lunes, 17 de diciembre de 2018

Aire


Es esa brisa que se desvanece. Un día tras otro. Las respiraciones quedan diluidas en el aire. El aire que exhalamos y que otros respiran. El aire que embellece el rosal y mece el mimbre.

Es otra vez esa brisa desmayada la que me trae de vuelta al recuerdo, desvaído como ese aire, y me deja perpleja en mitad de un lugar familiar, medio vacío, demasiado tranquilo, extrañamente quieto.

Nadie dice una palabra. Parece que la alegría nos envuelve, pero se abre paso algo sin nombre, algo que es como un humo entre nosotros y la felicidad verdadera, la felicidad de la inocencia y la plenitud, la de los niños que fuimos, en esa misma casa, donde ya nadie sale al encuentro.

Qué grande se ha hecho el huerto, sin nadie con quién tropezar estos días. Se puede hablar muy fuerte y nadie saldrá a buscarte. Esa certeza es rotunda, como el sabor de la piel de la clementina que arranco poco a poco, haciendo un homenaje a esos sonidos que van y vienen a su antojo.

Un limón y una naranja dulce. Una lima. Una sanguina, aún verde. El agrio, alfombrándolo todo, mecido como un mar en calma, sólo interrumpido por los pasos que van y vienen. Pasan los coches muy cerca y ni ellos pueden romper este aire que nos rodea, como una campana de cristal de aquellas que guardaban los bombones y que levantábamos con sumo cuidado en días como estos días, hace demasiados años, cuando éramos los más pequeños, cuando la casa estaba llena.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Niña Manuela


Dice el escarabajo de colores al pájaro azul, que Manuela habla con ellos por la tarde. La niña Manuela coge orugas de colores, orugas con trampantojos que simulan aguijones y espantan a los pájaros mecedores. Manuela es como un pájaro que silba, habla en una lengua que parece canción y que susurra hebras de aire. Son jirones de palabras, dejadas al aire, palabras flotantes, palabras ingrávidas, susurros de ave. Manuela es pájaro sibilante y armónico, pájaro de plumaje atornasolado. Mujer que vuela y canta, mujer que regala al aire colores, mujer de panela y azúcar, mujer de ojos grandes, azabache y obsidiana,  crisálida, seda, piedra, cielo y agua. Manuela.
Dice el escarabajo  de colores que habla con el pájaro azul, que llegaron hombres con fusiles, que dejaron el aire lleno de heridas, que la mujer se metió en una tinaja, que andaban buscando a alguien, pero que ella se escondió por si la encontraban.  A veces encuentran a una mujer pájaro y se la llevan, y ya no canta más, cuando  regresa. La niña Manuela sintió un mordisco en las entrañas. La tragó una ave blanca, llegó donde estaba la tierra seca, muchos días más tarde, con hambre en las tripas, con los ojos azulencos, y no pudo mirarse al espejo, porque había perdido el alma.
Dice la niña Manuela que ha de buscar una tinaja y volverse  más pequeña. Encontró hombres sin fusiles, palabras acuchillantes, sombras a pleno sol. Quiere ser pequeña y caber en los cajones de su madre, donde guarda un pañuelo bordado, dos pendientes, unas fotos. Manuela ya no habla con nadie, porque nadie entiende su canto. Exhala suspiros cansados que suenan como una cuna vacía, que se mece sólo a destiempo. Vaga buscando un pájaro azul, inquiere a los paseantes. Un hombre de mármol la mira desde una esquina del parque. Hermosa niña Manuela, parece decirle. Vuela, silba, huye. Planta de nuevo tus raíces, antes de deshojarte. Recoge un rayo de sol y apúralo mientras regresas. Vuelve al pelaje bayo del animal caliente, vuelve a sus ojos grandes, a su trote retumbando en el suelo y en el pecho.
Vuelve, niña Manuela. Vuelve.