lunes, 28 de diciembre de 2015

La fractura

Desde la terraza de mi casa no se ven líneas rojas. Ni siquiera un poco de fractura de España y de la convivencia democrática. Nada. Desde mi terraza se ve ocre y verde. Un verde con pintas violetas que dice que esa alfalfa hay que segarla, es cuestión de días. También se ven unos pájaros entrando y saliendo: hay bichos para comer. En la naturaleza viva que contemplo hay alimento  en abundancia si eres un pájaro. Un pájaro se pone gordito y feliz en esta zona. No hay quien toque a un pájaro, un pájaro no tiene depredador, salvo un gato como mi gato que recuerda sus genes de fiera cayendo sobre él como un puma. Menudo es mi gato.
Desde la terraza se ve a lo lejos una loma. Detrás de esa loma está el campo y detrás, la ciudad. En la ciudad hay fractura. Se te fractura el alma cuando ves a la gente que vaga de día esperando pasar las hojas del calendario con la mirada extrañada de un niño o con el favor incondicional de su perro. Hay gente caritativa que le lleva un poquito de comida a los gatos del cementerio, que son fieles y misteriosos y caminan con sigilo para no molestar a nadie. Los gatos del cementerio tiene nombre y piensan con fundamento. Estoy convencida de que alguna vez comerán pájaros. Los gatos, benditos sean, no mueren casi nunca de pena, porque nacen con la gracia de amar siendo independientes. Yo diría que aman mucho y piensan que este mundo es frío y desagradable, y que huele de una manera nada recomendable. Culpa de los hombres es, tantas normas para esto. En la ciudad hay entre la gente que sí escuchó la fractura, gente que tiene un perro o un gato y que toma el sol que cae democráticamente sobre los turistas que entran a las tiendas donde les venden cristales facetados; el sol no entiende de joyas y calienta que es un gusto a todos en la misma proporción. El turista que viene a gastar sus dineros pide cañas y se estira con impudicia infantil a juego con su atuendo, y es visto como una bendición por los hosteleros de la zona. Imaginen la ciudad siempre así, llena de turistas, de sin techo, de perros, de gatos sin amo, de personas que aprientan mucho las mandíbulas porque la fractura se les acerca peligrosamente. La línea roja es roja como la sangre aguada de los pobres, como la fractura abierta de la sociedad,  roja como en el margen del cuaderno del escolar: no hagan anotaciones marginales, decía el señor Luis, todo a la derecha del margen, esa infranqueable línea roja.
Desde mi ventana veo pasar gente. Tal vez vayan al reparto de alimentos de la parroquia y no lo sepa, tal vez se hayan quedado al corte y no sean lo bastante pobres para ser atendidos. No se resistió lo bastante, no lleva suficiente tiempo en el paro, su enfermedad no es grave, aún respira . Hay un señor concienzudo diseñando líneas rojas. Esas líneas rojas no son de la misma tonalidad que otras. Hay que poner ojo y oído a las líneas rojas y a las fracturas, que pueden ser abiertas y dolorosísimas, como la que se te origina entre los sesos cuando ves a alguien de tu edad en la acera con un carro, con un niño, con un perro, con un gato.Y piensas que pudieras ser tú. Ahí es cuando escuchas nítidamente la fractura. Es inconfundible.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Perspectiva

Los plásticos en la tierra, de lejos, parecen agua. Los ponen en los surcos para que no crezcan malas hierbas, y cuando les da el sol pareciera que se hubiesen abierto las compuertas. Sólo de cerca se advierte el engaño. Nadie sabe cuánto tarda un plástico en desintegrarse, pero convenientemente molido por las cuchillas del tractor, atomizado con esmero, permanecerá años y años, se enganchará en las uñas de los gatos y dará color al marrón. El progreso era esto. El progreso.
Hubo tractores que molieron la cerámica de los antepasados. Cuando llegaron los arqueólogos encontraron cascotes. "Ripio", decía un lugareño. Sobre las espadas forjaron hoces y sobre los yacimientos, lo que se pudo. En un lugar de la vega, da igual su nombre, es irrelevante, el agua parece plástico a veces, espesa y verdosa. Parece que se puede cortar con un cuchillo. Los ecologistas son un coñazo, eso lo sabe todo el mundo, de toda la vida se ha desplumado un pollo y se han quemado las plumas, o se han echado a la azarbe para que vayan como juncos por el Nilo. El plástico no es sólo negro. Es cobalto y blanco, como los bidones de pesticida que acaban en el agua, flotando junto a las cañas donde se para un instante una garceta. (La evolución ha querido que las aves aprendan a comer basura o al menos a no morir cuando se acercan a ella). ¿Habrá garcetas en el huerto de los lixiviados? Es una metáfora visual impagable, el río de pudredumbre que rezuma el subsuelo. Milagro. 
El plástico de las tarjetas, de las acreditaciones, de los rótulos de los despachos tiene un brillo satinado que recuerda ese del agua falsa que llena la huerta de progreso y hombres venidos desde la frontera sur. Como el agua del surco se ven  pero no están. No constan. No son. Tal vez vengan de otras vegas iguales a esta, quizá ya no son ni de allá ni de aquí. Debe ser complicado convivir con la mirada y el comentario que aflora desde el subsuelo de la gente sensata que elige cualquier cosa menos el caos, si es que el caos existe, porque nadie lo ha visto, ni nadie ha traído noticias de él. Debe ser complicado también intentar que nada cambie, que todo siga igual año tras año, década tras década, desmontando una montaña, construyendo una playa o exterminando unas especies sin que exista un coste para eso. Habría que preguntarle a la garza que se ha parado al lado del canal. 
Ella sí distingue el plástico del agua a simple vista.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Ahora

Si han saltado alguna vez a la poza de un río que no conocían, ya saben de lo que les hablo. Piensas que hay un palmo de agua, pero en realidad hay dos metros. Te pones azul. Sales con el mismo impulso que entraste. Todos sabían que te la ibas a pegar, pero no te lo impideron. Algunos -pocos- dijeron que si estaba fría. Uno a lo sumo te alcanza una toalla.
Lo mismo pasa con la pobreza. El descenso tienen una profundidad que nadie sabe medir, pero que siempre es mucha. El frío se queda en los huesos para siempre. Y la sensación de culpa, porque debías haberlo sabido-evitado-arreglado.
Un pobre es pobre por falta de cálculo. No calculó lo que tiene estar en la sociedad del sálvese quien pueda. Aunque cada vez la solidaridad sea más visible. Tan visible como urgente.
La pobreza debería ser el eje de la campaña. El empleo ya no salva de la pobreza, porque cuando se pierden todas las reservas y una familia se endeuda, trabajar nunca basta. Deuda es una palabra que nos sobrevuela constantemente. Por ella sumada al 135 se adelgaza la red social que sostiene al pobre. Números y más números, cifras y porcentajes. Gastamos tanto, tanto... fuimos tan manirrotos...
Imaginen en este país de resabios católicos que desapareciera el sentimiento de culpa. Que su espacio lo ocupara una justicia que tuviera precisión de neurocirujano y extirpara el mal donde se hallara. Nadie podría salir a decirle a usted, pobre hasta las médulas, que gastó como un cacique, encendiendo los puros con billetes de mil pesetas. Nadie podría tener la coartada de la obediencia debida y la soberanía nacional residiría... qué poco me gusta el romanticismo mal entendido. Ya hay bastantes suicidas, pero nadie que quiera medrar habla de ellos: tienen demasiados problemas. Oh, qué gran paisaje se dibuja en un país que intenta que no haya pobres ni suicidas... Un país de ciudadanos iguales, atendidos. Un país de estudiantes y científicos, de ingenieros, de filósofos. Famoso por todos ellos, y no por las gestas del balón u otra embriaguez similar. Díganme si al votar no pueden virar unos grados el sentido de este carnaval donde la víctima es el que ve mancillado su honor cuando fue pillado tras años de tropelías. Díganme si no es posible desterrar a ayudas de cámara y pelotas cuyos únicos méritos han sido apalancarse con estilo, trepar por un partido, obtener una red sobre la que poder saltar en cualquier momento. 
A veces el voto vale tanto como ahora. Siempre es valioso, pero en estas elecciones nos jugamos mucho. Nos jugamos tanto que cada vez veo a más gente con cara de "ahora o nunca". Pues que sea ahora. Ahora y en la hora, porque aunque no lo parezca, una poza tiene fondo. Que se lo digan a los que no han podido salir de ella y han muerto ateridos  esperando que les rescataran.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

#Ommmmmm

Estamos a 9 y eso es bueno y malo. Falta mucho para el 20, con lo que todos los candidatos sacarán su patita y su argumentario, sus logros y sus promesas. Falta mucho para el 20, mucho más, si también sacan la basura del vecino y nos la enseñan. Ya saben lo que pasa con la basura: atrae a las mariposas. Las mariposas tiene predilección por la fruta podrida, revolotean parando el tiempo mientras algo debajo de ellas se corrompe. Son tan hermosas y contradictorias... dicen que tienen mal sabor y que por eso los pájaros no se las comen. Aún así no podemos dejar de mirarlas.
Estoy a 9 y a tope, no sé si sobreviviré lúcida. Una sobredosis de cinismo más y muero. Que yo no sabía, que tú en el fondo eres, que tu fuiste, que si lo fuiste, apechuga. 
Y gritos, muchos gritos.
Cuántos gritos caben de aquí al 20. Y no son emoción. Son impotencia, son mala educación. La emoción de los fieles llevados al infarto exacerba los ánimos. Y yo a lo mío. 
Agrupémonos todos, agrupémonos todos...
No quiero debatir con nadie, quiero razonar a lo sumo. 
No quiero sacar cuentas de si éste o el otro es mi contrario. 
Mi contrario es el que va en contra de lo que considero humano y justo.Mi contrario lo sabe y yo también, y no necesitamos decírnoslo. Los míos son esos que siempre están en esta o aquella calle y que desde donde se encuentren siempre tienen hueco para hacer o decir algo que agite las alas de la mariposa. El efecto mariposa de las palabras dichas desde el respeto, desde la emoción, desde la cordura. 
Y ya llegará el 21. Y volveremos todos a estar juntos y revueltos, como debe ser. A veces creo que la campaña debería durar un día, pero eso con internet es imposible. Ojalá mañana fuera 21, aunque siendo 9 aún podemos detectar el olor ácido que trae a las vanesas volando como sólo ellas saben. Déjense un gong a mano. Respiren hondo. Mediten. 
Falta aún para el 21.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Ahórrense la vergüenza


Descansar sobre el pecho del otro. Pasear. Ver el amanecer en la playa. En la azotea. Respirar el aire frío. Tan frío que hace daño para después volver dentro de casa, liarse con una manta y sentirse feliz y protegido. Agradecido. Cada invierno vemos la benevolencia de nuestro clima en las calles. 40.000 personas en datos del año pasado lo hacen cada día. Duermen entre cartones, ropajes, enseres. Amontonan su vida, la arrastran con ellos porque están fuera de todo: familia, trabajo, red social. Cada una de ellas  necesita hoy una casa donde volver para recuperar la dignidad. Ayuda, solidaridad, estrategias. Caridad no, un estado no debe dar caridad. Un estado debe saber exprimir los impuestos. Un estado ha de estar guiado hacia la máxima igualdad de sus ciudadanos y éstos deben ser celosos de su patrimonio para que los tributos lleguen donde debieran. En la calle están las reivindicaciones y la derrota de nuestro sistema que margina y deja caer, que es cicatero con la pobreza.
Prioridades es la palabra mágica.
Es difícil contabilizar el sufrimiento ¿se puede? Si se pudiera lo mismo  descubriríamos que la investigación, la protección social y la solidaridad salen a cuenta. Tal vez tomásemos menos pastillas para quitarnos el dolor que se nos aposenta en el pecho al pensar en lo decepcionantes que podemos llegar a ser. No se trata de sentar a un pobre a la mesa, se trata de que haya menos pobres, y si me lo permiten, de que no los haya. Déjenme soñar  que ya me han atacado con los retornos a casa y el champán. ¿Hay turrón en los albergues, hay suficientes mantas? Tenemos tantas cosas y tan pocas posibilidades de rebelarnos... pero si lo piensan, es posible.

Sean crueles con el candidato que les trate de idiotas.
Díganle al presidente que en realidad está desnudo.
Desconfíen de la ambición que hace fibrilar al que casi toca el poder con las manos.

Sean intransigentes. Recuerden a los dependientes, a los enfermos, a  los investigadores, a las mujeres muertas, a las que están muertas en vida. A los familiares de los enfermos mentales, a los que mueren de angustia porque los 426 son una miseria. Y comen mal. Y terminan diabéticos, deprimidos, hipertensos, cardiópatas.
Recuerden a los que se suicidaron, y de los que no se puede hablar porque se rompería la armonía del universo. Recuerden a Rato y cia. A Bárcenas. A los Bárcenas de su pueblo, a los aspirantes a mafia. A los mafiosos de medio pelo. A los rateros con enchufe. A los ladrones de ilusiones. A esos, ni agua.
Sean intransigentes al votar, sean incisivos al preguntar. Sean ciudadanos. Para la devoción y la hinchada hay otras actividades que no son la política.
Y ya que les van a  machacar, voten. Voten sin que se les caiga después la cara de vergüenza.