miércoles, 26 de octubre de 2016

Noviembre

Ya ha pasado alguna vecina con una media  escalera, un cubo y unos trapos. Ya han sacado todo su muestrario de flores de plástico las tiendas de precio único. La liturgia vuelve otro año y yo, como el anterior, sigo hablando con los muertos.
Decía una amiga de mi tía que te haces mayor cuando hablas mucho con los muertos. Debo ser muy mayor ya, porque han quedado en mí capas y capas de palabras que otros dijeron a mi lado. A veces recuerdo una risa, una manera de andar, el pelo de alguien que se ha ido.
En ellos estaba yo, y ellos quedaron en mí.
Qué pereza da noviembre, que se despierta con la logística de los panteones, de los reencuentros anuales, de las sorpresas que llegan en modo de una foto que no esperabas. Te quedas mirando. Ahí está esa cara que hacía mucho que no veías, vestida con un traje de madrina ella, él con un traje de boda. Con un clavel en la solapa, con un tapafeas que llama la atención, porque normalmente no eran así. Eran personas que transitaban por mi lado sin hacerse notar apenas, pero que me dieron un saludo, una sonrisa, un recuerdo.
Mi tía hablaba mucho con los muertos, les contaba cosas al entrar al cementerio. Les ponía al corriente de todo, y se iba caminando sin prisa, con la seguridad de que alguien le traería noticias en algún momento. Ahora ha llegado alguna de esas mujeres y le está diciendo que tenía razón. Es verdad que me he hecho mayor, porque hablo con mis muertos y ellos me contestan con postales que llegan desde esa otra vida que se desarrolla en la memoria cinematográfica, donde  siempre contestan y están, echando luz sobre esta dinámica incierta que se basa en recordarles y reconocerse en ellos, logrando pequeñas cosas, imaginando su aprobación y su sonrisa. Sientiendo su calor, siempre.

3 comentarios: