ser pretérito perfecto. Si es verdad que la patria del hombre es la infancia,  no puedo dejar de olvidarme de la mujer de Manuel, en un retrato color sepia, y la cara de espanto de una señora cuando quise saber su historia. Tardé más de treinta años en saber toda la verdad. 
Como para dejarles avanzar siquiera un paso.


sábado, 5 de octubre de 2019

#ManiVivienda5_O


Mientras escribo están en Madrid manifestándose por mi. También por usted. A las seis de la tarde salía una manifestación por el derecho a la vivienda digna. Por no dormir al raso. Manda huevos. Uno de los tuits de los compañeros que andan por allá buscando dignidad en mi nombre y en el de tantos dice: “medidas sociales, no policiales”. Desde hace demasiado tiempo, cualquier problema social se convierte en problema de orden público. La ley mordaza es lo que tiene. Los fondos buitres es lo que tienen. La crisis feroz y el desempleo es lo que tienen.

“Fondo buitre el que no bote”, dicen, con esa retranca del que está de vuelta del cabreo. Somos flojos de memoria. No recordamos a los vendimiadores que dormían en jergones en Francia, a los que se acostaban entre las bestias en la siega. Parece que todos nacimos en el esplendor, parece que todo el mundo puede acceder al bienestar, pero te das cuenta que no cuando vas a los cajeros por la noche. En los cajeros duermen personas que fueron como nosotros. Este tren en marcha del capitalismo corre rápido y si no puedes subirte en marcha, estás perdido, porque no espera a nadie, y porque no faltará un neocon que deslice la idea de que eres flojo, carente de toda iniciativa, que has nacido con el fatalismo pegado a la piel y que no deberías rebelarte contra tu condición de pobre.

Estos días se ha hablado de la Vega Baja y de lo que el agua se llevó.  Hablar de este lugar es hablar de la destrucción del paisaje, de las estructuras abandonadas, de las infraviviendas que habitan los inmigrantes que trabajan esa huerta que se ha perdido. De la voracidad de la construcción, de cómo, ebrios de una quimera, todos pudimos ser constructores y de cómo contribuimos a la especulación, en una sucesión sin fin de subidas y bajadas que sólo enriquecieron a unos cuantos, descuidando la vivienda pública, dejando sin alternativas a los más humildes, en la mejor tradición de una clase empresarial que en algún momento sustituyó la iniciativa que debiera haber sido de la administración.

Si me leen, supongo que lo hacen desde su casa. Piensen que no la tienen. Ni esa ni otra. Pues ocurre que a la gente la desahucian, aunque ya no hablemos de ello. Al lado mismo de lo suyo, al lado de su pequeño confort, de su mundo sin sobresaltos.
No me digan que no es para manifestarse.

Leo: "En Carabanchel, lucha sin cuartel". Muy grandes.

lunes, 30 de septiembre de 2019

Resaca de agua


Me han dicho que encontraron una silla de Loli en mitad de un bancal. No se sabe cómo llegó allí, seguramente navegando, como unas cajas cuyo amarillo resalta entre el horizonte monocolor. Las calabazas flotaron como boyas, cogidas a sus plantas. Bajó el agua y se quedaron en el mismo sitio, sobre las hojas que parecen papel desde lejos y que de cerca son podredumbre, como los boniatos que aún están bajo la tierra, esperando a nadie ya. Iba a ser una gran cosecha.
Hay un sofá en la orilla de la carretera. Blanco, parece de piel. Ahora ya da lo mismo. Un colchón lo corona, un cajón de una mesita donde seguramente se ponía un despertador. Debe ser violento ver tu vida amontonada en una cuneta, debe ser desastroso no saber qué va a ocurrir, conservar la entereza y decir a los hijos que todo va a estar bien. Debe agujerear las tripas pensar en los jornales que se han perdido, en los que no se van a ganar. Debe ser persistente ese boquete, como la voracidad de los mosquitos, que han recuperado este pantano para ellos y sus pequeñas larvas, como si no hubiera pasado el tiempo. Hubo un tiempo miserable ligado a los mosquitos, a la quinina y al barro. Hace tanto ya que son los profesores los guardianes de esa memoria. Esos mismos profesores advirtieron sobre la codicia y el asfalto, sobre la memoria de los cauces, sobre esto que ya ha ocurrido.
Saldremos, siempre se sale. Como dice Pilar, todo lo que depende del dinero se arregla antes o después.  Dentro de un tiempo veremos la profundidad de las cicatrices, la audacia de los que mandan y la calidad de los lazos de nuestra comunidad. Veremos si hemos sido capaces de aprender las lecciones que nos ofrecieron estos días, cuando nos sentimos más pequeños, prácticamente nada.

martes, 10 de septiembre de 2019

Días iguales


En las estanterías de los bazares hay siempre una balda sorprendente, donde quedan restos editoriales y revistas de crucigramas, o lo que es lo mismo, restos de ilusiones y de palabras. Voy a uno que me da que tiene los restos de los restos, lo que no deja de ser una audacia a nivel empresarial, visto cómo van las cosas. En ella encuentro números antiquísimos de tebeos, libros de cocina y oh, maravilla, una agenda de 2010.

La agenda está en blanco. Es una tentación en tapas duras con falso pan de oro. Dos euros tienen la culpa. Viajar por dos euros hacia atrás sabiendo qué día era: lunes, martes o sábado, la luna y los santos, la distancia hasta Madrid y el teléfono de un parador. No se puede pedir más, pero hay quien discrepa de su utilidad: no sirve si no es de este año. Y al pie de cada página, un pensamiento universal. Hombres de poca fe. Una agenda es un cuaderno donde se puede escribir. Se puede escribir una novela que no triunfe, un poemario de los que riman o algo que sale como un exorcismo. Imaginen las posibilidades.

Miro el día de hoy, martes, a ver qué día cayó en 2010: fue viernes. Mi teléfono me saca una foto de ese día, sin que yo se lo pida; rememora este día, me dice, y estoy yo en la playa, con mis hijos, con otra agenda en la mano, escribiendo alguna cosa. Hago grande el zoom y está también pasada, como ésta, y no me atrevo a mirar el día de ese año, por si era martes y entro en una especie de paradoja. Me recuerda un título de un libro: los días iguales. Tal vez dentro de unos pocos años siga estando el bazar y haya agendas que ya no sirvan a esa gente que lleva sus asuntos al día. Cuando existían los relojes de cuerda se me olvidaba darle a la ruedecilla, y después de atrasar durante un tiempo la máquina se paraba. El tiempo siempre nos alcanza, en mi caso dos veces al menos.

Qué más da que sea martes. Hoy es martes y tengo el mismo agujero. Ya lo tenía en 2010, y sigue ahí, a su aire.

Qué más da que sea martes puede ser un principio. Voy por mi agenda nueva.

martes, 3 de septiembre de 2019

Gracias por seguir a la escucha ;-)


Aún recuerdo la sensación de abismo cuando al llegar a la delegación de educación para pedir información sobre mis estudios de música, la funcionaria me dijo “¿Y eso es una carrera?”
Lo es. Dura. Durísima. Exigente.
Ahora me enfrento a una nueva reedición del trauma en esta carrera de escritora en la que ya puedo decir que tengo una novela publicada. ¿Soy por ello escritora? Dejémoslo en autora. Eso sí. Y también pone a prueba al más aguerrido.
Los escollos, antes y ahora,  se cimentan sobre la idea que la sociedad tiene de estos quehaceres. ¿Son necesarios? Faemino y Cansado hicieron un número maravilloso con estos mimbres. Porque es absurdo preguntarse si una sociedad necesita músicos, escritores o actores, pero dado el trato que se nos dispensa, el interrogante flota en el aire.
Y todo esto tiene que ver con el lugar que le damos a la cultura, en qué puesto está dentro de las prioridades de un país desarrollado. ¿Es el centro educativo lo más importante de nuestro pueblo o ciudad? ¿Tenemos claro lo que le aporta?
No estamos en una discusión sobre si todos tenemos derecho a ser publicados. Es un hecho que se publica mucho, aunque muchas veces no entendamos el criterio. Desde Loretta ya tenemos claro que no es lo mismo un deseo que un derecho, pero sirvan estas líneas para denunciar, con más o menos estilo, que la cultura se muere porque hay que fomentarla dándole un estatuto profesional que pasa por el trámite ineludible de trabajar y cobrar por ello,  y que las hormigas obreras de la escritura, de cualquier tipo de creación, tenemos derecho (ese sí) a la dignificación de un oficio que pasa por unas horas no peores que las de otros sectores profesionales. La degradación de las relaciones laborales hacen posible que un redactor te ofrezca una columna sin cobrar y luego pueda promocionar su sentido de la ética en las redes sociales. Estamos en la edad dorada del postureo, eso es así y poco podemos hacer, salvo denunciarlo.
Los que estamos en la trinchera no podemos con más cinismo. Ser músico (escritor, pintor, bailarín, actor, etc.) es una carrera. No ha de ser una quimera. Porque lo siguiente será disuadir a los chavales y encaminarles a actividades más previsibles y lucrativas, y que ellos formen una sociedad sin artistas, sin creadores, sin soñadores, sin estetas.  Qué lugar más triste nos quedaría, pero quizá no nos diésemos cuenta. Antes de ir a por nosotros, ya eliminaron la ciudadanía como asignatura, y es una reivindicación vieja eliminar las lenguas clásicas y la filosofía de los programas de estudios.  Espero dentro de unos años -si alguno de estos medios por los que nos comunicamos permanece- decir que todo ha ido mejor, y que los que andamos hoy en la pelea sobrevivimos. Será señal de que la sociedad no se ha dejado embaucar y que ha habido solución. Hoy no soy demasiado optimista, pero me da que seguiré aquí, aunque sea testimonialmente.
Gracias por leerme.

viernes, 26 de julio de 2019

Perdimos (otra vez)

No, no ha perdido el PSOE. No, no ha perdido Unidas Podemos.
Ni siquiera su infantería fiel, impúdica en las redes, desaforada, furiosa.

Ha perdido el señor Juan, que tiene un hijo con trastorno límite de la personalidad. Le cuentan que lo suyo se aplaca con recursos públicos. Sin los recursos adecuados el chico acabará en un centro penitenciario, donde la cosa no anda mejor: pocos funcionarios, mal pagados. Lo que haría que este muchacho reflotara se decide en las altísimas esferas. Las que están en otra cosa.
Ha perdido mi amiga Fina. Amiga de la infancia, esquizofrénica, preciosa, amable. Ella necesita un lugar donde desarrollar su mente, que es colorida y rápida. Tiene una asociación que la ampara, pero eso no es futuro para unos padres muy mayores, muy cansados, llenos de miedo. Ante la pregunta, la respuesta: toca en un despacho que esté más arriba, más arriba, más arriba...
Ha perdido Elena, que piensa en los avances médicos y en si lo suyo tendrá arreglo cuando al fin la llamen. Es la comunidad autónoma la que elige al gerente que elige lo que tardará Elena en ser de nuevo persona. Es una cadena sin fin de cargos que emanan de la cúspide de una montaña de excusas: que si tú, que si yo. A Elena le da igual. A veces tiene un día bueno y se le olvida que no puede hacer vida normal, y piensa en sanar y buscar trabajo, aunque siendo mujer, teniendo hijos y más de cincuenta años, es posible que no cotice nunca y sea un cero estadístico toda su miserable vida, no porque ella sea miserable, sino porque la empujan las cosas de la vida y del estado a contar céntimos y a administrar pobrezas. En algún momento esto cambiará, se dice, y hablamos de la renta básica y de lo mayores que están los abuelos, de lo repechosa de esa escalera, de los bonos de comedor social.
Perdió hace setenta años Perico, que junto con su hermano vive una vejez solidaria y escasa. Ambos fueron explotados en su momento y de las contribuciones exiguas han recogido pensiones famélicas. No son problema de nadie. Que si esto está transferido, que si eso es así por la ley. No son nadie, cualquier día se mueren, o se suicidan con polvos para las hormigas. Ellos perdieron antes de nacer, último eslabón de una genealogía de pobres que sólo ha entendido de respirar a medio fuelle. 
Conozco también ganadores. Gente alegre, rumbosa, personas que llevan en la cara escrito que han sufrido sólo lo que les tocaba. Ellos andan hoy enredados en discernir la derrota. Ellos son personas que tienen una vida diferente.
Ayer perdimos unos cuantos. Mis lista se alarga y se alarga. La alegría siempre va por barrios y en el mío hay una cigarra ahora mismo recordándome que hará calor y que he de dejar pasar los días hasta que llegue septiembre. Habrá quien, como en la canción, piense que entonces todo será maravilloso. Mientras tanto seguiremos hablando Rosa y yo de estas cosas, de si llegamos o no llegamos, del anecdotario laboral, médico y educativo. Seguiremos convencidas de que la incompetencia y la inmoralidad ayer se cogieron de la mano para darnos un bofetón. Que perdimos pero que resistiremos. Que tenemos suerte de hablar y compartir con otros tantos el bochorno y las ganas de luchar. Desde la invisibilidad. Desde esa trinchera que es, aunque no lo parezca, inmensa.

lunes, 8 de julio de 2019

No aprendimos

Acabo de leer un artículo tremebundo en un diario nacional. Un diario serio, con libro de estilo, con defensor del lector. Acabo de leer un articulo que desglosa con exactitud fotográfica una agresión sexual. Múltiple. A una menor.
Ese texto permanecerá per secula para su consulta. Siempre me interesa qué mueve al que escribe los detalles. Qué saca con que cualquiera pueda decirle un día a la chica si eso fue así realmente. Qué gana la ciudadanía en conocer la truculencia de unos hombres a los que ya se llama manada con normalidad cuando cometen un delito de semejante naturaleza. Somos el fénix de los ingenios. Bautizamos gratis, es una prerrogativa de la opinión pública que personalmente aborrezco.

La opinión es libre, pero ha de fundamentarse en hechos. Aquí la víctima relata al juez y él dirá si son hechos probados. Lo siento, pero así funciona. Menos mal que no hay actos de fe, porque un acto de fe no siempre va a favor de uno. Queremos un sistema garantista y eso supone respetar el procedimiento. Y al procedimiento le resbalan los carteles, las arengas, las peticiones de prisión permanente revisable o de castración química. El procedimiento ha de sacar un relato de hechos probados de este tumulto en que se convierten cierto tipo de delitos. Cuando tomamos una postura visceral, ¿ayudamos a la víctima, recordando una y otra vez su calvario? ¿Ayudamos a esclarecer los hechos? ¿Aportamos artillería a la acusación?

De este caso me quedo con un detalle. Era muy joven. Era una víctima vulnerable. Más que otras, por lo que nuestra delicadeza debería ser extrema al referirnos a los hechos que nos ocupan. Cuando recreamos con crudeza los detalles incurrimos en eso que se llama victimización secundaria. Empeoramos las cosas, en otras palabras, le hacemos revivir el trago una y otra vez. El entorno, en un sistema penal como el nuestro, debe ser amable con la víctima, seguro y acogedor. El entorno debe garantizar su seguridad, que también pasa por preservar su intimidad y su honor. No hemos de ser nosotros quienes avivemos las pesadillas. Nosotros, espectadores de paso, encontraremos entretenimiento en otro desastre mayor: eso es el morbo, señores. Lo que más minutos vende en la tele, lo que más engancha en las redes. Lo que ocurre es que es más fácil decir que los que en Iveco propagaron el vídeo eran unos cerdos. Cuesta más reconocer que cierta cartelería, ciertos mensajes y ciertos artículos se regodean -déjenme creer que por ignorancia- en una tragedia que a día de hoy sólo interesa a las partes. Ha de ser así para que la chica intente recobrar su vida. Ha de ser ella la que decida qué contar o cuánto exponerse cuando esté preparada para ello. Nadie nos ha dado permiso para mirar por la cerradura y mucho menos para contar lo que hemos visto. Como aquel personaje de Blasco Ibáñez, al viento le digo: hay una diferencia abismal entre informar o volcarse en una lucha inteligente y exponer una y otra vez los detalles de la desgracia que marca la vida de la gente. No todo vale por la causa, sea cual sea.

Ahora que sale el documental sobre Alcaser digo estas cosas, para que no quede duda sobre esta postura mía que seguramente molestará a alguien. Entonces no tuvimos derecho a mirar, a contar, a escribir. Ahora tampoco. Por bien de las víctimas, a ver si vamos aprendiendo.

sábado, 15 de junio de 2019

Lo de hoy


Hoy era el día. Ya está. Bastones y aplausos a porrillo. Somos bastante previsibles y como tal nos hemos comportado. Ganaron o perdieron los nuestros. Los míos perdieron, como siempre. Los míos siempre pierden, no sé cómo lo hago que huelo la tragedia desde lejos y me acoplo con facilidad a los desastres. Hay desastres que andan a fuego lento cociéndose como las habichuelas de las monjas, con sus remojos y sus sustos, sin prisa, que la vida es larga. La cocina monacal de la miseria, de la legumbre reposada y omnipresente, preside la comida de los pobres que han visto en las teles las varas, los vítores y las ovaciones. Dieta de harinas y carestía que no sabemos si sufrirá variaciones ahora que a tantos les cambió para bien la vida.
La autoridad recién jurada no nos ha contado qué ha pensado para esas personas que sostienen el mundo con alfileres: educadores sociales, profesores, funcionarios de prisiones, sanitarios, cuidadores, todos los que ven la cara B de la buena vida, que luchan cada día por la dignidad de gente sin nombre que se hunde y flota como los náufragos del estrecho, otros que serán ignorados y castigados, aún no sabemos en qué orden, para salvaguardar una sociedad imaginada, tóxica y boyante, falsa, necia, suicida.
Las sonrisas se multiplican y yo sigo a lo mío. Que es haber hecho muchas colas, haber aportado muchos documentos compulsados, intentar estar con el agua por debajo de la nariz mientras veo pasar por los cargos a personas afables con sus mejores trapos. Hoy, triunfantes, los he visto sonreír casi con inocencia. No sé si saben lo que el poder va a hacer con ellos. Los que estamos en la base de todas las pirámides sospechamos lo que el poder hará de nuevo con nosotros. No me malinterpreten, no es cinismo. Es experiencia.

lunes, 27 de mayo de 2019

Cuentos de la Santa Horcate


"La Hacienda estaba presidida por dos árboles que se plantaron en el tiempo de las abejas. Lo llamaron así porque no hubo una flor sobre la que no se posara una de ellas de día y de noche, llenando el aire de su zumbido, que no cesó durante veinte años, los mismos que tardaron dos crías de guacamayos jacintos en cambiar el plumaje  y emprender el vuelo como adultos. Durante los veinte años en que las abejas mantuvieron la primavera en la Hacienda, no hubo lluvia ni viento, tan sólo una brisa acariciante por la tarde y un sol nítido que no causaba sed ni a las plantas ni a los animales. Los pétalos de las flores se llenaban de gotas de rocío por la mañana y bebían las criaturas lo que les ofrecía la Santa Horcate, que era como la niña de los pájaros azules llamaba a la santa que vigilaba que no cesara el verde en la tierra y el azul en el cielo, y que salía al amanecer vestida de hojas de palma, contoneándose ante las fieras, segura de que no la atacarían jamás.  
La Santa Horcate dispuso que en estos veinte años no hubiera hombre sin amor, pájaro sin bicho, tumba desocupada. La Santa Horcate se ocupa de que la tierra sea fecunda y esté infestada de lombrices resbaladizas y sensuales, que se retuercen en el extremo del hilo que la niña que llegó en el tiempo de las abejas pone en el agua para que el pez koi se levante del fondo del estanque y salga a visitarla. La niña Mariana tiene un sedal en el que ata una lombriz sin llegarla a estrangular, incordiándola sólo un poco, dejándola moverse, creándole la ilusión de la libertad, que es como mejor se mueven los hombres y como mejor cantan corales al patrón, al rey, al verdugo. La niña Mariana lleva una argolla en un tobillo que le pone su madre cuando se va, camino del otro extremo de la Hacienda, una argolla verdosa y musical que la hace sentirse lombriz cuando se le aparece la Santa Horcate y ella se mueve con su pelo negro sobre los ojos, sin atreverse a mirarla, una danza de reverencia y de liturgia, de miedo y de posesión, que acaba pasados unos minutos tras los que sus ojos perciben estrellitas y destellos, como luciérnagas, que le dicen que llevará el pelo lleno de hojas cuando se levante del suelo, en el que ha estado rodando sin saber que dormía, apenas hace un instante. La carpa sagrada, con sus bigotes de animal serio, la llama desde el estanque para que se vaya levantando del trance y quite con cuidado la tierra que le mancha los piececillos pequeños,  las piernecillas de alambre. La carpa es la buena suerte, eso dicen todos, y por eso ella no duda en seguir sus indicaciones y evoluciones, imitando sus círculos, que se entrelazan con los que dejan los mosquitos que acuden a beber y a poner millones de huevos para que eclosionen a un tiempo y el abuelo Matías pueda espantarlos mientras se mece sin prisa, mirando a la niña Mariana, pensando si será bueno que la tengan atada de un tobillo cuando llegue un puma hambriento, un chacal o un hombre.(...)"


Este es el comienzo de una narración que busca editor para relación estable. Si es de su gusto y lo comparten, agradecida. 

sábado, 4 de mayo de 2019

Reflexión


Pasé la jornada de reflexión en un centro comercial. Poco glamour, lo sé. Estaba en la puerta de una tienda que vendía productos naturales. Llevaba en las manos un bolso hecho de fibra de coco, que tiene como poco una textura interesante. ¿Cómo lo harán?, pensaba yo, mientras esperaba a mis acompañantes. Estaba enfrente de una puerta que comunicaba con el exterior. En un coche llegaron dos chicos, veintitantos, barbudos, bien vestidos, guapos. Se besaron dentro del coche antes de salir. Una vez fuera había un metro de separación entre ellos. Me pregunté si esa distancia era como la de los matrimonios que están algo hartos el uno del otro, o si se sentían obligados a esconder su afecto. Me pregunté, si hubiera yo estado en su situación, qué hubiera hecho, cómo viviría ese sentirse observado por un mundo que ese sábado viraba sin control hacia el pasado, que digan lo que digan no fue mejor. Porque una legislación cambia en unos meses, se publica, entra en vigor, pero la mentalidad de la gente es otra cosa. Ahora que ha pasado un poco aquel momento de tensión, ahora que se ha votado lo necesario para no naufragar en aquellos lodos, me pregunto qué pensarán esos dos chicos cuando pasen por una calle y vean símbolos que nos tuercen el gesto porque nos ponen en antecedentes. Hay lugares que son advertencias. Hay personas que no lo parecen, vociferando, soltando coces, creyendo que es posible invadir la vida privada como en esas batallitas falsas y mal contadas con las que nos trufaron la memoria de pequeños. Allí, viendo ese par de muchachos que supongo hermosos y felices, tuve en mente a amigas que  pasaron una campaña horrorosa. Ellas, tan valientes, después de romper tantos esquemas, tras una vida hecha juntas, obligadas a la represión pública por esta gente que venía bramando… No podía ser y no ha sido.
Me alegro por todos y todas. Me alegro de las matemáticas que nos acompañan en este momento para blindar nuestras leyes orgánicas. Porque gritan pero son pocos. Sus números son como sus argumentos, pero están ahí para recordarnos que los derechos se conquistan cada día. Tal vez esa sea su labor, empujarnos  a la acción, hacernos reflexionar si no estábamos un poco lentos, si no nos habíamos tranquilizado y habíamos olvidado que seguimos necesitando unas cuantas mareas de colores para que eso que es la cosa pública, eso que nos hace iguales y libres, sea irrenunciable, innegociable.
Por la sanidad que nos salva, por la educación que nos iguala. Por las leyes que nos dan dignidad nos felicito y nos espero en la calle. En realidad siempre ha sido ahora o nunca.

sábado, 20 de abril de 2019

Dilema


En días como esta tarde, Pepa imitaba a las aves. Los pájaros están hoy felices, hinchados de todos los gozos, liberados de la lluvia, buscando algo para comer, jubilosos, estridentes.
Pepa imitaba a los pájaros con la gracia de sus palabras. Ponía colores al aire de tardes oscuras, como esta mismo de ahora, con hileras de palabras preñadas. Las palabras de Pepa estaban llenas de otras, y esas otras de otras más. Cuando uno hablaba con ella no parecía tener fin la música de sus frases. Hay gentes que hacen eso, llenan el aire de letras que no precisan coartada. Existen porque merecen una vida larga y fuerte, nos llenan de gozo, nos mueven las voluntades. Esas personas, a veces, se van demasiado pronto. Recuerdo a Pepa siempre los días que llueve un poco, porque ella y yo hablábamos mucho cuando no se podía hacer otra cosa. Ella me daba sus letras, las envolvía con seda, las anudaba despacio.
Pepa era tejedora de palabras honestas. Llenaba los días de risas, urdía túnicas con frases con las que vestirse a diario. Frases llenas de palabras llenas, fecundas en lo esencial, perfectas en su medida. No sobraba ni una letra donde su verbo inflamado y serio ponía acentos, ¿la recuerdas? A veces me lo preguntan. ¿Puedes olvidarla? Sería más apropiado.
Pepa, mujer, vuelve a quedarte otro rato. Aún no puedo borrar tus señas. Quiero encontrarte si voy, volverte a mandar una carta. Quiero crecerme con tu aplomo, si pudiera ser, esta tarde. Qué mala es la lluvia esta, que te lleva a pensar con cordura, te recuerda los días señalados, te malmete para que llores la memoria que no es aún memoria, que es vivencia, porque ser memoria es como empezar a olvidar y yo aún no quiero.
Quiero y no quiero llamar a Pepa esta tarde. No me digan que no es un dilema.


sábado, 6 de abril de 2019

Sábado de ira


Al margen de la literatura de los dormitorios vacíos y las habitaciones del hijo, al margen de las familias rotas y la sensación de fracaso, la vida sigue, sin dar tregua. 
Leo que otro niño se ha suicidado. Le acosaban en el colegio.
Lo sabían.
No constaba oficialmente. La oficialidad tiene esas cosas, esos muros de contención impermeables y osmóticos al mismo tiempo, que dejan escuchar el exterior pero no el interior, que se blindan ante la evidencia de una vida rota, perdida. Hay un protocolo que se seguirá fielmente, pero esta gestión del fracaso tendrá pocas novias, porque el fracaso tiene eso, que no apetece acompañarlo ni de lejos. Un caso con niño muerto es siempre malo de llevar. Se pone en tela de juicio todo, desde el ángulo muerto del patio hasta la personalidad de la víctima, extremo este muy común y cabreante, materializado en expresiones difusas que son recomendación y mandato, salpimentadas con aire de  juicio, a saber:

-Debería jugar al fútbol.
-Va demasiado adelantado.
-Son cosas de criaturas.
-En mi época era peor.

Y otras igual de ingeniosas.

Sobre todas estas grandes ideas gravita proteger el nombre de la institución, lugar común de todos estos sucesos que a veces trascienden y a veces no, pero que son más frecuentes de lo que deberían, aunque no tan insoportables para la mayoría social como para que se materialice una gran movilización, un cambio de paradigma sobre lo que ha de ser soportable. Importante saber cuánta mecha hay que aguantar como profesional o como alumno,  cómo afrontar una situación grave, que como cualquier victimización tiene un componente importante de vergüenza y que mermará amistades y círculos sociales de manera alarmante y a veces sorpresiva. Del ofrecimiento de colaboración al mutismo selectivo va la declaración de intenciones de una familia que sufre, que en el caso que nos ocupa habrá tenido que ver que al final sí que se sabía quién había hecho qué durante tanto. 
Son menores los implicados, adultos los que custodian. Ni unos ni otros están por encima de las normas, pero ante lo irremediable piensa una, que tiene un gen mediterráneo, que es hora de decir que ya es bastante, que los pequeños sádicos no lo aprenden todo en internet sino sólo una parte y que la otra parte se larva  en la mesa a la hora de comer, con el desprecio y las batallitas de los padres, que éstos han de ser responsables siempre y que los custodios, nuestros profesores quemados  y mal pagados, pueden ser lo mejor y lo peor, porque son personas corrientes, como el agresor, que desposeído de su brío, subordinado a un proceso, parecerá una paloma mensajera. Qué amargura de niños tristes, de padres destrozados, de amigos que cargarán toda la vida con saber que fueron cobardes. Rectifico: amigos les viene grande, porque no existe la neutralidad, otra mentira más, otra trola conveniente, como si fuera posible echar más balones fuera para coronar este fracaso. Falta formación y arrestos. Falta que alguien proteja al que denuncia, y sobre todo faltan ellos, esos chiquillos que se han quitado la vida y que no son prioritarios más que para los suyos.
Aquí quiero ver a los gurús educativos y a los que les hacen el caldo gordo. Aquí, asumiendo el desastre.
 (Perdonen mi ira.)

lunes, 18 de febrero de 2019

Semana Santa


Que España huele a incienso que empalaga no se puede discutir en estos días. Entramos en el tiempo litúrgico de los futuros imperfectos: hijos no concebidos, hijos abortados, hijos sin desayunar, hijos sin expectativas, hijos que no se van porque no pueden, y como no pueden, no pueden tener hijos. No sé si me siguen.
Egea invocando el Viernes de Dolores. El alcalde de Lorca y sus festejos. Me falta una opinión autorizada y para ello hablaría ahora, si ella estuviera aquí, con la hermana Elena (llamémosla así), la hermana de una vecina mía que anda de misionera por el Caribe, el Caribe de los piratas, las chabolas y los huracanes. La última vez que hablamos estaba destinada en un hospital de gente con VIH, que allí debe ser mucho peor de lo que llegamos a percibir aquí, a pesar de todas nuestras conexiones y desinformaciones. Ella tiene una mirada directa, de esas que te desarman. Vino a ver a la familia  -viene cada cinco años- y estaba con pena pensando en la falta que estaría haciendo entre sus enfermos, en la que ya era su tierra. Decía que teníamos mucho aquí. Alababa la sanidad pública, la educación. Renegaba del consumismo, no entendía la necesidad de tantas cosas. Sospecho qué pensaría de instagram, de las polémicas de escritorio, de esas “cámaras de eco”  que mueven tantas pasiones. Si hoy pudiera mirar a la hermana Elena a los ojos, le preguntaría sobre esta Semana Santa que hoy se ilustra en la tele con imágenes  dignas de un péplum, y yo sé lo que me diría. Que se volvía con los suyos. Nadie como estas personas para explicar qué diferencia un país que vive de un país que malvive sin esperanza, vapuleado por vaivenes políticos, mangoneado por las potencias occidentales, expoliado, sin esperanza.
En estas fechas que se avecinan es casi de mal gusto hablar de una Semana Santa que es escaparate y turismo. Andan desahuciando aún, siguen llegando menas, las clases se multiplican hacia abajo y abajo del todo hay una sociedad que como el topo cava y cava más hondo. No encuentro palabras adecuadas para expresar mi desagrado, pues parece que hay una España de liturgia y corbata que aún pasea como antiguamente, por un lado exclusivo de la plaza, pensando que lo suyo es todo y que además, todo es suyo. Llámenme exagerada, que lo seré, pero esto no tiene un pase. Es mediocre. Es estéril. Y aún no han disuelto las cámaras. No estamos aún ni en la primera estación de penitencia.



viernes, 4 de enero de 2019

Sin prisa



He sentido una certeza dolorosa.
La lejanía ha estado un momento entre nosotros. Entre todos nosotros, por un instante, ha habido una distancia inabarcable. Ha sido sólo un momento. Uno ha mirado hacia un lado. El otro, hacia el opuesto. Cada cual ocupado en sus cosas, extremadamente importantes. Así son esos asuntos que nos absorben: ineludibles. Advertidos estábamos todos, sin decir una palabra, al mirarnos de soslayo, sin esperar más palabras que las escritas a toda prisa, enviadas a otros, contestadas por otros tantos tal vez. No lo sé. No soy receptora de esas palabras.

He notado cómo el frío me dejaba inerte como una estatua. De tanto esperar que me mires, me he quedado como los ojos de los colosos, vacíos de vida si se observan muy de cerca. Y el caso es, que si lo piensas, nadie mira a los ojos a las estatuas. Miramos desde abajo su figura, exploramos el conjunto, pero su rostro está sacado de los libros, como los techos del Vaticano, como esas nubes y esas estrellas y todo eso que ocurre lejos, lejos, como estamos ahora, rodilla con rodilla, pero muy lejos.

He hecho ademán de levantarme. Me habéis retenido con dulzura. No te vayas, y me quedo. Hay un espacio que ha desaparecido y  me quedo, esperando esa mirada, pero sin prisa, sin frío, sin duelo. Habéis terminado vuestras cuitas y me decís cosas corrientes, de esas que construyen la vida, para cimentarme al suelo que pisáis un día y otro a mi lado. Mi suelo, mi vida, mis horas. He notado, por un momento, que he hecho bien en estar sentada un poco más, para recibir el regalo de la sonrisa, esperando como se espera una ola. Poco a poco. Sin prisa.